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Jueves 13 de Enero del 2000
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convivir con virus

MARTA DILLON

Me niego a apagar la tele igual que me niego a mirarme sinceramente en el espejo. Ese ejercicio silencioso y humilde me da pánico. Entonces poso frente a mí como si tuviera espectadores a los que regalarles alguna fantasía. Hundo la panza, saco la cola, dejo que el murmullo de una película que ni siquiera veo me hamaque para no encontrarme del todo con lo que queda de mí cuando me ignoro. Ya sé que es momento de callar y reagrupar. Intimamente sé que se necesita un esfuerzo extra para seguir adelante, unas pocas cosas. Pero exigen conciencia. Conciencia para recordar que no hay otro punto de apoyo para sostener los días que se suceden que mis dos piernas. Dos piernas cada vez más finitas como maderitas listas para ser escarbadientes. Me estoy pareciendo peligrosamente a un pollo, con la panza redonda como una luna llena y estos palitos por piernas que igual monto sobre mis grandes tacos para avanzar por la vida. No es nada grave, ya sé, sólo que mis hábitos me hablan del paso del tiempo. Y el tiempo pasa cada vez más rápido. Las pastillas deforman, es verdad, eso ayuda a un deterioro que me olvido de leer como el mal menor. Porque el mayor parece haber quedado lejos, tanto que la muerte ahora me enfría la nariz por cualquier otra razón, pero no trae silencio. No hay solemnidad en su figura sino un cambio lento, arrastrado, plagado de pequeños duelos que al final se cargan en la espalda como caracoles que se recogen en la orilla del mar. No hay que sacar los caracoles del mar, dicen. Yo no puedo cargar con todos los duelos, pero tengo que hacerme cargo de algunos. O darles batalla. Primero afirmarme, recordar cuál es la gracia de estar en el mundo y dejar los pequeños malentendidos para quien cree que no tiene nada que perder. A mí, a todos, nos cuesta mucho sostener la alegría, la curiosidad, el ansia, de tomar los momentos como manjares del gusto que vienen, el de frutilla nunca será de limón, y así. Todos atravesamos tormentas, y muchos sobrevivimos incluso a nosotros mismos. Esos son logros, son míos. Estoy entera a pesar de que mi cuerpo cambie. Un brillo en los ojos que no se apaga. Que no quiero que se apague. Eso es mío. Aun cuando no quede nada de la hermosa chica que fui, algo va a quedar y esa es .-cuando lo recuerdo– mi única pelea. Sostener el deseo como una antorcha, deseo por ver lo que vendrá aunque el camino esté empedrado de despedidas. Alguna sorpresa más se oculta entre los telones de la vida. Y ahora lo tengo todo, incluso las pastillas que todo el tiempo me recuerdan algunos límites, y que también corrieron otros. Estoy viva, busco mi eje, mi familia extendida y un amor esquivo que me hace lagrimear de a ratos y que también me sube al cielo. En fin, hay verdades que por obvias no puedo dejar de recordar, ¿para qué llorar por lo que falta si apenas me dan las manos para contener lo que tengo?