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Jueves 1 de Octubre de 2000

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convivir con virus

MARTA DILLON

¿No pueden hablar de otra cosa que no sea preservativos?, dice Ana frente a la pantalla de la tele después de que Valentina Basi apareciera promocionando esa línea a la que se puede llamar para que te respondan todas las dudas posibles sobre sida. Ana lo dice esperando que se avance un poco más allá: porque lo que la actriz hace no es más que preguntar si el preservativo se usa para pasar inmediatamente a anunciar la línea. Tiene razón, también se podría hablar de cuando es posible no usarlo, se podría hablar de sexo oral, de lo placenteras de otras prácticas que no tienen que ver con la penetración y que son muy seguras. Pero bueno, no podemos pasar del forro, le digo. Por más que en el micromundo en el que nos movemos las dos sea vox populi que no hay mejor sexo que el sexo seguro –es decir con forro y con ganas– y que ninguno de nuestros amigos se va a preocupar porque alguien esté saliendo –o cogiendo– con alguien que tiene vih –qué aburrido sería todo de otra manera–; es obvio que demasiada gente se rasga las vestiduras frente a las dos posibilidades que acabo de nombrar. A mí lo que me pasa cuando veo esa promoción de la línea sida es que me parece que el agujero es tan grande que no se puede llenar con la posibilidad de un llamado anónimo. De hecho hay quienes no tienen un teléfono a mano, hay quienes están tan lejos de las condiciones mínimas de dignidad que llegar hasta el teléfono público es una aventura tan difícil como comprarse una cajita de forros. Pero ya sabemos lo difícil que es en este país llamar a las cosas por su nombre, las campañas más creativas con respecto al vih sida son las que usan simpáticos eufemismos como “no uses el lápiz sin la goma”, que, sin ánimo de menospreciar el entendimiento de nadie, no es lo suficientemente clara. Por supuesto no es misión de una empresa privada darle herramientas a la gente para que pueda gozar de su sexualidad sin miedo. Lástima, gozar no parece ser una prioridad y ahí, creo yo, está gran parte del problema. Hace poco leí que en el último congreso mundial de sida los profesionales reconocían que los mensajes basados en el miedo no habían servido para favorecer la prevención. Y es que el placer, enfrentado al miedo, suele arrasarlo con los ojos cerrados. Me acuerdo que hace un par de años pregunté a casi cien adolescentes si usaban forros, y la respuesta era que sí, pero no siempre. Una de las causas por las que no los usaban era porque “a la hora de los bifes uno no quiere pensar en la muerte”. Y la verdad es que no hay razones para hacerlo. La idea sería celebrar la posibilidad de gozar, de encontrarse, de amarse, de explorarse con la única restricción de tener forros a mano para el momento de la penetración. No para salvarse de la muerte sino para disfrutar plenamente de la vida.

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