MARTA
DILLON
La
semana pasada hubo un seminario, en el Congreso de la Nación,
sobre reducción de daños, un par de palabras
que causan sobre todo desconcierto en quien las escucha. Se trata de
una estrategia útil para proteger a usuarios de drogas de daños
colaterales que son perfectamente evitables, aun cuando la elección
sea continuar consumiendo drogas. Más sencillamente se trata
de proveer la educación y los medios necesarios para que, quienes
elijan picarse, lo hagan con jeringas esterilizadas, en las máximas
condiciones de higiene y sabiendo que no es necesario exponerse a infecciones,
cuando con esas mínimas precauciones es posible estar a salvo.
Aunque no lo crean, este mismo año, el Ministerio de Salud de
la Nación abrió la posibilidad de llamar a las cosas por
su nombre y asistir a quienes se inyectan drogas y no quieren o no pueden
dejar de hacerlo. Claro que para que eso suceda la persona en cuestión
debe demostrar que ha pasado por más de un programa de rehabilitación
para drogadependientes y no ha tenido éxito. Recién después
podrá recibir sus jeringas nuevas en algún centro de salud.
En el mundo las experiencias son otras, en lugares como Amsterdam, en
Holanda, o en San Salvador de Bahía, en Brasil, los servicios
de salud son los que van a la calle a buscar a esas personas que necesitan
jeringas, amparo, una oportunidad para sentir que a alguien le importa
que ellos sigan vivos o no. En esos dos países, por citar ejemplos,
la cantidad de contagios de vih por vía endovenosa se redujo
en porcentajes muy alentadores del 30 al 9% y sigue disminuyendo-,
tanto es así que para argumentar en favor de la reducción
de daños es posible hacer cuentas: es mucho más barato
prevenir de esta manera los contagios que atender a las personas ya
infectadas, proveerles medicamentos y atención en hospitales.
Pero más allá de la cuestión matemática,
y mucho más allá de lo tímidos que son los acercamientos
a este tema, hablar de reducción de daños es alentador.
Por un lado porque estaríamos dando un paso adelante en la convivencia.
Reducir daños significa aceptar que existen otras elecciones
con las que se puede o no estar de acuerdo, y que a pesar
de ellas es más importante proteger la vida. En nuestro país
el 43% de los que viven con vih se infectaron por causas asociadas al
uso de drogas inyectables: es el porcentaje más alto de Latinoamérica.
Quienes se inyectan no son aquí niños ricos con tristeza
como en otros lugares del mundo sino en su mayoría jóvenes
que nacieron sin opciones, marginados de la educación, el trabajo
y la dignidad. La única opción que muchas veces tienen
esos pibes que se pican en las esquinas con una única jeringa,
que a veces ni siquiera lo es también sirven los canutos
de las bic o similares es la que compromete su propio cuerpo.
Eso es lo único que poseen. Ejercen violencia contra ellos como
presos que se cortan para reclamar la atención de sus guardias.
Tender una mano hacia ellos, decirles que nos importa que estén
vivos, que nos importa cuando hablo en plural hablo del Estado
su dignidad de personas más allá de la práctica
que estén ejerciendo, es abrir un espacio para el diálogo,
es darles una oportunidad, devolverles su categoría de prójimo
próximo, un igual que está en otra situación
al que se le ofrece la posibilidad de cuidarse.
[email protected]