MARTA DILLON
La
celadora se pone colorada, y se ríe bajito, como si fuera una
nena. Tiene poco más de veinte años, un hijo que tuvo
mientras cursaba el cuarto año en esa misma escuela en la que
ahora trabaja y la voluntad de estudiar Derecho. Vive en la villa 20,
de Lugano, igual que la mayoría de los alumnos de los que es
responsable. Como ella quedó embarazada cuando tenía 16,
se siente cerca de otras chicas embarazadas que asisten a clase y con
ellas conversa para quitarles el miedo, para decirles que de ahora en
adelante se cuiden, que los embarazos se pueden evitar. Pero con las
que no son madres no se anima a hablar del tema. De alguna manera asume
que mientras nada lo delate, las chicas y los chicos tienen la información.
En la salita te dan los anticonceptivos, te los dan gratis incluso,
dice. De esa manera se cuidan. Cuando le pregunto si no sería
mejor que usaran preservativos para evitar no sólo los embarazos,
se pone más colorada todavía. Es que los pibitos
desde re-chiquitos dicen que si se ponen forros, no sienten lo mismo.
Habría que ver con cuánta experiencia cuentan para comparar
pero, sí, obviamente no es lo mismo. Es más incómodo
usar forros y es más incómodo pensar que hacer el amor
tiene consecuencias, pero claro, eso es cosa de chicas, ellas pueden
conseguir los anticonceptivos, gratis, incluso. Lo que pasa es
que acá en la escuela son todas parejitas conocidas, son parejitas
estables. Evidentemente los mensajes equívocos llegan mucho
más que los que deberían llegar. Y es bastante lógico,
es más fácil pensar eso de a mí no me va
a pasar que hacerse cargo. De hecho los embarazos, dice la celadora
y las mismas chicas, ocurrieron porque eso a mí no me va
a pasar. La celadora tiene buena voluntad, se preocupa por los
chicos, pero le faltan herramientas. La verdad es que tendríamos
que preocuparnos un poco más por el sida, porque yo escuché
que acá en Lugano hay muchos chicos infectados, hay muchos casos.
Sí, hay muchos casos, Lugano pertenece a esa zona crítica
de la Capital en la que el número de contagios crece y la atención
médica es insuficiente, sin contar con que las condiciones de
vida, con o sin virus, están lejos de eso que se llama calidad
de vida. ¿Qué hacemos entonces? ¿Por qué
nos rasgamos las vestiduras cuando discriminan a una chica embarazada
en un colegio católico si no hay un solo intento de educar para
la salud sexual a varones y mujeres? ¿Acaso esta indiferencia
tendrá que ver con algún plan para depurar a la población
de pobres, esa raza incómoda? Con este estado de cosas hay algunos
que viven, y muchos más que sólo sobreviven.