Que
quede claro. Intentar condensar al rock mexicano en algunas líneas
es tan inútil como hacer el mismo intento con su par argentino.
Deben darse, sí, algunos datos. Como que, en 1971 y luego de un
apoteótico festival de tres días en Avándaro (estado
de México), toda expresión rockera fue formalmente prohibida.
Eso obligó a un constante ejercicio de supervivencia, a encontrar
sus signos de vitalidad en el único lugar donde la música
podía sonar: la vecindad. Con una constante persecución
social, policial y política, músicos y público generaron
su propio país cultural subterráneo. El tiempo les dio la
razón, pero a medias: si bien Café Tacuba y Maldita Vecindad,
y más recientemente Molotov, Control Machete o Plastilina Mosh,
demostraron la potencia de esa nación subterránea, el estado
de las cosas en México 2000 está lejos de ser ideal. Esas
bandas son sólo la punta del coloso que asoma en cada ciudad, lo
que aparece cada sábado en los Tianguis del Chopo del Distrito
Federal, un imponente mercado persa en el que pueden encontrarse miles
de propuestas, grabadas y en vivo, y donde conviven jóvenes con
toda clase de atuendos y tendencias. ¿Dónde se escucha toda
esa música? ¿Cómo llegar al corazón de la
música mexicana, sepultado por la maliciosa indiferencia del multimedios
Televisa y los popes del PRI, partido gobernante por décadas?
Lo que queda claro es que el rock de México tiene la piel bien
curtida. En el DF, una de las ciudades más grandes del planeta,
hay apenas un puñado de antros dedicados al género: Rockotitlán
un verdadero centro de resistencia, el Circo Volador, el Foro
Ideal, La Diabla... tocar significa lidiar con disposiciones delirantes,
con la falta de recursos y difusión y una siempre cambiante lista
de arbitrariedades. Grabar es una aventura para espíritus fuertes,
y en las radios todo depende de la buena voluntad de musicalizadores y
conductores. En los últimos diez años las cosas han cambiado,
pero aún no lo suficiente. En ese panorama desolador, lo que brilla
es la potencia artística. Y el surgimiento de un sello independiente,
Opción Sónica, que desde hace diez años sortea todas
las dificultades y edita aquello que no encuentra vía de salida.
Hoy, el sello dirigido por Edmundo Navas concentra un 40% de la producción
rockera (englobando en lo rockero propuestas de fusión,
electrónicas y experimentales de todo tipo), con más de
50 títulos por año. Para hacerse una idea del contraste,
basta saber que la BMG mexicana edita apenas tres grupos de rock, e incluso
contactó a OS para licenciar productos extranjeros como... Los
Caballeros de La Quema. Las multinacionales se conforman con lo
que tienen, no se preocupan por el rock y menos por lo experimental,
dice Navas. No le prestan atención a músicas muy importantes
para el país, y así sucede que Molotov vende mejor en España
que en México. La situación contractual, según
Navas, no se condice con lo que él escucha a diario en su mesa
de trabajo. El rock mexicano goza de muy buena salud, en la medida
que han logrado fusiones interesantes, y hay una mano muy importante en
Gustavo Santaolalla. Esa es una de las ventajas de los sellos grandes,
acceder a un productor como Santaolalla. Pero en un futuro cercano podremos
también nosotros hacer algo con él.
De eso se trata: el recuento que se ofrece en estas páginas, lo
que está sonando por debajo de lo conocido, de lo consagrado, de
lo que logró eludir el cerco de hierro de los dueños de
la pelota, tiene un peso más que interesante, ganado con sudor,
constancia e inspiración. O, para utilizar una frase acorde, está
bien cabrón. Que viva México.
EDUARDO
FABREGAT.
Surf
& punk & ska
Dada la escasez de recursos habitual en el medio, no es extraño
que la escena mexicana ofrezca un buen puñado de grupos dedicados
al sonido áspero. Desde siempre, las bandas punk forman una parte
importante del paisaje sonoro, al punto de llegar a simbiosis como la
de Batalla Negativa, grupo de Toluca que canta enardecidos himnos de tres
acordes cantados en otomí, una lengua indígena. Entre exponentes
como Superzero (que recuerdan a Attaque 77) o Limbo Zamba un hiperkinético
grupo vocalizado por Rosa Arias aparecen los que hoy son el adalid
del slam: Lost Acapulco y Los Esquizitos. Los primeros, de obvio origen,
ya llevan cuatro discos: en 4, Güili, Nacho, Warpig y El Reverendo
Juan Acapulco arrasan con un surf roñoso, con imágenes pop
de marcianos, chicas mutantes y ojos gigantes a la Residents: Ven
perrita, Master blaster dragster disaster in a gangster hotel
y El garage de Gina Monster pintan un Acapulco muy diferente
al que venden en las agencias de turismo. En la tapa de su primer disco,
Los Esquizitos mezclan a El Santo, héroe de la lucha libre mexicana,
con el Leatherface de motosierra en mano de The Texas chainsaw massacre.
Adentro, las cosas no mejoran: Brisa Vázquez, Alex Fernández,
Capitán Flamita y Güili Damage también homenajean al
surf (Lancha con fondo de cristal), para luego irse al demonio
con La motosierra de Henry, Espérate, cariño
o el manifiesto Juan Mota (Donde va Juan se fuma, si
no se fuma Juan se va).
Problemas parecidos tienen La Matatena y Salón Victoria, pero de
diferente raíz: nacidos del saludable riñón ska mexicano,
ambos poseen una cantidad de integrantes que dificulta hasta la más
pequeña zapada. Los del Salón arrancan del two tone e incorporan
funk, punk, sonidos del terruño y hasta big band (basta escuchar
Nasty uncle hippie), una proposición de baile bien
demostrada por Locos & rucas in retro, su hasta ahora único
disco. La Matatena, del DF y firme participante de toda causa humanitaria
que pinte, declara sus principios desde el título de su debut,
Emulsión de SKApe.
Otros: Los Skarnales, Antidoping, Riesgo de contagio, La sekta core, La
Tremenda Korte.
Mexicanismo
Los sonidos del terruño suelen aparecer con más asiduidad
entre los músicos mexicanos que en sus pares argentinos: Café
Tacuba o Maldita Vecindad, para citar dos ejemplos célebres, adoptaron
desde el principio lo que viene sonando en las calles desde hace décadas.
Pero algunas de las nuevas bandas aztecas se dedican a invertir los roles,
incorporando elementos del rock o el pop a una propuesta que se apoya
fundamentalmente en los ritmos de tierra adentro. O, como ocurre en el
norte, ofreciendo un estilo directamente alejado de los estándares
de la producción moderna. Es el caso de los narcocorridos, una
vertiente artística que acompaña y retrata la omnipresente
realidad del narcotráfico en la vida cotidiana. En México
existen cuatro cárteles -.Tijuana, Juárez, el Golfo y Occidente
que gozan, como en Colombia, de mayor poder político que el mismo
gobierno, y llevan el pulso de la vida social. Esa sociedad es la que
retratan Los Tigres del Norte, uno de los grupos más exitosos del
narcocorrido, que, claro, no el único. El Grupo Exterminador, Los
Sultanes del Norte, Los Vaqueros del Oeste y Los Tucanes de Tijuana son
algunos de los nombres que protagonizan eventos como el Terrenazo Caliente
(en Tijuana), donde el baile al ritmo de acordeones y guitarrones es una
actividad que no conoce de horarios. El narcocorrido, incluso, tiene mártires
como Chalino Sánchez, un cantante/dealer asesinado a balazos al
cual se lo suele caracterizar como el Tupac Shakur de México.
Fuera del particular microcosmos narco, otros artistas le dan preponderancia
al rojo, blanco y verde nacional. Como el esporádico dúo
de Jaime López y José Manuel Aguilera (La Barranca), autores
del Chilanga banda que luego popularizó Café
Tacuba. O Ninerain, Los Rabanes y Niños héroes, grupos que,
si bien utilizan instrumentos y métodos de grabación rockeros,
rebosan mexicanismo por todos los poros. O Francisco Barrios El
Mastuerzo, o el inefable Teophilo el Cancionero .-seudónimo
tras el que se esconde un periodista de la escena under-, responsable
de un increíble cover en tiempo de bolero de Ella usó
mi cabeza como un revólver.
Otros: Enrique Quezadas, Eugenia León y el Cuarteto Latinoamericano,
Cita y sus mujeres rotas.
Tecnológicos
Contra lo que podría pensarse, en México hay una escena
tecno más que saludable, y una buena multitud de músicos
que, sin llegar a la categoría tecnohead, incorporan elementos
electrónicos. Allí está Titán, que comparten
su tiempo entre el DF y Nueva York y grabaron para el sello Grand Royal
de Beastie Boys, cuyo resultado discográfico Elevator, rareza total,
fue editado en Argentina a fines del 99. Nacidos de las cenizas
de un grupo pionero de la electrónica Melamina Ponderosa
Emilio Acevedo, Jay de la Cueva y Julián Lede curten pop sesentoso,
hip hop y algo de enfermedad psicodélica, y hasta se permiten hacer
covers como Cmon feel the noise, banda de sonido de
la serie de TV Starsky & Hutch. Los ya curtidos (se formaron en 1985
y editaron su primer disco en el 91) Artefakto demuestran hasta
qué punto la ciudad fronteriza de Tijuana es un crisol de estilos,
con un ambient ácido e hipnótico que lo encadena a una serie
de nombres especializados en bits y beats: Fussible (Trippy boy
y Slap da bass, de su disco Fono, no desentonarían
en ninguna pista), Tini Tun, el camaleón Jef-T (que puede visitar
el big beat, el ambient y el trance en un solo track), los psicodélicos
Evolucinógeno, los ultradeformes Joeboy in Mexico o Axkan, que
desde Guadalajara funden bombos machacantes y cantos tribales mesoamericanos.
Stardance galáctica, es decir DJ Jorge y DJ Itzone (dueños
de Groovadelia, primera disquería especializada en música
electrónica y accesorios para DJs en el DF), y el colectivo
Escena Electro, integrado por nombres como Ogo y Encefálisis, le
dan espesor a un panorama que confirma que el asunto no sólo va
de mariachis, rockers y hip hoppers.
Otros: Monnithor, Halosol, Irwin Purple, Dr. Fanatik, Clorofila, Aquadelfín.
Ensalada
El amplio panorama de la música mexicana para el 2000 no se detiene
en un puñado de definiciones estilísticas. En cada antro,
en cada tocada espontánea en cualquier rincón de la ciudad
que sea, en los incontables Tianguis del Chopo, se acumulan nombres y
más nombres, proyectos de toda clase que recurren a toda clase
de sonidos e influencias. Un rápido recuento de lo que consigue
asomar en esa vidriera abigarrada entrega propuestas de signo tan diferente
como Alamalafa, cultores de reggae y calipso, La Candelaria (entregados
a un rock deforme con pinceladas de hip hop) y Monodrama y Aural, dos
grupos que oscilan entre la languidez británica típica del
sello 4AD y la new age hecha y derecha. Un terreno que también
transita Jaramar, una cantante de rasgos orientales y dulce voz que, en
Fingir que duermo, experimenta con guitarras eléctricas y címbalos,
arpa y MIDI y la temática medieval.
Que las mujeres ocupen un lugar importante no es un dato menor, teniendo
en cuenta el historial de machismo imperante en el país. De la
nueva generación, Julieta Venegas y Cecilia Toussaint son hoy dos
de las más conocidas, pero la recopilación Mexican Divas
es un apropiado resumen de la calidad, cantidad y variedad de voces femeninas.
Allí desfilan Susana Zabaleta y Betsy Pecanins, cantantes de rock
y blues, y el aire más funk de Margie Bermejo, el folklore de Astrid
Hadad y Nidia, que con canciones como Ella se deshizo entre tus
manos recuerda al ideario trágico de Chavela Vargas.
Otros: Mariux, Liliana Felipe.
Rock
En lo que podría encarrilarse dentro de la definición general
rockera, un nombre se lleva el protagonismo: La Barranca. El grupo de
José Manuel Aguilera, Federico Fong y Alfonso André nació
como un descanso de Caifanes en la gira de El nervio del volcán,
bautizado La suciedad de las sirvientas puercas. Saúl Hernández
(hoy Jaguares, también junto a André) quedó en el
camino, pero el trío resultante editó El fuego de la noche,
considerado de manera unánime el mejor disco de rock mexicano de
1997, y con perlas de raro brillo como El síndrome
o Akumal. Por ello, para Tempestad ya habían abandonado
a Opción Sónica y fichado para BMG... que les devolvió
el contrato poco después. En estos días están terminando
su nuevo disco. El otro gran personaje del rubro rockero es uno de los
pocos solistas (debe recordarse que en México es fundamental el
aguante en grupo), un multiinstrumentista y guitar hero virtuoso: Julio
Revueltas, responsable de Mi Santa María, un disco en el que se
mezclan experimentos como La iguana (utilizado como cortina
del Bla Bla Bla de Javier Andrade para MTV) o una notable
versión del clásico Sleepwalk. Zurdok Movimiento,
en tanto, es uno de los nuevos emergentes del movimiento regiomontano
de Monterrey que encontró su exponente más ruidoso
en Control Machete, aunque elude toda referencia al hip hop con
el rock de guitarras al frente expresado en Hombre sintetizador. El abanico
rockero incluye a representantes darkosos como los capitalinos Ultra (Los
cielos submarinos es otro de los caballitos de batalla de OS), Natasha,
cercanos al noise de Sonic Youth, y Hemisferios; cultores del rock/funk
pesado como Escarbarme, metaleros como Mechanical Chaos, cruzas con sonidos
norteños como Sangre Asteka (expertos en fundir la guitarra eléctrica
y el acordeón de los narcocorridos), la mutación entre rock
y máquinas de Naranja Mecánica, el rock carretero de Eléctrica
o el largo historial de Ritmo Peligroso, nacidos como trío punk
y luego refundados casi como big band.
Otros: Instinto animal, El clan, El Sr. González y los cuates de
la chamba.
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