A
PROPOSITO DEL INMINENTE ESTRENO DE “ALTA FIDELIDAD”, UNA PELICULA DE MUSICA
Y OTRAS COSAS POR EL ESTILO
Conozcan a Rob
TEXTOS
NICK HORNBY
TRADUCCION Y ADAPTACION
MARTIN PEREZ
Finalmente
se estrenará en las pantallas porteñas la adaptación
cinematográfica firmada por Stephen Frears de la gran novela rocker
del inglés Nick Hornby: Alta Fidelidad. En estas páginas
ya se ha hablado largo y tendido sobre la capacidad de Hornby de retratar
de manera literaria sus dos pasiones populares: el fútbol y el
rock. La parte futbolística se puede leer en un libro llamado Fiebre
en las Gradas, y también en la versión online de The Guardian,
que este domingo publicó un reportaje suyo a Tony Adams, el veterano
defensor de Arsenal (el equipo de sus amores). El rock está muy
bien representado en Alta Fidelidad, cuya edición en castellano
está agotada en Buenos Aires. Por eso, a un par de semanas del
estreno del film protagonizado por John Cusack, el No les acerca unos
párrafos autobiográficos de Rob, orgulloso dueño
de una tienda de discos y una impresionante colección de vinilos,
el protagonista de una historia de ciega pasión (discográfica),
corazones rotos y adolescentes treintañeros ambientada en Londres
pero que en el film ha sido trasladada y con todo éxito
a Chicago. Y que, ¿por qué no?, puede ser imaginada en cualquier
lugar del mundo donde haya rock y chicos. Y chicas, claro. Como dice el
slogan original del film, una comedia sobre el miedo al compromiso,
el odio al trabajo, enamorarse y otros éxitos pop. Pasen
y vean(se), muchachos.
Los
cinco trabajos de mis sueños:
1- Ser
periodista del New Musical Express, 1976-1979. Conocería a The
Clash, Sex Pistols, Chrissie Hynde, Danny Baker, etc. Conseguiría
montones de discos gratis, y de los buenos.
2- Productor,
Atlantic Records, 1964-1971 (aproximadamente). Conocería a Aretha,
Wilson Pickett, Salomon Burke, etc. Montones de discos gratis (probablemente).
Haría pilas de dinero.
3- Cualquier
clase de músico (aparte de música clásica o rap).
Habla por sí mismo. Pero me alcanzaría con ser apenas uno
de los Memphis Horns. No estoy pidiendo ser Hendrix o Jagger u Otis Redding.
4- Director
de cine. Otra vez: de cualquier clase, aunque preferiría que no
fuese cine alemán o mudo.
5- Arquitecto.
Una sorpresa que ingresa en el puesto número cinco, lo sé,
pero en la secundaria solía ser muy bueno en dibujo técnico.
Eso es
todo. Y esta lista no es ni siquiera mi top 5: no hay un número
seis o un número siete que haya tenido que omitir por las limitaciones
del ejercicio. Para ser honesto, no estoy ni siquiera preocupado por no
haber llegado a ser arquitecto: sólo creo que si no hubiese logrado
llenar cinco opciones, ahí sí que estaría avergonzado
Mi
negocio se llama Championship Vinyl. Vendo punk, blues, soul y R&B,
un poco de ska, alguna cosita indie, algo del pop de los 60. Todo
al servicio del más serio coleccionista de discos, como reza el
irónico anuncio pintado sobre la vidriera. Estamos en una calle
lateral del barrio, cuidadosamente ubicados en un lugar que atraiga la
mínima cantidad de curiosos. No hay ninguna razón para pasar
por aquí, en realidad, a menos que vivas en el barrio. Y la gente
que vive por acá no parece terriblemente interesada en mi copia
blanca de Stiff Little Fingers (veinticinco libras por ser vos, pagué
diecisiete por ella en 1986) o la edición mono de Blonde on Blonde.
Sobrevivo
gracias a la gente que hace un especial esfuerzo por venir a comprar acá
los sábados. Hombres jóvenes siempre hombres jóvenes
con anteojos onda John Lennon y camperas de cuero y los hombros ocupados
por bolsos cuadrados para vinilos. Y gracias a los pedidos por correo:
pongo avisos en las últimas páginas de las revistas de rock,
y recibo cartas de hombres jóvenes siempre hombres jóvenes
desde Manchester, Glasgow u Ottawa, hombres jóvenes que parecen
gastar una desproporcionada cantidadde su tiempo buscando simples descatalogados
de The Smiths o álbumes de Frank Zappa con un subrayado que diga
`edición original, nunca reeditada. Están tan cerca
de estar locos que apenas si tiene importancia la diferencia.
Esta
noche se me ocurre reordenar mi colección de discos; suelo hacer
esto durante períodos de stress emocional. Hay gente que consideraría
semejante actividad como una forma algo aburrida de pasar toda una noche.
Pero yo no soy uno de ellos. Esta es mi vida, y es lindo permitirse perderse
en ella, meter las manos hasta el codo, tocarla.
Cuando
mi mujer Laura todavía estaba aquí, los discos estaban arreglados
alfabéticamente; antes de eso los tenía catalogados en orden
cronológico, comenzando por Robert Johnson y terminando, no recuerdo,
con Wham! o algún africano o lo que sea que estuviese escuchando
cuando la conocí. Esta noche, sin embargo, me atrae hacer algo
diferente, así que trato de recordar el orden en que los compré:
de esa manera espero escribir mi propia autobiografía sin tener
que hacer nada parecido a agarrar lápiz y papel. Saco los discos
de sus estantes y los despliego en pilas por todo el living, busco Revólver
y comienzo desde ahí. Cuando he terminado me sonrojo con un poderoso
sentimiento de ser, porque esto, después de todo, es lo que soy.
Me gusta ser capaz de ver cómo es que voy de Deep Purple a Howling
Wolf en veinticinco movidas; ya no me duele la memoria de haber escuchado
Sexual Healing de Marvin Gaye durante todo un período de celibato
forzado, ni estoy avergonzado por el recuerdo de haber formado un club
de rock en la escuela, así mis compañeros y yo podíamos
hablar todo lo que quisiéramos de Ziggy Stardust y Tommy.
Pero
lo que realmente me gusta es sentir la seguridad que me transmite este
nuevo sistema; me he hecho más complicado de lo que realmente soy.
Tengo un par de miles de discos, y vos tendrías que ser yo o,
al menos, un doctor en Robología para saber cómo encontrar
cualquiera de ellos. Si quiero escuchar, digamos, Blue de Joni Mitchell,
tengo que recordar que lo compré para alguien en el otoño
de 1983, y lo pensé mejor antes de regalárselo a ella, por
razones de las que realmente no quiero hablar. Pero vos no sabrías
nada de eso, así que estarías perdido, ¿entendés?
Tendrías que pedirme que lo busque por vos, y por alguna razón
encuentro esto algo enormemente confortable.
Algunas
de mis canciones preferidas: Only love can break your heart,
por Neil Young; Last night I dreamed that somebody loved me,
por The Smiths; Call me, por Aretha Franklin; I dont
want to talk about it, por cualquiera. Y también está
Love hurts y When love breaks down y How
can you mend a broken heart y The speed od the sound of loneliness
y Shes gone y I just dont know what to do
with myself y... Algunas de estas canciones las he escuchado, en
promedio, más o menos una vez por semana (trescientas veces el
primer mes, cada tanto desde entonces), desde que tenía dieciséis
o diecinueve o veintiuno. ¿Cómo es que algo así no
termina dejándote lastimado en algún lado? ¿Cómo
es que algo así no te termina transformando en la clase de persona
capaz de deshacerse en pequeñas piezas cuando tu primer amor termina
mal? ¿Qué vino primero: la música o la tristeza?
¿Escuchaba música porque era miserable? ¿O era miserable
porque escuchaba música? ¿Es que todos esas canciones te
terminan transformando en una persona melancólica?
La gente
se preocupa por los niños jugando con armas de fuego, y los adolescentes
mirando videos violentos; nos asusta que esa cultura de la violencia termine
por tragárselos como si nada. Pero a nadie le preocupa que los
niños escuchen miles, literalmente miles de canciones que tratan
siempre de corazones destrozados, de rechazos y abandonos, de dolor, tristeza
y pérdida. Las personas más desgraciadas que conozco son
las quetienen un gusto desarrollado por la música pop. Y no sé
si la música pop es la causa de esta infelicidad, pero sí
tengo muy en claro que han escuchado esas canciones infelices durante
más tiempo del que llevan viviendo sus vidas infelices.
Desde
que tengo mi negocio, hemos intentado encajarle a alguien un disco de
un grupo llamado The Sid James Experience. Usualmente nos liberamos del
material que no podemos vender lo ponemos en oferta, o lo tiramos
a la calle pero Barry, uno de mis empleados, ama este disco (tiene
dos copias en su casa, sólo por si alguien que se lo pida prestado
nunca se lo devuelva), y dice que es raro y que algún día
haremos a alguien muy feliz. Se ha transformado en una especie de broma,
en realidad. Los clientes habituales preguntan por su salud, le dan un
par de palmaditas amistosas cuando se lo encuentran en la batea y a veces
llevan el disco hasta el mostrador como si fuesen a comprarlo y entonces
dicen sólo bromeaba y lo devuelven donde lo encontraron.
Esta
mañana, sin embargo, un tipo al que jamás había visto
antes comenzó a recorrer la sección S-Z dedicada al Pop
Inglés, dejó escapar un suspiro de sorpresa y corrió
a la caja, abrazando la tapa cntra su pecho como si tuviese miedo que
alguien se lo arrebatase. Y entonces sacó su billetera y pagó
por él siete libras directamente, sin preguntar por alguna rebaja
ni reconocer el significado de lo que estaba haciendo. Dejé que
Barry lo atendiese era su momento y otro empleado, Dick, y
yo miramos cada uno de sus movimientos, conteniendo el aliento. Era como
si alguien hubiese entrado de golpe en la tienda, se hubiese echado nafta
encima y hubiera sacado una caja de fósforos de su bolsillo. No
respiramos hasta que encendió un fósforo y se prendió
fuego, y cuando se fue nos reímos todos sin parar. Nos llenó
de fuerzas: si alguien podía entrar y comprar el disco de The Sid
James Experience como si nada, entonces seguramente algo bueno puede pasar
en cualquier momento.
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