MARTA DILLON
Me
niego a apagar la tele igual que me niego a mirarme sinceramente en
el espejo. Ese ejercicio silencioso y humilde me da pánico. Entonces
poso frente a mí como si tuviera espectadores a los que regalarles
alguna fantasía. Hundo la panza, saco la cola, dejo que el murmullo
de una película que ni siquiera veo me hamaque para no encontrarme
del todo con lo que queda de mí cuando me ignoro. Ya sé
que es momento de callar y reagrupar. Intimamente sé que se necesita
un esfuerzo extra para seguir adelante, unas pocas cosas. Pero exigen
conciencia. Conciencia para recordar que no hay otro punto de apoyo
para sostener los días que se suceden que mis dos piernas. Dos
piernas cada vez más finitas como maderitas listas para ser escarbadientes.
Me estoy pareciendo peligrosamente a un pollo, con la panza redonda
como una luna llena y estos palitos por piernas que igual monto sobre
mis grandes tacos para avanzar por la vida. No es nada grave, ya sé,
sólo que mis hábitos me hablan del paso del tiempo. Y
el tiempo pasa cada vez más rápido. Las pastillas deforman,
es verdad, eso ayuda a un deterioro que me olvido de leer como el mal
menor. Porque el mayor parece haber quedado lejos, tanto que la muerte
ahora me enfría la nariz por cualquier otra razón, pero
no trae silencio. No hay solemnidad en su figura sino un cambio lento,
arrastrado, plagado de pequeños duelos que al final se cargan
en la espalda como caracoles que se recogen en la orilla del mar. No
hay que sacar los caracoles del mar, dicen. Yo no puedo cargar con todos
los duelos, pero tengo que hacerme cargo de algunos. O darles batalla.
Primero afirmarme, recordar cuál es la gracia de estar en el
mundo y dejar los pequeños malentendidos para quien cree que
no tiene nada que perder. A mí, a todos, nos cuesta mucho sostener
la alegría, la curiosidad, el ansia, de tomar los momentos como
manjares del gusto que vienen, el de frutilla nunca será de limón,
y así. Todos atravesamos tormentas, y muchos sobrevivimos incluso
a nosotros mismos. Esos son logros, son míos. Estoy entera a
pesar de que mi cuerpo cambie. Un brillo en los ojos que no se apaga.
Que no quiero que se apague. Eso es mío. Aun cuando no quede
nada de la hermosa chica que fui, algo va a quedar y esa es .-cuando
lo recuerdo mi única pelea. Sostener el deseo como una
antorcha, deseo por ver lo que vendrá aunque el camino esté
empedrado de despedidas. Alguna sorpresa más se oculta entre
los telones de la vida. Y ahora lo tengo todo, incluso las pastillas
que todo el tiempo me recuerdan algunos límites, y que también
corrieron otros. Estoy viva, busco mi eje, mi familia extendida y un
amor esquivo que me hace lagrimear de a ratos y que también me
sube al cielo. En fin, hay verdades que por obvias no puedo dejar de
recordar, ¿para qué llorar por lo que falta si apenas
me dan las manos para contener lo que tengo?