Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
NO

todo x 1,99

Clara de noche

Convivir con virus
BoleteríaCerrado
Abierto

Ediciones anteriores

 

Jueves 29 de Junio de 2000
tapa
tapa del no

convivir con virus

MARTA DILLON

Canela se sienta sobre la mesa, quieta como una estatua, y mira la pantalla. A mi gata le gusta ver la superficie celeste, llenarse de letras, tal vez vea un caminito de hormigas negras buscando la bolsa del pan. Pero mi hambre no huele el pan. Mi hija me llama desde la cama con esa sílaba que a veces me conmueve y a veces me impacienta. Estamos las dos con gripe y esa incomodidad tiene su costado mullido en el intercambio de pañuelos y almohadas, control remoto de la tele y remedios. Hasta es práctico que este intervalo nos toque al mismo tiempo, salvo por los discos de Michael Jackson que ella insiste que escuche, que escuche bien. Y la verdad es que me cuesta hacerle caso, tanto como a ella terminar esos cuentos que a mí me parecieron exquisitos y fugaces. Por la ventana llega un sol tímido, el fuego en el hogar está encendido desde hace siete días. Estoy pensando en abandonar todo lo que conservo sólo por nostalgia y acomodar otra vez los palos y las plumas de mi nido. Todo cambia y está bueno que se note.

¿Cómo zafar de las ceremonias que rodearon la muerte de Rodrigo? Se compararon sus funerales con los de Perón, a él mismo con Gardel, la policía custodió su entierro, el gobernador le rindió homenaje, y el cadáver quedó, sin destino –¡oh, casualidad!– bajo sospecha. En la tele, por supuesto, estuvo más vivo que nunca: bailó, cantó y pestañeó en cámara lenta. La mamá se jactó de no llorar y organizó un recital con un micrófono en el centro del escenario para señalar la ausencia. “¿Sabés cuántos quisieran vivir esta locura que estoy viviendo?”, se le escuchó decir a la señora en un pico de misticismo, y es fácil creerle porque nadie se perdió de hablar de Rodrigo. Hay un romance clandestino con la muerte en esta cultura criolla, que honra a los mártires y no a sus acciones como si el valor estuviera entre ser arrancado a tiempo, antes de que se apague la promesa. “Yo no creo que esté muerto, el sábado lo voy a ir a buscar para cantar porque no lo creo”, dijo un amigo del finadito. “El no está muerto, él va a seguir vivo”, repetían las fans con veneración. Un romance un poco histérico, es cierto, porque tanto amor lo único que intenta es borrar la evidencia de que el tipo está muerto. “Sí, es horrible lo que pasó, pero, bueno, antes te hacía el aguante desde el escenario, ahora hace el aguante desde el otro lado”, dijo un muchacho saliendo del velorio y me hizo acordar a una escena en México el Día de los Muertos, en que unos niños se lamentaban por las dos guerras que, de paso por ese pueblo del norte, no tenían ningún muerto para homenajear. Esa escena siempre vuelve, tal vez porque hay algún secreto que aprender. ¿Un modo amable de cortar el hilo? ¿Sólo llamar a las cosas por su nombre? ¿Conjurar el miedo?

Nunca creo que todo está perdido, pero la esperanza también necesita alimento y últimamente está en huelga de hambre, como los presos de Tablada. Encuentro un libro de Cortázar y encuentro estos versos:
“Lo imposible es el pan en cada boca, / una justicia de ojos sucios, / una tierra sin lobos / una cita / con cada fuente al término del día. / Somos realistas, compañeros, vamos de la mano del sueño a la vigilia”. En Rosario están faltando medicamentos para el VIH y seguramente están faltando también en otros lugares. Era predecible desde que se achicó el presupuesto para el Plan Nacional de Sida. Pero predecible seguramente no es la última palabra. La próxima habrá que exigirla.