MARTA
DILLON
Martín
no va al médico porque teme que le digan algo que no quiere escuchar.
Se siente mal bastante seguido, se siente débil, por las noches
se despierta de golpe, como si le hubieran sacudido la cama y abre los
ojos como platos. Cada tanto se mira en el espejo y cree descubrir alguna
mancha o se le cae demasiado el pelo, o siente una incómoda hinchazón
ahí donde se supone que están los ganglios. Pero no, al
médico no quiere ir. Parece que se lleva tan bien con su miedo
que no quiere desprenderse de él. A lo mejor lo que tiene es
una pavada, le digo. Pero bueno, si es una pavada, ya se le va a pasar,
contesta él. Y si no, prefiere no enterarse.
Martín
es de los que creen que si cierra los ojos, nadie los ve. Que si cierra
fuerte los ojos, la verdad le va a pasar de largo. Es una lástima,
se pierde la oportunidad de hacerse cargo y tomar sus propias decisiones.
Pero ocultarse también es una decisión. Igual que alimentar
a los fantasmas de su miedo y pasar con ellos las noches de insomnio.
lJuan
está angustiado porque el médico le dijo que ya se le
veían los síntomas de la lipodistrofia. El no se había
dado cuenta, tenía la carga viral indetectable, igual que hace
dos años, ningún problema que lo preocupe en relación
a su salud y estaba a punto de irse de vacaciones a un lugar lejano
y paradisíaco. Pero desde la comodidad y la autoridad del guardapolvo
blanco, el médico no tuvo problemas en poner una bomba en la
seguridad de Juan. Por supuesto, cuando llegó a su casa, Juan
notó esa distribución anormal de las grasas que debilita
las extremidades y abulta el vientre. Por primera vez notó que
los pantalones le quedaban grandes de culo y chicos de cintura. Se asustó.
Si el médico dice que tiene que cambiar de medicación,
cree que no puede hacer otra cosa que acatar. El viaje ya se verá.
Juan no puede plantarse frente a su médico, no se anima a contradecirlo.
Se olvida que por mucho que haya estudiado el galeno nadie sabe mejor
que Juan lo que Juan puede o no puede hacer, lo que quiere o no quiere
hacer en cada momento de su vida y de su tratamiento, sea cual sea.
lClara
escuchó las dos historias. Supo de casualidad, por una rutina
de chequeo médico, que vive con VIH. Ya escuchó a un médico
y no es suficiente para ella. Por supuesto que tiene miedo, pero nadie
sabe mejor que ella cómo se siente. Se siente bien. Le dicen
que en su sangre hay un virus y ella lo cree. Pero no cree que esté
enferma. Fue a ver a otro médico sólo para escuchar otra
voz. Ahora trata de tomar una decisión, sabe cuál es el
nombre de su propio fantasma y sabe que lo más importante para
ella es estar bien, sentirse bien, como ahora. Y decide hacerse cargo,
aunque por el momento prefiere no tomar pastillas. Tal vez más
adelante, tal vez después del próximo chequeo o del próximo.
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