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Jueves 5 de Octubre de 2000

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ANDRES CIRO HABLA DEL MOMENTO DE LOS PIOJOS Y DE SI MISMO COMO LIDER DE MASAS ROCKERAS

“A veces cometo el error de creer que lo que yo pueda decirles es muy importante ”


A dias de la aparición del nuevo disco de Los Piojos, el primero en estudios luego de tres años, el cantante y ahora productor de la banda eflexiona sobre lo que sucede en y alrededor de una banda nacional y popular.

TEXTOS PABLO PLOTKIN
FOTOS NORA LEZANO

No hubo tiempo de hacer muchas más cosas en Los Angeles que para mezclar el disco, cuya edición está prevista para el lunes 23 de octubre. Pero Los Piojos jugaron algunos picaditos en Venice Beach, la playa de Santa Monica, en donde –cuenta la leyenda rocker– Jim Morrison pensó que armar una banda de rock y ponerle The Doors no era una mala idea. “Estuve metido en el estudio de lunes a sábados, al lado de Gustavo Borner (ingeniero de sonido), y recorrí... Nada (risas)”, cuenta un somnoliento Andrés Ciro una tarde de lluvia en Buenos Aires. El núcleo central de la banda ha vuelto hace un par de días de la excursión a la costa oeste de los Estados Unidos, con un disco hecho bajo el brazo. Verde paisaje del infierno contendrá finalmente catorce temas (no quince), a saber: “María y José”, “Labio de seda”, “Luz de marfil”, “Vine hasta aquí”, “Globalización”, “Fijate”, “Reggae rojo y negro”, “Ruleta”, “Morella (con la participación de Ricardo Mollo, en un vibrante solo de guitarra), “La luna y la cabra”, “Media caña”, “Mi babe”, “Merecido” y “San Jauretche”. De Los Angeles, no mucho más para contar, salvo la anécdota de una increíble fiesta-comida a pleno sol y a toda pasta, junto a un grupo de italianos cincuentones. Imaginen el cuadro. Y la potencia del auto deportivo con que Borner –casi siempre encargado de mezcla de varios grupos argentinos en Los Angeles– recorre esas largas avenidas y autopistas de la ciudad que nunca parece terminar. Andrés, ahora relajado tras un arduo (y flamante) triple trabajo de compositor-cantante y productor, tiene tiempo para leer, otra vez. Va por la mitad de Yo soy el Diego y no deja de remarcar la agradable sorpresa que significó la dedicatoria en el libro –dentro de una larga lista– de Maradona para la banda. “Qué puedo decir... Es una emoción, una gran emoción”, comenta. El resto, ya fue dicho y aquí está.

–Verde paisaje al infierno sugiere imágenes contradictorias:
el camino al infierno pintado de un color comúnmente asociado al paraíso.
–Sí, nos gustó eso. Tiene que ver con buscar un lugar verde en un infierno, con encontrar el verde en el infierno, o que lo verde también pueda ser infernal. Se me ocurrió viendo todo ese verde que se extendía en la quinta que alquilamos para ensayar. Veníamos de ensayar en un PH, sin ver verde jamás. De repente tuvimos una especie de paraíso adonde ir a hacer lo que nos gusta de una manera relajada, en medio de ese infierno que es a veces la vida de uno, fuera de los momentos placenteros.

–Decís que en la época de Azul estaban mal por algunas cosas
que les había deparado el éxito. ¿Cómo se sienten ahora?
–En el disco hay una idea de esperanza, de renacimiento. Antes de lo que pasó con Dani (Buira, el baterista alejado del grupo por una pelea interna), nosotros hablábamos de cerrar una etapa con DBN, con el sonido, aunque no sabíamos muy bien de qué se trataba, pero tenía que ver con los diez años. Se terminaba una etapa. Estábamos hablando de meter máquinas. De hecho, hicimos algunas zapadas que tienen bases para máquinas. Fue muy loca la coincidencia, sobre todo a partir de lo que un baterista nuevo puede aportar al grupo. Yo me hice cargo de la producción, así que terminamos con esa paternidad que se había creado con (Adrián) Bilbao y (Alfredo) Toth, que es un dúo súper eficiente que a nosotros nos había dado resultados excelentes. Fue una decisión riesgosa, pero era una necesidad.

–¿Y en qué derivó esa búsqueda?
–En incorporar teclados como nunca antes lo habíamos hecho. Invitar a gente como Peteco Carabajal a tocar el violín en “San Jauretche”; El Toba, que es un amigo, tocó instrumentos indígenas. Ricardo (Mollo) hizo la producción de violas, sugirió cosas, y es también un talento único. No solamente es un gran músico sino que debe haber pocos tipos que sepan tanto de guitarras como él. Y tocó en Sumo, que para mí es la banda más grande que hubo acá, y va a ser la más moderna por mucho tiempo.

–¿Y cómo te sentiste en el papel de productor?
–Fue alucinante el respaldo que me dieron los chicos. Están muy claros los roles de cada uno. Como músico, la mayor parte del tiempo te la pasás ensayando dos horas por día, y el resto jugando al fútbol y despertándote a las dos de la tarde. Hacía trece años que no me despertaba una semana entera antes del mediodía... Me gustó eso de tener que ponerme las pilas para que los invitados lleguen a horario, por ejemplo. Y también la actitud de los pibes de escucharme cuando se me ocurre algo, de probarlo, de consultarlo con ellos, y cuando no funcionaba tenerme paciencia paravolver atrás. Muy copado. Es cansador: estoy doce horas adentro del estudio, cosa que no sucedía cuando trabajábamos con Alfredo.

–¿Tiene que ver con que estás más grande?
–Puede ser. No es un gesto de soberbia: es una necesidad de crecer. Hay veces en que no coincidís con tu productor, y finalmente en la creatividad te tenés que sacar la leche con todo lo que puedas. Si a vos te gusta que el coro suene desafinado, mientras la banda esté de acuerdo, ¿por qué no? Uno elige el arte para ser el dios de uno mismo. Someterse al gusto de otro en un punto te cansa. Alfredo tiene un talento y un oído impresionantes, y te hace crecer un tema de un modo alucinante, pero a veces a vos te gusta que el cuento esté mal escrito. Eso no quiere decir que en un futuro no volvamos a laburar con un productor.

–Tuvieron ofertas tentadoras de sellos multinacionales.
¿Qué los convenció de seguir con su sello propio?
–Firmar con una multinacional te genera una dependencia. Cuando estás ahí, no sos una banda independiente (llegamos a la palabra tan usada...). A menos que seas una banda muy grande, ellos imponen las reglas. A mí me rompería mucho las pelotas que viniera un tipo que no es músico y me dijera: “Che, me parece que tendrías que hacerte otro temita como ese que anduvo tan bien en el disco anterior”. Realmente me rompería muchísimo las bolas, porque sé que es un apriete. Existe eso de “estamos gastando la plata en vos: no dejes de saberlo”. Lo que es lógico, porque se trata de empresas. Pero en nuestra decisión prima el arte, no hay apuros de tiempo y dinero. Obviamente, tratamos de abaratar los costos lo máximo posible. Pero hasta ahí, porque ahora nos vamos a Los Angeles a mezclar el disco, y no me voy yo solo: preferimos estar todos. El único que no viene es Roger (el nuevo baterista, Sebastián Cardero, apodado así por su parecido con el cantante de The Who), pero eso es más una cuestión de tiempo.

–Eso hace suponer que todavía no se lo considera parte efectiva de Los Piojos.
–A simple vista parece eso. Roger me sorprende por lo ubicado y lo humilde que es, no quiere pasar por arriba de nadie. Es un poco ansioso, como es lógico. Nos propuso pagar él su viaje, pero le dijimos que no era una cuestión de plata: no queremos apurar las cosas. Es un pensamiento difícil, no sé si es el más acertado, pero cuando con una novia querés hacer todo el primer fin de semana, lo más posible es que la eches a perder. Pero es notable la actitud que tiene. Yo lo siento parte de Los Piojos. No lo siento como un tipo al que le pago para tocar. No somos los Rolling Stones, no tenemos su vejez ni su estrellato. Lo que pasa es que una relación de diez años como la que tuvimos con Dani no se la puede reemplazar de un día para el otro. Es imposible. Pero el cambio podría haber sido mucho peor, a pesar de lo doloroso que fue. A nosotros nos interesa conocer a Roger, que empiece a tirar la suya y que se vuelva uno más. Pero sería absurdo que llegue a la banda y uno lo trate como a un amigo de toda la vida. Las personas somos muy complejas: si el día de mañana descubrimos que es cleptómano, o loco... Pero por ahora todo progresa con sorprendente rapidez, gracias a su ubicación y humildad. En Obras algunos gritaban “Dani, Dani”, y Roger en el camarín me decía: “Yo los re-entiendo. No vine a sacarle el lugar a nadie. Vengo a hacer lo mío, y a esos pibes los entiendo”.

–Cada vez se hace más grande la brecha generacional entre vos y tu público. ¿Sentís cierta responsabilidad sobre ellos a la hora de escribir o de decir algo?
–A veces cometo el error de creer que lo que yo pueda decirles es muy importante. Sí es copado tirarles ciertas líneas, como lo de Jauretche. Creo que irradiamos energía positiva. Es nuestra intención desde hace mucho tiempo. Quizás al principio no, porque uno era más inconsciente y tenía grandes mambos. Me acuerdo una vez que tocamos en el Mariano Acosta.Yo había escabiado antes y salí como enloquecido. Estaba en pedo, enfervorizado, y al tercer tema me había quedado sin voz. Había gritado como un animal, sin calentar la garganta. No pasó medio segundo hasta que hubo una ráfaga de aire helado entre la gente y yo. La música es vibración, y la energía que tirás es lo más importante. Yo sigo teniendo grandes mambos, pero a la vez soy más consciente. Y esa energía positiva es la que la gente dice sentir en los shows. Creo que es uno de los motivos por los que estamos donde estamos. Es cierto que a veces me rompe las bolas sentir que tengo 32 años, mis mambos, que he pasado por ciertas cosas, y quiero cantar algo sin importarme que lo escuchen pibes de doce años. Que se hagan cargo sus padres. Yo tengo que crear.

–También se espera que tomes una postura social determinada, siempre...
–A veces me hincho las bolas y digo: “¿No puedo hacer un tema como los de Marilyn Manson?”.

–¿Y te los reprimís cuando te surgen?
–No, pero en un momento me aparece esa imagen. De todas maneras creo que al pibe le queda lo que le tiene que quedar. No creo que nadie se suicide por una canción. Uno no es tan importante.

–Pero cantar para 30 mil personas, ¿no te hace sentir importante?
–No. Me siento muy importante cuando veo a decenas de tipos armando un escenario de no sé cuántos metros, elevando luces, torres, hombres que se ponen chalecos de seguridad, policía, la calle cortada, y yo soy el único que puede pasar. Esos son lugares en los que me siento importante. Después, en el show, me siento parte de un juego. Es el juego que todos aceptamos jugar. Jugamos al ídolo. ¿Qué importancia tiene tocarme la mano? Ninguna. No te va a modificar nada. Sin embargo, hay un juego tácito que consiste en aplastarse contra la valla para tocarme la mano. Es una pequeña meta de un juego que la gente se plantea.

–Como agarrar la sortija.
–Claro. Aunque agarrar la sortija te da una vuelta gratis; darme la mano a mí no te da nada. Es una anécdota: ¡le toqué la mano a Ciro! Es parte de un juego, y uno tiene que jugarlo lo mejor posible. Sí me gusta cuando siento que estoy haciendo algo bien: un momento, una voz, un instante de adrenalina. Ahí pienso: ¡qué bien estoy jugando este juego! Imaginate si Maradona pensara en toda la gente que lo mira. Se caería antes de sacar del medio. Una banda de rock que se achica no puede llegar a un escenario grande. Si le tenés miedo a la comunicación, dedicate a otra cosa.

–Una parte del rock argentino de los ‘90 condenó el “aburguesamiento” de los artistas.
¿Por qué creés que provoca cierto escozor el hecho de que te compres un auto caro?
–Creo que es natural que me compre un auto lindo. Cuando llego acá (los estudios Panda), hay pibes que nos esperan en la puerta, me piden autógrafos, algunos me dicen: “Che, qué buen auto”, pero con la mejor onda. Al tipo que te quiere o respeta no le importa qué auto tenés. ¿Qué vamos a esperar, que Rodrigo anduviera en ojotas? La Mona Jiménez no sé en qué auto anda, pero no creo que ande en un Dodge 1500. Me parecería ridículo. Hay que buscar un equilibrio. Eso lo pienso cuando hago una letra. Creo que es peligroso... A menos que hagas un tema como “Coche viejo”, de Paralamas: uno supone que el cantante no está hablando de sí mismo, a menos que sea un recuerdo. Son ficciones. Pero si pensás hablar de vos, hay que tener cuidado. Hay ciertas bandas que arrancan de un lugar contestatario, a las que escucho y pienso: “Guarda, porque si a vos te va bien, ¿de qué vas a escribir?”. Creo que ya cayó en desuso eso de cuestionar a Mercedes Sosa porque anda en Mercedes. Me chupa un huevo. Mercedes Sosa no me va a salvar la vida: ¿por qué me va a joder que ande en Mercedes? Los pibes de seguridad de Obras, que ya me van conociendo, el día que me compré el Rover me decían: “Era hora de que te compraras unbuen auto”. Es lógico. Me parece despreciable la persona a la que le va bien y lo oculta.

–Volviendo al disco: una de las canciones nuevas, “Globalización”,
es una toma de posición muy definida.
–Está bien: yo voy al Jumbo del oeste, y si viviera en Palermo iría al Alto Palermo. No tengo algo contra los shoppings; me parece poco feliz cuando vienen a ocupar espacios físicos que podrían destinarse a otra cosa. O los McDonald’s. Mi hija siempre quiere comer en McDonald’s, la cajita feliz. Y a mí me gusta el sabor del Big Mac. Pero creo que no hay equidad en ese intercambio. Por eso digo: “Es Noche de Brujas, ya tengo mi bate/ shopping y McDonald’s, metete en el culo el mate... Tragá mi canción y olvidate”. La globalización es una mentira. Me parece interesante hasta cierto punto lo de Internet, aunque mucha bola no le doy. No le veo mucho sentido a chatear con un venezolano que vive en Los Angeles. Puede ser interesante, pero prefiero charlar con alguien personalmente. Me parece una mentira más. “San Jauretche” plantea también algo de esto.

–”María y José” es, también, algo así como una fábula tercermundista.
–”María y José” habla de un matrimonio suburbano que concibe a un chico con destino de mesías, pero al final María, la madre, dice: “Las madres no queremos héroes, tráiganme pa’acá a mi Ramón”. Había leído El Evangelio según Jesucristo, de Saramago, y tenía la imagen de un éxodo obligado. Pensé cómo se podía trasladar eso acá: entonces se me ocurrió la historia sorprendentemente similar que tenemos en los desiertos de Cuyo con toda esa zona de Medio Oriente. Me los imaginé viajando porque se quedaron sin laburo, yéndose en la miseria total en la caja de un camión. Y ahí un boliviano es el que presencia el parto. El tipo quiere buscar un mesías, pero la madre lo saca de ese lugar, porque sabe que los tipos que quisieron modificar algo fueron liquidados. Más ahora, que estamos todos vigilados. Mientras lo cantaba me vino la imagen de las Malvinas, “las madres no queremos héroes”. La diferencia con ese pueblo judío es que ellos contaban con una gran fe y una gran cultura. Ahora estamos muy invadidos por imágenes de confort. Esa fomentación del deseo hace que el individuo quiera ya. Y en realidad no es más que un nuevo retroceso.

Globalización

Cuervo mexicano/ bajo águila yanqui/ samurai el ponja/ vestido de punkie./ Ahí va Scottie Pippen/ en medio de la Puna/ no te hagai problema darlin’/ slippin’ en la cuna. / Es noche de brujas/ ya tengo mi bate/ shopping y macdonal/ metete en el culo el mate. / Nos juntamos todos/ a tirar los dados/ a ver qué gobierno le conviene a estos tarados/ Globalización/ tragá mi canción/ Globalización/ y olvidate./ Globalización/ niu dominación/ Globalización/ y olvidate. / Pibe no te engrupas/ me decía el vecino/ andate pa’l norte/ acá no hay camino. / Todos me llenaban/ así la cabeza/ me globalicé/ debe debe debe debe... / Globalización/ tragá mi canción/ Globalización/ y olvidate. / Globalización/ niu dominación/ Globalización/ y olvidate.

Los personajes de la imaginería piojosa

Cuadro de honor

Diego Maradona. El romance más difundido, cercano y acabado de Los Piojos. La relación empezó con “Maradó”, siguió con la aparición en escena del Diego en Obras (más un posterior encuentro en un restaurante de Las Cañitas, donde un par de Piojos le regalaron un bombo murguero) y llega hasta hoy: ellos tocando de espaldas al público, de cara a la pantalla en que se proyectan imágenes del astro (Obras 2000); Diego incluyéndolos en la lista de agradecimientos de Yo soy El Diego, su autobiografía.

Enrique Santos Discépolo. A través de la versión rock de “Yira Yira” (Chac Tu Chac, 1992), Los Piojos publicaron su fascinación por el poeta que contó con resplandeciente lucidez las miserias de los tiempos modernos, y la influencia que ejerció sobre Ciro se comprueba en temas como “Manises” (que recupera el espíritu de la advertencia: “Cuando manyés que a tu lado se prueban la ropa que vas a dejar”). En los últimos shows en Obras, loopearon la imagen del poeta explicándole “Yira Yira” a Gardel. Sublime.

Arturo Jauretche. “Lean a Jauretche”, recomendó Andrés desde el escenario después de estrenar “San Jauretche” (que estará incluido en Verde paisaje al infierno). Conductor de la Forja (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) y nexo ideológico entre el yrigoyenismo y el peronismo, el político y autor reivindicaba al hombre argentino común (el “ver las cosas desde adentro”) y repudiaba a la intelligentzia extranjerizante. Vean de qué habla “Globalización”.

Rolling Stones. En cierta oportunidad, Andrés le confesó a este suplemento que se sumó a Los Piojos para tocar covers de los Stones. Uno de los hits del repertorio en los primeros tiempos era una versión algo desordenada de “Jumpin’ Jack Flash”. Con el tiempo, el fanatismo por Sus Majestades Satánicas mutó en admiración, y la pasión ahora descansa en la remake en castellano de “It’s only rock’n’roll, but I like it” (Ritual, 1999).

Jaime Roos. “A nosotros nos resulta más estimulante revolcarnos en el barro de la orilla rioplatense que en la de Manhattan o California”, dijo Ciro alguna vez. Luego, el maestro del candombe uruguayo los elogió personalmente: “Ustedes tienen mucho de Buenos Aires, esa cosa rioplatense y callejera, medio tanguera, que no veo en otros grupos que imitan el rock anglosajón o latino”. Los mejores resultados se ven en “Ay ay ay”, “Ando ganas”, “Al atardecer” y el nuevo “La cabra y la luna” (título tentativo).

Redonditos de Ricota. El ejemplo de cómo se comporta una banda de rock lo aprendieron de Solari y los suyos. Exposición mediática mínima indispensable, coherencia ideológica y la idea del artista como proyección de su público. En 1990, los Redondos los eligieron “revelación” en la encuesta anual del suplemento Sí, Skay subió a tocar con ellos y la Negra Poli se los recomendó al productor Gustavo Gauvry, que terminaría conectándolos con DBN para editar el debut.

Ernesto Che Guevara. El único mártir consumado de esta pequeña galería, y tal vez el máximo héroe del siglo pasado. Antes que adoptaran la figura de Jauretche, era el único emblema político explícito de Los Piojos (también expuesto en imágenes en los últimos Obras). “Esquina Libertad”, la canción que abre Tercer Arco, retrata los tiempos en que el marketing global se apropió de la imagen del revolucionario: “Guevara en mi remera de Dior... Era argentino y murió en Vietnam”.