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Clara de noche

Convivir con virus
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Jueves 22 de Junio de 2000
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convivir con virus

MARTA DILLON

Ella me hace la pregunta como si yo tuviera alguna respuesta. Quiere saber cómo salir de su encierro, cómo desobedecer al pánico que la acorrala y la deja sola. Qué puedo decir más que a todos nos pasa, que a todos nos duele en el cuerpo la noticia de haberse contagiado vih y que después el deseo suele apagarse como un fósforo porque el placer queda pegado a la muerte como un insecto en el parabrisas. Se necesita tiempo para recuperarse, ya sé que es obvio, pero no hay muchos más secretos que contar. A todos nos cuesta volver a relacionarnos, encontrar una estrategia para decir eso que quema en la boca y en tantos otros lados y que sabemos que casi siempre cae como una bomba. Además, las palabras nunca son suficientes, y lo peor es que las primeras serán las que determinen el resto de la conversación. Y de la relación. Entonces, ¿cómo elegirlas? Estará bien decir “tengo sida” ¿Vivo con hiv? ¿Tengo algo importante que decirte? ¿Lo digo antes de que me guste? ¿Lo digo cuando ya sé que hay algún interés? ¿Lo digo? ¿Le importa? ¿Saldrá corriendo? ¿Probamos y después hablo? ¿Usamos forro y listo? Las preguntas son interminables y aunque las mismas dudas nos hayan asaltado a todos no hay mapas para guiarse. Cada vez es como la primera, cada vez que alguien te guste te vas a preguntar lo mismo: ¿tendrá miedo? Y también, cada vez, vas a descubrir que en esa respuesta se encierran muchas otras. Y que cuando alguien te rechaza no está haciendo más que ahorrarte tiempo porque sin duda no vale la pena. Qué sé yo cómo se hace, Silvina, qué sé yo. De lo único que estoy segura es que lo principal ya lo tenés. Tenés las ganas, Silvina, tenés el deseo. Y eso es lo que mueve el mundo y eso es lo que va a aparecer en tus ojos a medida que el cuerpo pida y el miedo empiece a derretirse. Si a pesar de todo lo que nos pasa a diario, a pesar de la rutina, de ver el sol de a cachitos, de tomar colectivos y subtes, si a pesar de estar cada uno en nuestra burbuja de pronto un roce te conmueve o sentís entre las piernas esa punzada que te habla directo al corazón, si a pesar de la enfermedad y del miedo un calor repentino sube a tus mejillas y el cuello se te eriza porque alguien dijo tu nombre, entonces todo es posible y no vas a necesitar ninguna fórmula más que esas ganas, ese hambre por comerte la vida a mordiscones.