MARTA DILLON
Canela
se sienta sobre la mesa, quieta como una estatua, y mira la pantalla.
A mi gata le gusta ver la superficie celeste, llenarse de letras, tal
vez vea un caminito de hormigas negras buscando la bolsa del pan. Pero
mi hambre no huele el pan. Mi hija me llama desde la cama con esa sílaba
que a veces me conmueve y a veces me impacienta. Estamos las dos con
gripe y esa incomodidad tiene su costado mullido en el intercambio de
pañuelos y almohadas, control remoto de la tele y remedios. Hasta
es práctico que este intervalo nos toque al mismo tiempo, salvo
por los discos de Michael Jackson que ella insiste que escuche, que
escuche bien. Y la verdad es que me cuesta hacerle caso, tanto como
a ella terminar esos cuentos que a mí me parecieron exquisitos
y fugaces. Por la ventana llega un sol tímido, el fuego en el
hogar está encendido desde hace siete días. Estoy pensando
en abandonar todo lo que conservo sólo por nostalgia y acomodar
otra vez los palos y las plumas de mi nido. Todo cambia y está
bueno que se note.
¿Cómo
zafar de las ceremonias que rodearon la muerte de Rodrigo? Se compararon
sus funerales con los de Perón, a él mismo con Gardel,
la policía custodió su entierro, el gobernador le rindió
homenaje, y el cadáver quedó, sin destino ¡oh,
casualidad! bajo sospecha. En la tele, por supuesto, estuvo más
vivo que nunca: bailó, cantó y pestañeó
en cámara lenta. La mamá se jactó de no llorar
y organizó un recital con un micrófono en el centro del
escenario para señalar la ausencia. ¿Sabés
cuántos quisieran vivir esta locura que estoy viviendo?,
se le escuchó decir a la señora en un pico de misticismo,
y es fácil creerle porque nadie se perdió de hablar de
Rodrigo. Hay un romance clandestino con la muerte en esta cultura criolla,
que honra a los mártires y no a sus acciones como si el valor
estuviera entre ser arrancado a tiempo, antes de que se apague la promesa.
Yo no creo que esté muerto, el sábado lo voy a ir
a buscar para cantar porque no lo creo, dijo un amigo del finadito.
El no está muerto, él va a seguir vivo, repetían
las fans con veneración. Un romance un poco histérico,
es cierto, porque tanto amor lo único que intenta es borrar la
evidencia de que el tipo está muerto. Sí, es horrible
lo que pasó, pero, bueno, antes te hacía el aguante desde
el escenario, ahora hace el aguante desde el otro lado, dijo un
muchacho saliendo del velorio y me hizo acordar a una escena en México
el Día de los Muertos, en que unos niños se lamentaban
por las dos guerras que, de paso por ese pueblo del norte, no tenían
ningún muerto para homenajear. Esa escena siempre vuelve, tal
vez porque hay algún secreto que aprender. ¿Un modo amable
de cortar el hilo? ¿Sólo llamar a las cosas por su nombre?
¿Conjurar el miedo?
Nunca creo que todo
está perdido, pero la esperanza también necesita alimento
y últimamente está en huelga de hambre, como los presos
de Tablada. Encuentro un libro de Cortázar y encuentro estos
versos:
Lo imposible es el pan en cada boca, / una justicia de ojos sucios,
/ una tierra sin lobos / una cita / con cada fuente al término
del día. / Somos realistas, compañeros, vamos de la mano
del sueño a la vigilia. En Rosario están faltando
medicamentos para el VIH y seguramente están faltando también
en otros lugares. Era predecible desde que se achicó el presupuesto
para el Plan Nacional de Sida. Pero predecible seguramente no es la
última palabra. La próxima habrá que exigirla.