LA
SILENCIOSA PERO EFECTIVA TAREA DE ESTUDIANTES UNIVERSITARIOS EN BARRIOS
HUMILDES
Un plan simple
Entre
80 y 100 pibes de las facultades de la Universidad de Buenos Aires dedican
sus sábados libres a una tarea tan gratificante como sacrificada.
Visitar asentamientos y villas del conurbano bonaerense para... ayudar
en los que se puede: montar espontáneas clases de escuela primaria,
integrar los lazos comunitarios, colaborar con cada centro comunitario
o sociedad de fomento y también servir un vaso de leche y unas
masitas caseras a los niños del lugar. Casi nada.
TEXTO
CRISTIAN VITALE
FOTOS TAMARA PINCO
Una
larga y contaminada ribera separa dos puentes: Alsina y La Noria. Y el
río divide provincia de Capital. De un lado, el Autódromo;
del otro, una hilera interminable de villas y asentamientos construidos
sobre basurales, decenas de fábricas abandonadas y destruidas.
Y mucha, demasiada pobreza. Son los fondos de Lomas de Zamora y Lanús.
En lugares como éste y en otros tantos puntos de la geografía
del conurbano bonaerense, trabaja el GES (Grupo de Estudiantes Solidarios):
alumnos de las diferentes universidades nacionales de la ciudad y también
de algunos colegios secundarios, agrupados con el objetivo de rearticular
la realidad de los barrios obreros con el movimiento estudiantil. Y brindar
ayuda en lo que se pueda. Apoyo escolar, actividades recreativas, alimento
y hasta charlas debate entre los niños de los barrios más
pobres. Cada facultad tiene un lugar específico para desarrollar
sus actividades. Derecho está en la Boca, Sociales en Ingeniero
Budge, Económicas en Parque Patricios, Psicología y Filosofía
en Villa Fiorito en el asentamiento 3 de Enero- y Arquitectura
en Saavedra. No es que nosotros bajamos de la Universidad para enseñarles
todo. Somos parte de este pueblo y tenemos que aportar a la sociedad de
alguna manera, aunque también sabemos que no pertenecemos a esta
realidad. No podemos venir desde un lugar de saber, porque no sabemos
de esto. Si no lo compartimos con la gente, si no nos dicen que están
necesitando, no podemos hacer nada, acentúa Grisel, estudiante
de Psicología. La idea es generar lazos solidarios, no hacer
asistencialismo, advierte Agustina, de Historia. Ambas forman parte
de una organización que cuenta con unos 80 militantes regulares.
En muchos casos, los chicos casi todos tienen entre 18 y 23 años
trabajan en conjunto con asociaciones de vecinos solidarios. En la villa
21 de Barracas, por ejemplo, se encuentra el Centro Cultural Cambalache
que hace tres años impulsa una movida que intenta conectar a los
niños con las actividades plásticas y el periodismo. No
queremos que los chicos sigan quedándose en los pasillos drogándose
y tomando alcohol, robando o peleándose. La realidad en la villa
está muy jodida. Nosotros luchamos contra eso, cuenta Roxana.
Más acciones. En Ingeniero Budge, una de las zonas pobladas más
pobres del GBA Sur, casi de la nada lograron crear un ropero comunitario,
talleres de apoyo primario y secundario, una biblioteca popular y un comedor
para más de 70 chicos. Hace un tiempo además, estudiantes
de medicina desarrollaron una campaña sobre diabetes, informando
sobre las características de la enfermedad. Consiguieron donaciones
de un laboratorio para poder hacer un reactivo e iniciar análisis.
Son los típicos talleres de medicina social.
Un día en
la villa
Justo enfrente del
autódromo, cruzando el riachuelo, está el asentamiento 3
de Enero. Desde hace 4 años, ahí viven casi 500 familias
unas 3 mil personas sin agua, pero con inundaciones, entre
la falta de condiciones sanitarias mínimas, hambre y analfabetismo.
Cada casa, por lo general, alberga de 8 a 10 personas por habitación,
en su mayoría niños. No hay gas natural, el agua está
contaminada y no hay recolección de basura. Y casi nadie llega
a completar la escuela primaria.
Roberto no tiene más
de 5 años. Es hijo de madre paraguaya y padre argentino. Los sábados
son diferentes para él. Justamente, el día elegido por los
estudiantes para visitar el barrio. El pibito los espera en la parada
del 32, se cuelga de cualquiera de los amigos que llegan y lo acompaña
hasta el centro comunitario. A esa hora, los partidos de potrero son lo
más notorio del paisaje que presenta el asentamiento. En el camino,
de las casitas van saliendo más chicos. Y se acoplan a la movida.
Es como un día de fiesta en medio de la resignación cotidiana.
Che, che... Ahí vienen las maestras, vamos a escribir y a
tomar chocolatada, grita Tamara, otra chiquita. Como ella, la mayoría
de los chicos del lugar tiene problemas de salud por efecto del frío,
las inundaciones y la alimentación. A menudo sufren gripe por eso,
si no caen con neumonía.
Al no tener
lugares de pertenencia y estar rodeados de adultos todo el tiempo, los
juegos que tenían los chicos eran los que compartían con
los padres. Por eso, la primera actividad posible para el barrio fue abrir
ese vínculo de pertenencia entre chicos, en donde pudieran recobrar
la infancia, comenta Grisel, una de las que ¿resigna? todas
las tardes de sábado para trabajar en un lugar en el mundo como
éste. La acompañan Lucas, Inés, Julieta, Agustina,
Diego, Marcelo y algunos colaboradores más que van llegando. Ya
en el centro y luego de saludar al grupo de madres organizadas que da
de comer a 50 chicos todas las semanas, Agustina pega el grito: ¡Hacemos
el timbreo!. Eso significa recorrer el barrio en busca de más
chicos. Las clases están por comenzar y cuanto más alumnos,
mejor. Señora, le venimos a decir si nos puede mandar a sus
hijos al centro. Van a recibir apoyo escolar unas horas y después
hay leche, anuncia Agustina esquivando charcos y perros. La madre,
de unos 50 años y cara de haber sufrido mucho en la vida, asiente
cuando escucha la palabra leche. Después se lo mando, muchas
gracias, murmura. El rito se repite en todas las casas.
A las dos y media,
ya hay unos 35 chicos en la improvisada escuelita. El griterío
es infernal y la cumbia suena a todo volumen. Las maestras sin delantal
comienzan las clases. Lucas y Marcelo trasladan las pesadas mesas de madera
desde el comedor el único lugar techado hasta el patio
de tierra en donde se brinda enseñanza. Es bastante difícil
para los pibes que viven en el medio de un caos permanente adaptarse a
estructuras formales como la escuela. Por eso, nosotros planteamos formas
alternativas de aprendizaje explica Julieta, mientras ubica la última
silla y da comienzo a las clases. De repente, el lugar se llena de colores.
Fibras y pinturitas para los más chicos. Lápices y lapiceras
para los más grandes. Y hojas de papel para todos. Lenguaje, matemática
y dibujo se mezclan en la misma hora. Seño, mire lo que dibujé:
es el perro de al lado, se llama Tony, se escucha. Juanca no debe
tener más de 4 años y se desespera por mostrarle su obra
a Grisel. Casi todos optan por hacer dibujos, aunque el requisito sea
darle duro a las cuentas de dividir y multiplicar. Nos llena de
satisfacción el hecho de que muchos pibes hayan aprendido a dividir
en nuestras clases, comenta Julieta. Más tarde, se advierte
que lo que más les gusta a los chicos en esas tres horas de aprendizaje
es escribir cartas de amor para eventuales maestras y maestros.
Los chicos demandan
y derrochan afecto. También tienen problemas notables de aprendizaje,
comunicación y falta de espacios para expresarse. La violencia
que tienen acumulada tiene que ver con este tipo de carencias informa
Agustina. Por eso nuestros talleres son diferentes, no es la típica
posición de la maestra enseñando e impartiendo órdenes,
sino que lo enfocamos desde una interacción diferente. Acá,
los vecinos casi ni se conocen entre sí, hay pocos vínculos
de ese tipo. El individualismo también está presente como
en todos los estratos sociales, razona. Pasadas las cuatro, las
madres tienen lista la merienda. Tan aplicados como caóticos, los
pibes de entre 4 y 12 años entregan sus trabajos. Es la hora de
la leche con masitas caseras. Es el momento más esperado. Llegan
algunos más y la fiesta empieza. Un vaso de chocolatada para cada
uno y dos o tres masitas. Después, chupetines, caramelos. Y una
piñata, que uno de los estudiantes revienta en el medio de la calle.
Es un poco de alegría en un paisaje que destila tristeza y miseria.
A las cinco, mesas
y sillas vuelven adentro. Es hora de volver, aunque a todos les cuesta.
En los hombros de cada una, hay al menos tres chicos que no las dejan
ir. A los besos dejan el lugar hasta el próximo sábado.
Mientras Teresa, la madre líder, se queda en el comedor planeando
eltrabajo de la semana. La retirada es igual que el arribo: picados, cumbiamba
y griterío.
Todos aquellos que
quieran colaborar con estos centros comunitarios donando ropa, útiles
escolares, libros, juguetes y alimentos pueden llamar al 4786-9207 y preguntar
por Marcelo. O dirigirse directamente al GES de la Facultad de Filosofía
y Letras de la UBA (Puán al 400, Capital).
Sacate
todo
Frente
al individualismo y la resignación que provoca el modelo
económico dominante, el grupo de estudiantes solidarios propone
una alternativa de construcción, basada en reflotar el rol
social del movimiento estudiantil con una propuesta integradora.
Mi visión está vinculada a un interés
solidario, a pensar en ser una trabajadora de la salud para trabajar
para la gente. Siento que la facultad no me da esa posibilidad.
Por eso empecé a juntarme con los chicos del GES en las aulas
y en los pasillos de la universidad. La idea es vincular este laburo
barrial con lo que aprendemos en la universidad, sostiene
Grisel. Nuestro objetivo es romper con el estudiante acrítico
e individualista que no participa en nada. Hay que despertar la
necesidad entre los alumnos de la facultad para hacer este tipo
de laburos, que son mínimos pero sirven, propone Julieta.
Lucas, estudiante de psicología, también es muy crítico
en este aspecto: En psicología, el ideal del estudiante
es ponerse un consultorio y atender a la gente que pueda pagar.
Entonces, te pasás la carrera sin conocer esta realidad.
Nosotros acá no hacemos psicología, tenemos que sacarnos
la camiseta académica.
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Las
madres
Teresa,
Inés, Nina, Julia, Elida y Mabel son parte de la comisión
de madres del centro comunitario 3 de Enero. Representan la otra
parte de la misma historia. De lunes a viernes, desde las 9 de la
mañana cocinan para alimentar a unos 50 chicos por día:
Nosotras desayunamos acá, porque todas venimos sin
desayunar. Y después nos ponemos a lavar papas y pelar zanahorias.
Hasta que a las 11.30 llegan los chicos a comer. Tiene que estar
todo listo porque vienen muy hambrientos, cuenta Teresa.
Las madres no tienen ayuda alguna del municipio de Lomas de Zamora.
Sólo reciben donaciones para llevar adelante el centro: Antes
salíamos por el barrio a pedir en los almacenes, o poníamos
la comida nosotras. Fue muy duro al principio. Después, algo
cambió. Hay dos albañiles que están trabajando
ad honorem para ampliar el centro. Y los materiales los dona María
Maffei, la hermana de Marta. La comisión de madres
intenta que el proyecto por un barrio mejor de alguna manera se
cumpla en el futuro. Pero son muchos los obstáculos. Nuestro
objetivo es que el barrio se acerque al centro, trabaje con nosotros,
tire ideas. Pero la mayoría se engancha por un tiempo y luego
dejan de venir, es muy difícil. Sin embargo, algo han
logrado: Tenemos un ropero comunitario donde se cambia por
comida. Cuando llegan donaciones con ropa buena, la vendemos para
comprar alimentos, completa Teresa. Hasta hace un tiempo funcionaba
una guardería manejada por las mismas madres. Cobraban 15
pesos por mes para cuidar chicos de entre 2 meses y 12 años.
Pero todo se acabó porque el lugar no tenía techo
y carecía de servicios básicos. Conclusión:
los chicos se enfermaban a menudo.
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