MARTA DILLON
A
veces, cuando me siento sin salida, me acuerdo de Claudia. ¿Sabés
qué es lo que más extraño?, me dijo un día
en que el frío nos hacía tiritar en ese pasillo de la
cárcel de Ezeiza, en que ella tenía las visitas. El
agua. Eso era lo que ella más extrañaba: sumergirse
en el agua, sacarse la ropa, dejarse moldear por el líquido.
Esa era su idea de la libertad, después de haber pasado la mitad
de su vida presa. Entonces cuando me siento sin salida, lleno la bañadera
de agua tibia, me sumerjo hasta las orejas y escucho mi respiración,
constante, pareja, relajada. Escucho mi pulso y dejo que su ritmo me
lleve lentamente hacia la luz.
Veo a mi hija venir desde lejos. Más de una cuadra la separa
de mí y yo la reconozco entre cientos de chicos y chicas de guardapolvo
blanco. No es el pelo, no es la altura, lo que la distingue es una forma
de caminar como si apenas tocara el suelo, viene a los saltos, agitando
los brazos. Camina como si siguiera el ritmo de algún canto que
seguramente repite en voz baja, detrás de los walk man. Ella
también me reconoció de lejos, no esperaba verme en la
puerta de su escuela pero está segura que soy yo y por eso saluda
y por un instante me da la certeza de que no estamos solas en el mundo.
Que la alegría tiene sus propias razones, que el tiempo comienza
cada vez.
Ir al hospital siempre deja su huella. quiero decir, no me acostumbro
a ir al hospital aun cuando ya conozca sus rutinas, sus horarios, sus
laberintos. Es un lugar donde la gente, casi siempre, lo pasa mal. Lo
corriente es el maltrato, aunque habría que hacer una excepción
para mencionar la voluntad de algunos médicos, algunas enfermeras,
algunas voluntades individuales que se empeñan en hacer caminar
ese monstruo herido que es el hospital. Mientras espero que me atiendan
frente al consultorio de inmunocomprometidos siempre me encuentro con
alguien. Por suerte, la mayoría son buenas noticias, algún
recién llegado que se entusiasma con las nuevas tareas que su
diagnóstico le significa, que está ansioso o ansiosa por
hablar, por no sentirse solo. Lástima que siempre pase lo mismo,
digo, que siempre haya un recién llegado, porque es fácil
evitar los contagios ¿o no?