MARTA DILLON
A
solas, me deleito recordando los placeres del amor. Los recuerdos son
como agujas que me hacen dar respingos, como si tu mano volviera a mi
contorno y entonces todo volviera a comenzar. Vuelve el placer intacto
a mis fantasías y las fotos fijas que guardé de nuestra
película se acomodan como más me gusta. A veces hacemos
el amor con violencia y me gusta desarmarme entre tus dedos, colgar
de tus brazos boca abajo, ser arrojada a la cama, asfixiarme contra
la almohada mientras me tomás de atrás como si mi cuerpo
te perteneciera y su único fin fuera recibirte, sentir tu golpe
y tu respuesta. Me gusta cuando te ponés el forro tan rápido
que apenas lo noto. Y sacártelo para llenarme la boca con tu
sexo y así atragantada decirte las pocas palabras del amor, a
veces sólo rezongos mudos, sonidos que no salen de mi boca sino
de alguna otra caja de resonancia entre todas las que suenan cuando
tus dedos las tocan. Y a veces me gusta tomar la leche que vos me das,
dejar que tu escupida me limpie la garganta con su sabor acre y sentir
tus espasmos y no soltarte aunque me pidas por favor, aunque todo tu
cuerpo se arquee en una curva imposible que no se detiene hasta mucho
después del orgasmo. Otras veces hacemos el amor tan lentamente
que el tiempo nos abandona y no hay sueño ni urgencia que dirija
esa forma de hamacarnos lánguidamente, entrando en los ojos del
otro tan hondo que ya no hay forma que nos retenga en el mundo de las
cosas concretas y sólo quede un volcán entre las piernas,
y aun así subir un poco más sobre vos para acomodar mi
montura para que también el enjambre de pelos se mezcle, y sudar
juntos como si el cuarto se hubiera convertido en la selva amazónica,
y no hubiera más salvación que quedarse quietos, sin respirar,
reteniendo un poco más el momento de la cascada, porque el agua
fría sería demasiado impacto para este fuego que crece
en el medio y nos devora, como presas de un dragón chino. Lentamente
nos cocemos en su fuego y miramos allí de donde viene la fuente
del calor y no sé si es de tu boca, de tus ojos o de tu sexo
que viene este calor que no quiero abandonar. Y sin embargo nuestros
fluidos no se mezclan allí abajo, porque antes de que nuestras
piernas se entrelacen te cubrí con el látex que nos cuida,
y para que calce bien te lamí antes suavemente, tan suave como
tus manos en mi nuca revolviéndome el pelo. Me gusta cómo
se te pone la pija, mi amor, cuando hago esa maniobra, porque sabés
que estás listo, que podés entrar en mí y entonces
sigue la fiesta que había empezado hace rato, que empieza cada
vez que dejamos caer nuestras contiendas cotidianas y nos dedicamos
como buenos alumnos al placer compartido. Y me gusta también
cuando quedamos de espaldas, los ojos al techo, la respiración
agitada y tu sexo agotado del que retiro despacio el forro cargado con
tu semilla, que es tanta y nunca se acaba, y me gusta mirarlo como a
un trofeo de caza y liberarte de su presión y volver a acariciarte
hasta que nos quedemos dormidos y empiece otro juego de encastres, el
de dormir cucharita o de frente, pero siempre tocándonos todo
lo posible como si fuéramos ladrillitos rasti que no tienen sentido
uno sin el otro. A solas, mi amor, tu amor nunca me deja a solas.