MARTA
DILLON y RAQUEL ROBLES
Quiero
decir, lo más difícil es seguir viva. Porque la vida,
en definitiva, es poco más que una sucesión de días
iguales en la que algunas satisfacciones brillan como estrellas. La
mayor parte del tiempo caminamos por el paño negro de la noche
cumpliendo los mismos ritos, peleando por las mismas cosas. Y lo difícil,
quiero decir, es seguir vivo aun entonces, cuando todo parece plano
y la materia de los sueños es tan escasa que se conforma con
un tiempo sin sobresaltos. Y aun así hay que encontrar la belleza.
La belleza de estar en el mundo y respirar y sentir que alguna vez,
por un instante, una luz desgarrará el paño y por ese
instante el sentido será nítido y perfecto. ¿Y
qué es esa luz? ¿El amor? ¿El arte? ¿La
solidaridad? ¿Cómo saberlo ahora que apenas siento mi
latido como un eco ahogado bajo una almohada? Del paño de mi
noche éste es uno de esos momentos en que todo parece irse absorbido
por algún agujero negro. No estoy sola en este pozo en el que
aprendo a respirar a bocanadas, ahorrando las pocas cosas que me dan
aire para que duren hasta que otra vez pueda ver más allá
de la urgencia. Aunque tal vez todo sea esta urgencia, este ardor por
encender pequeñas velas. No ya como premio consuelo, no como
aquello que nos queda después de que tanta agua apagó
tanto fuego sino como verdaderos actos de resistencia. Donde todo se
pretende oscuro, donde lo oscuro pretende ser un todo absoluto, raspar
la piedra contra la piedra hasta encender la chispa. A veces pareciera
que todo a nuestro alrededor es desierto. La noche cerrada, el viento
inclemente, la soledad absoluta. Sin embargo, algo de cierto hay en
eso de que Dios los cría y el viento los amontona.
Como hojas empujadas sin orden ni caso, nos juntamos como sin querer.
Tal vez porque nos atrae ese ruidito que hacen al frotarse una piedra
contra la otra. Y cuando nos queremos dar cuenta, somos unos cuantos
en esta ronda tratando de hacer crecer el fuego. Somos pocos, podrá
decirse. Estamos desorganizados, podrá decirse también.
Pero cuando cantamos esa canción cualquiera que cantamos para
darnos ánimo, para no acalambrarnos de tanto insistir en la chispa,
el coro, desafinado, a destiempo, pobre incluso, se nos torna tan conmovedor
como es seguramente el rugir de miles. Lo que quiero decir, lo que hace
rato trato de hilvanar y se me enreda entre los dedos, es que lo que
nos toca ahora es resistir. Estar vivos cuando nos quisieron tan muertos,
estar juntos cuando nos quisieron tan dispersos. Crear cuando se nos
suponía apáticos, alzar la cabeza cuando se supone que
tenemos que andar con el rabo entre las piernas. Y eso es difícil
porque parece que no tiene brillo, porque no hay lugar para héroes
cuando todo lo que intentamos es mantener viva una llama que a veces
parece apenas un rescoldo, pero que sigue alumbrando. Que sigue alumbrando.