MARTA
DILLON
¿No
pueden hablar de otra cosa que no sea preservativos?, dice Ana frente
a la pantalla de la tele después de que Valentina Basi apareciera
promocionando esa línea a la que se puede llamar para que te
respondan todas las dudas posibles sobre sida. Ana lo dice esperando
que se avance un poco más allá: porque lo que la actriz
hace no es más que preguntar si el preservativo se usa para pasar
inmediatamente a anunciar la línea. Tiene razón, también
se podría hablar de cuando es posible no usarlo, se podría
hablar de sexo oral, de lo placenteras de otras prácticas que
no tienen que ver con la penetración y que son muy seguras. Pero
bueno, no podemos pasar del forro, le digo. Por más que en el
micromundo en el que nos movemos las dos sea vox populi que no hay mejor
sexo que el sexo seguro es decir con forro y con ganas y
que ninguno de nuestros amigos se va a preocupar porque alguien esté
saliendo o cogiendo con alguien que tiene vih qué
aburrido sería todo de otra manera; es obvio que demasiada
gente se rasga las vestiduras frente a las dos posibilidades que acabo
de nombrar. A mí lo que me pasa cuando veo esa promoción
de la línea sida es que me parece que el agujero es tan grande
que no se puede llenar con la posibilidad de un llamado anónimo.
De hecho hay quienes no tienen un teléfono a mano, hay quienes
están tan lejos de las condiciones mínimas de dignidad
que llegar hasta el teléfono público es una aventura tan
difícil como comprarse una cajita de forros. Pero ya sabemos
lo difícil que es en este país llamar a las cosas por
su nombre, las campañas más creativas con respecto al
vih sida son las que usan simpáticos eufemismos como no
uses el lápiz sin la goma, que, sin ánimo de menospreciar
el entendimiento de nadie, no es lo suficientemente clara. Por supuesto
no es misión de una empresa privada darle herramientas a la gente
para que pueda gozar de su sexualidad sin miedo. Lástima, gozar
no parece ser una prioridad y ahí, creo yo, está gran
parte del problema. Hace poco leí que en el último congreso
mundial de sida los profesionales reconocían que los mensajes
basados en el miedo no habían servido para favorecer la prevención.
Y es que el placer, enfrentado al miedo, suele arrasarlo con los ojos
cerrados. Me acuerdo que hace un par de años pregunté
a casi cien adolescentes si usaban forros, y la respuesta era que sí,
pero no siempre. Una de las causas por las que no los usaban era porque
a la hora de los bifes uno no quiere pensar en la muerte.
Y la verdad es que no hay razones para hacerlo. La idea sería
celebrar la posibilidad de gozar, de encontrarse, de amarse, de explorarse
con la única restricción de tener forros a mano para el
momento de la penetración. No para salvarse de la muerte sino
para disfrutar plenamente de la vida.
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