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Jueves 13 de Enero del 2000
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Que quede claro. Intentar condensar al rock mexicano en algunas líneas es tan inútil como hacer el mismo intento con su par argentino. Deben darse, sí, algunos datos. Como que, en 1971 y luego de un apoteótico festival de tres días en Avándaro (estado de México), toda expresión rockera fue formalmente prohibida. Eso obligó a un constante ejercicio de supervivencia, a encontrar sus signos de vitalidad en el único lugar donde la música podía sonar: la vecindad. Con una constante persecución social, policial y política, músicos y público generaron su propio país cultural subterráneo. El tiempo les dio la razón, pero a medias: si bien Café Tacuba y Maldita Vecindad, y más recientemente Molotov, Control Machete o Plastilina Mosh, demostraron la potencia de esa nación subterránea, el estado de las cosas en México 2000 está lejos de ser ideal. Esas bandas son sólo la punta del coloso que asoma en cada ciudad, lo que aparece cada sábado en los Tianguis del Chopo del Distrito Federal, un imponente mercado persa en el que pueden encontrarse miles de propuestas, grabadas y en vivo, y donde conviven jóvenes con toda clase de atuendos y tendencias. ¿Dónde se escucha toda esa música? ¿Cómo llegar al corazón de la música mexicana, sepultado por la maliciosa indiferencia del multimedios Televisa y los popes del PRI, partido gobernante por décadas?
Lo que queda claro es que el rock de México tiene la piel bien curtida. En el DF, una de las ciudades más grandes del planeta, hay apenas un puñado de antros dedicados al género: Rockotitlán –un verdadero centro de resistencia–, el Circo Volador, el Foro Ideal, La Diabla... tocar significa lidiar con disposiciones delirantes, con la falta de recursos y difusión y una siempre cambiante lista de arbitrariedades. Grabar es una aventura para espíritus fuertes, y en las radios todo depende de la buena voluntad de musicalizadores y conductores. En los últimos diez años las cosas han cambiado, pero aún no lo suficiente. En ese panorama desolador, lo que brilla es la potencia artística. Y el surgimiento de un sello independiente, Opción Sónica, que desde hace diez años sortea todas las dificultades y edita aquello que no encuentra vía de salida. Hoy, el sello dirigido por Edmundo Navas concentra un 40% de la producción rockera (englobando en lo “rockero” propuestas de fusión, electrónicas y experimentales de todo tipo), con más de 50 títulos por año. Para hacerse una idea del contraste, basta saber que la BMG mexicana edita apenas tres grupos de rock, e incluso contactó a OS para licenciar productos extranjeros como... Los Caballeros de La Quema. “Las multinacionales se conforman con lo que tienen, no se preocupan por el rock y menos por lo experimental”, dice Navas. “No le prestan atención a músicas muy importantes para el país, y así sucede que Molotov vende mejor en España que en México.” La situación contractual, según Navas, no se condice con lo que él escucha a diario en su mesa de trabajo. “El rock mexicano goza de muy buena salud, en la medida que han logrado fusiones interesantes, y hay una mano muy importante en Gustavo Santaolalla. Esa es una de las ventajas de los sellos grandes, acceder a un productor como Santaolalla. Pero en un futuro cercano podremos también nosotros hacer algo con él.”
De eso se trata: el recuento que se ofrece en estas páginas, lo que está sonando por debajo de lo conocido, de lo consagrado, de lo que logró eludir el cerco de hierro de los dueños de la pelota, tiene un peso más que interesante, ganado con sudor, constancia e inspiración. O, para utilizar una frase acorde, está bien cabrón. Que viva México.

EDUARDO FABREGAT.

Surf & punk & ska
Dada la escasez de recursos habitual en el medio, no es extraño que la escena mexicana ofrezca un buen puñado de grupos dedicados al sonido áspero. Desde siempre, las bandas punk forman una parte importante del paisaje sonoro, al punto de llegar a simbiosis como la de Batalla Negativa, grupo de Toluca que canta enardecidos himnos de tres acordes cantados en otomí, una lengua indígena. Entre exponentes como Superzero (que recuerdan a Attaque 77) o Limbo Zamba –un hiperkinético grupo vocalizado por Rosa Arias– aparecen los que hoy son el adalid del slam: Lost Acapulco y Los Esquizitos. Los primeros, de obvio origen, ya llevan cuatro discos: en 4, Güili, Nacho, Warpig y El Reverendo Juan Acapulco arrasan con un surf roñoso, con imágenes pop de marcianos, chicas mutantes y ojos gigantes a la Residents: “Ven perrita”, “Master blaster dragster disaster in a gangster hotel” y “El garage de Gina Monster” pintan un Acapulco muy diferente al que venden en las agencias de turismo. En la tapa de su primer disco, Los Esquizitos mezclan a El Santo, héroe de la lucha libre mexicana, con el Leatherface de motosierra en mano de The Texas chainsaw massacre. Adentro, las cosas no mejoran: Brisa Vázquez, Alex Fernández, Capitán Flamita y Güili Damage también homenajean al surf (“Lancha con fondo de cristal”), para luego irse al demonio con “La motosierra de Henry”, “Espérate, cariño” o el manifiesto “Juan Mota” (“Donde va Juan se fuma, si no se fuma Juan se va”).
Problemas parecidos tienen La Matatena y Salón Victoria, pero de diferente raíz: nacidos del saludable riñón ska mexicano, ambos poseen una cantidad de integrantes que dificulta hasta la más pequeña zapada. Los del Salón arrancan del two tone e incorporan funk, punk, sonidos del terruño y hasta big band (basta escuchar “Nasty uncle hippie”), una proposición de baile bien demostrada por Locos & rucas in retro, su hasta ahora único disco. La Matatena, del DF y firme participante de toda causa humanitaria que pinte, declara sus principios desde el título de su debut, Emulsión de SKApe.
Otros: Los Skarnales, Antidoping, Riesgo de contagio, La sekta core, La Tremenda Korte.

Mexicanismo
Los sonidos del terruño suelen aparecer con más asiduidad entre los músicos mexicanos que en sus pares argentinos: Café Tacuba o Maldita Vecindad, para citar dos ejemplos célebres, adoptaron desde el principio lo que viene sonando en las calles desde hace décadas. Pero algunas de las nuevas bandas aztecas se dedican a invertir los roles, incorporando elementos del rock o el pop a una propuesta que se apoya fundamentalmente en los ritmos de tierra adentro. O, como ocurre en el norte, ofreciendo un estilo directamente alejado de los estándares de la producción moderna. Es el caso de los narcocorridos, una vertiente artística que acompaña y retrata la omnipresente realidad del narcotráfico en la vida cotidiana. En México existen cuatro cárteles -.Tijuana, Juárez, el Golfo y Occidente– que gozan, como en Colombia, de mayor poder político que el mismo gobierno, y llevan el pulso de la vida social. Esa sociedad es la que retratan Los Tigres del Norte, uno de los grupos más exitosos del narcocorrido, que, claro, no el único. El Grupo Exterminador, Los Sultanes del Norte, Los Vaqueros del Oeste y Los Tucanes de Tijuana son algunos de los nombres que protagonizan eventos como el Terrenazo Caliente (en Tijuana), donde el baile al ritmo de acordeones y guitarrones es una actividad que no conoce de horarios. El narcocorrido, incluso, tiene mártires como Chalino Sánchez, un cantante/dealer asesinado a balazos al cual se lo suele caracterizar como “el Tupac Shakur de México”.
Fuera del particular microcosmos narco, otros artistas le dan preponderancia al rojo, blanco y verde nacional. Como el esporádico dúo de Jaime López y José Manuel Aguilera (La Barranca), autores del “Chilanga banda” que luego popularizó Café Tacuba. O Ninerain, Los Rabanes y Niños héroes, grupos que, si bien utilizan instrumentos y métodos de grabación rockeros, rebosan mexicanismo por todos los poros. O Francisco Barrios “El Mastuerzo”, o el inefable Teophilo el Cancionero .-seudónimo tras el que se esconde un periodista de la escena under-, responsable de un increíble cover en tiempo de bolero de “Ella usó mi cabeza como un revólver”.
Otros: Enrique Quezadas, Eugenia León y el Cuarteto Latinoamericano, Cita y sus mujeres rotas.

Tecnológicos
Contra lo que podría pensarse, en México hay una escena tecno más que saludable, y una buena multitud de músicos que, sin llegar a la categoría tecnohead, incorporan elementos electrónicos. Allí está Titán, que comparten su tiempo entre el DF y Nueva York y grabaron para el sello Grand Royal de Beastie Boys, cuyo resultado discográfico Elevator, rareza total, fue editado en Argentina a fines del ‘99. Nacidos de las cenizas de un grupo pionero de la electrónica –Melamina Ponderosa– Emilio Acevedo, Jay de la Cueva y Julián Lede curten pop sesentoso, hip hop y algo de enfermedad psicodélica, y hasta se permiten hacer covers como “C’mon feel the noise”, banda de sonido de la serie de TV Starsky & Hutch. Los ya curtidos (se formaron en 1985 y editaron su primer disco en el ‘91) Artefakto demuestran hasta qué punto la ciudad fronteriza de Tijuana es un crisol de estilos, con un ambient ácido e hipnótico que lo encadena a una serie de nombres especializados en bits y beats: Fussible (“Trippy boy” y “Slap da bass”, de su disco Fono, no desentonarían en ninguna pista), Tini Tun, el camaleón Jef-T (que puede visitar el big beat, el ambient y el trance en un solo track), los psicodélicos Evolucinógeno, los ultradeformes Joeboy in Mexico o Axkan, que desde Guadalajara funden bombos machacantes y cantos tribales mesoamericanos. Stardance galáctica, es decir DJ Jorge y DJ Itzone (dueños de Groovadelia, primera disquería especializada en música electrónica y accesorios para DJ’s en el DF), y el colectivo Escena Electro, integrado por nombres como Ogo y Encefálisis, le dan espesor a un panorama que confirma que el asunto no sólo va de mariachis, rockers y hip hoppers.
Otros: Monnithor, Halosol, Irwin Purple, Dr. Fanatik, Clorofila, Aquadelfín.

Ensalada
El amplio panorama de la música mexicana para el 2000 no se detiene en un puñado de definiciones estilísticas. En cada “antro”, en cada tocada espontánea en cualquier rincón de la ciudad que sea, en los incontables Tianguis del Chopo, se acumulan nombres y más nombres, proyectos de toda clase que recurren a toda clase de sonidos e influencias. Un rápido recuento de lo que consigue asomar en esa vidriera abigarrada entrega propuestas de signo tan diferente como Alamalafa, cultores de reggae y calipso, La Candelaria (entregados a un rock deforme con pinceladas de hip hop) y Monodrama y Aural, dos grupos que oscilan entre la languidez británica típica del sello 4AD y la new age hecha y derecha. Un terreno que también transita Jaramar, una cantante de rasgos orientales y dulce voz que, en Fingir que duermo, experimenta con guitarras eléctricas y címbalos, arpa y MIDI y la temática medieval.
Que las mujeres ocupen un lugar importante no es un dato menor, teniendo en cuenta el historial de machismo imperante en el país. De la nueva generación, Julieta Venegas y Cecilia Toussaint son hoy dos de las más conocidas, pero la recopilación Mexican Divas es un apropiado resumen de la calidad, cantidad y variedad de voces femeninas. Allí desfilan Susana Zabaleta y Betsy Pecanins, cantantes de rock y blues, y el aire más funk de Margie Bermejo, el folklore de Astrid Hadad y Nidia, que con canciones como “Ella se deshizo entre tus manos” recuerda al ideario trágico de Chavela Vargas.
Otros: Mariux, Liliana Felipe.

Rock
En lo que podría encarrilarse dentro de la definición general rockera, un nombre se lleva el protagonismo: La Barranca. El grupo de José Manuel Aguilera, Federico Fong y Alfonso André nació como un descanso de Caifanes en la gira de El nervio del volcán, bautizado La suciedad de las sirvientas puercas. Saúl Hernández (hoy Jaguares, también junto a André) quedó en el camino, pero el trío resultante editó El fuego de la noche, considerado de manera unánime el mejor disco de rock mexicano de 1997, y con perlas de raro brillo como “El síndrome” o “Akumal”. Por ello, para Tempestad ya habían abandonado a Opción Sónica y fichado para BMG... que les devolvió el contrato poco después. En estos días están terminando su nuevo disco. El otro gran personaje del rubro rockero es uno de los pocos solistas (debe recordarse que en México es fundamental el aguante en grupo), un multiinstrumentista y guitar hero virtuoso: Julio Revueltas, responsable de Mi Santa María, un disco en el que se mezclan experimentos como “La iguana” (utilizado como cortina del “Bla Bla Bla” de Javier Andrade para MTV) o una notable versión del clásico “Sleepwalk”. Zurdok Movimiento, en tanto, es uno de los nuevos emergentes del “movimiento regiomontano” de Monterrey –que encontró su exponente más ruidoso en Control Machete–, aunque elude toda referencia al hip hop con el rock de guitarras al frente expresado en Hombre sintetizador. El abanico rockero incluye a representantes darkosos como los capitalinos Ultra (Los cielos submarinos es otro de los caballitos de batalla de OS), Natasha, cercanos al noise de Sonic Youth, y Hemisferios; cultores del rock/funk pesado como Escarbarme, metaleros como Mechanical Chaos, cruzas con sonidos norteños como Sangre Asteka (expertos en fundir la guitarra eléctrica y el acordeón de los narcocorridos), la mutación entre rock y máquinas de Naranja Mecánica, el rock carretero de Eléctrica o el largo historial de Ritmo Peligroso, nacidos como trío punk y luego refundados casi como big band.
Otros: Instinto animal, El clan, El Sr. González y los cuates de la chamba.