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Clara de noche

Convivir con virus
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Jueves 6 de Abril de 2000
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convivir con virus

MARTA DILLON

A solas, me deleito recordando los placeres del amor. Los recuerdos son como agujas que me hacen dar respingos, como si tu mano volviera a mi contorno y entonces todo volviera a comenzar. Vuelve el placer intacto a mis fantasías y las fotos fijas que guardé de nuestra película se acomodan como más me gusta. A veces hacemos el amor con violencia y me gusta desarmarme entre tus dedos, colgar de tus brazos boca abajo, ser arrojada a la cama, asfixiarme contra la almohada mientras me tomás de atrás como si mi cuerpo te perteneciera y su único fin fuera recibirte, sentir tu golpe y tu respuesta. Me gusta cuando te ponés el forro tan rápido que apenas lo noto. Y sacártelo para llenarme la boca con tu sexo y así atragantada decirte las pocas palabras del amor, a veces sólo rezongos mudos, sonidos que no salen de mi boca sino de alguna otra caja de resonancia entre todas las que suenan cuando tus dedos las tocan. Y a veces me gusta tomar la leche que vos me das, dejar que tu escupida me limpie la garganta con su sabor acre y sentir tus espasmos y no soltarte aunque me pidas por favor, aunque todo tu cuerpo se arquee en una curva imposible que no se detiene hasta mucho después del orgasmo. Otras veces hacemos el amor tan lentamente que el tiempo nos abandona y no hay sueño ni urgencia que dirija esa forma de hamacarnos lánguidamente, entrando en los ojos del otro tan hondo que ya no hay forma que nos retenga en el mundo de las cosas concretas y sólo quede un volcán entre las piernas, y aun así subir un poco más sobre vos para acomodar mi montura para que también el enjambre de pelos se mezcle, y sudar juntos como si el cuarto se hubiera convertido en la selva amazónica, y no hubiera más salvación que quedarse quietos, sin respirar, reteniendo un poco más el momento de la cascada, porque el agua fría sería demasiado impacto para este fuego que crece en el medio y nos devora, como presas de un dragón chino. Lentamente nos cocemos en su fuego y miramos allí de donde viene la fuente del calor y no sé si es de tu boca, de tus ojos o de tu sexo que viene este calor que no quiero abandonar. Y sin embargo nuestros fluidos no se mezclan allí abajo, porque antes de que nuestras piernas se entrelacen te cubrí con el látex que nos cuida, y para que calce bien te lamí antes suavemente, tan suave como tus manos en mi nuca revolviéndome el pelo. Me gusta cómo se te pone la pija, mi amor, cuando hago esa maniobra, porque sabés que estás listo, que podés entrar en mí y entonces sigue la fiesta que había empezado hace rato, que empieza cada vez que dejamos caer nuestras contiendas cotidianas y nos dedicamos como buenos alumnos al placer compartido. Y me gusta también cuando quedamos de espaldas, los ojos al techo, la respiración agitada y tu sexo agotado del que retiro despacio el forro cargado con tu semilla, que es tanta y nunca se acaba, y me gusta mirarlo como a un trofeo de caza y liberarte de su presión y volver a acariciarte hasta que nos quedemos dormidos y empiece otro juego de encastres, el de dormir cucharita o de frente, pero siempre tocándonos todo lo posible como si fuéramos ladrillitos rasti que no tienen sentido uno sin el otro. A solas, mi amor, tu amor nunca me deja a solas.