MARTA DILLON
Ella
me hace la pregunta como si yo tuviera alguna respuesta. Quiere saber
cómo salir de su encierro, cómo desobedecer al pánico
que la acorrala y la deja sola. Qué puedo decir más que
a todos nos pasa, que a todos nos duele en el cuerpo la noticia de haberse
contagiado vih y que después el deseo suele apagarse como un
fósforo porque el placer queda pegado a la muerte como un insecto
en el parabrisas. Se necesita tiempo para recuperarse, ya sé
que es obvio, pero no hay muchos más secretos que contar. A todos
nos cuesta volver a relacionarnos, encontrar una estrategia para decir
eso que quema en la boca y en tantos otros lados y que sabemos que casi
siempre cae como una bomba. Además, las palabras nunca son suficientes,
y lo peor es que las primeras serán las que determinen el resto
de la conversación. Y de la relación. Entonces, ¿cómo
elegirlas? Estará bien decir tengo sida ¿Vivo
con hiv? ¿Tengo algo importante que decirte? ¿Lo digo
antes de que me guste? ¿Lo digo cuando ya sé que hay algún
interés? ¿Lo digo? ¿Le importa? ¿Saldrá
corriendo? ¿Probamos y después hablo? ¿Usamos forro
y listo? Las preguntas son interminables y aunque las mismas dudas nos
hayan asaltado a todos no hay mapas para guiarse. Cada vez es como la
primera, cada vez que alguien te guste te vas a preguntar lo mismo:
¿tendrá miedo? Y también, cada vez, vas a descubrir
que en esa respuesta se encierran muchas otras. Y que cuando alguien
te rechaza no está haciendo más que ahorrarte tiempo porque
sin duda no vale la pena. Qué sé yo cómo se hace,
Silvina, qué sé yo. De lo único que estoy segura
es que lo principal ya lo tenés. Tenés las ganas, Silvina,
tenés el deseo. Y eso es lo que mueve el mundo y eso es lo que
va a aparecer en tus ojos a medida que el cuerpo pida y el miedo empiece
a derretirse. Si a pesar de todo lo que nos pasa a diario, a pesar de
la rutina, de ver el sol de a cachitos, de tomar colectivos y subtes,
si a pesar de estar cada uno en nuestra burbuja de pronto un roce te
conmueve o sentís entre las piernas esa punzada que te habla
directo al corazón, si a pesar de la enfermedad y del miedo un
calor repentino sube a tus mejillas y el cuello se te eriza porque alguien
dijo tu nombre, entonces todo es posible y no vas a necesitar ninguna
fórmula más que esas ganas, ese hambre por comerte la
vida a mordiscones.