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Jueves 2 de Noviembre de 2000

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EL PANORAMA DEL ROCK BRITANICO AL MOMENTO: LO QUE VIENE, LO QUE VIENE

Cosecha radiohead 2000

El grupo insignia del sonido aquí y ahora de la Gran Bretaña ya tiene descendencia. Ahí está la bellísima “Yellow” de Coldplay como caso testigo, y toda una serie de bandas, casi todas desconocidas en Argentina, que siguen el camino del profeta Thom. Y por el mismo precio, el escritor Nick Hornby escribe sobre Kid A y su significación para los tiempos.

TEXTO Y PRODUCCION: MARIANA ENRIQUEZ

De todas esas bandas nuevas que crecen como hongos, la más importante es Coldplay. Su disco debut, Parachutes fue celebrado por la crítica, al punto que se lo considera uno de los discos más importantes de este año en el rock de las islas. Ya han vendido millones a caballo de un single, “Yellow”, una preciosa canción de amor. Y están mucho menos angustiados que sus contemporáneos. A pesar de la enorme melancolía de sus canciones, lo que Coldplay parece estar diciendo es que hay esperanzas y cosas buenas en la vida. Cosas simples. A diferencia de Thom Yorke, los sufrimientos de Chris Martin, el cantante (de sólo 23 años, y antes estudiante de historia antigua) son comunes: los de cualquier ser humano que no necesariamente se angustia por el consumismo y la inevitable debacle del mundo. Claro, la acusación es que Coldplay no tiene nada que decir, que sólo hablan de amor. Que sus canciones son románticas, es cierto. “Shiver” abre el disco con la sencilla línea “te miro y no me prestás atención” que está a años luz de los cuasi ensayos en los que se convirtieron las letras de los Manic Street Preachers cuando las escribía el ¿suicida?/desaparecido Richey Edwards. En “Yellow”, Chris canta “por vos voy a desangrarme hasta quedar seco”. Más tarde en “Trouble”, insiste “nunca quise lastimarte”. Sin líricas rebuscadas ni sentimientos complejos, Coldplay se convirtió en la banda favorita del momento. Y sin escándalos. Si hay algo que los disgusta es la exposición y el circo de estrellas de rock montado alrededor de bandas como Oasis, o las extravagancias y poses de glam de, por ejemplo, Suede o Placebo. Ellos son chicos que fueron a la Universidad (todos tienen títulos) y que, en el caso de Chris Martin, no fuman ni se drogan ni toman alcohol. Son buenos chicos, anti-estrellas, sólo preocupados por la música. Quizá aburridos, pero no para sus devotos fans, que han convertido al rock melódico en algo popular.
Guy Berryman, el bajista, comparte créditos en las canciones con sus tres compañeros (Coldplay es una banda sumamente democrática). Es hombre de pocas palabras porque “nosotros sólo queremos ser conocidos por nuestra música”, como se encarga de explicar en conversación telefónica con el No.
–Esta es una pregunta que probablemente te tiene harto, pero es inevitable. ¿Te molestan las comparaciones con Radiohead, Jeff Buckley y Nick Drake? ¿Creés que son ciertas, o a esta altura se trata de un lugar común?
–Es un lugar común, una etiqueta que nos pusieron. Realmente no creo que sonemos como Radiohead sobre todo. Nos gustan, sí, pero no es más que eso.
–Parachutes tuvo críticas fabulosas ¿Esperaban semejante recibimiento de parte de la prensa inglesa?
–Bastante. Teníamos confianza en el disco, pero no creíamos que iba a ser para tanto. A la gente también le gustó mucho. Supongo que las buenas canciones bien tocadas siempre tienen ese resultado. Creo que las canciones son lo más importante.
–Un crítico dijo que ustedes son una opción para escapar del cinismo que impregna a las bandas británicas que solían ser populares en los 90. ¿Estás de acuerdo con eso?
–No estoy muy seguro de qué quiso decir ese periodista, pero es algo lindo, ¿no? Es una buena definición.
–¿Creés que existe una nueva escena en Inglaterra que incluye a bandas como Travis, ustedes y Muse?
–Hasta cierto punto sí. No es que a todo el mundo les gusten todas esas bandas, pero lo que no existe es una rivalidad. En ese sentido se puede hablar de una escena. No existe algo como Travis versus Coldplay: te pueden gustar ambas.
–Coldplay es una banda de guitarras, bastante clásica. ¿Les interesa la música electrónica?
–Me gusta alguna música electrónica sí, pero nunca estuve en la escena rave ni nada que se le parezca. Siempre estuve metido en bandas, y escuchando mucha música, nunca seguí a un artistas en particular.
–¿Están disfrutando la fama, o les resulta apabullante?
–No creo que las cosas hayan cambiado mucho para nosotros en ese sentido, para ser honesto. Todo parece normal. Estamos disfrutando todo, estamos en medio de un tour, nos gusta tocar. Además, no nos interesa ser famosos, ni nada que rodea a la fama. Nos importa más tocar bien.
–¿Planean hacer una gira por Estados Unidos? ¿Les preocupa triunfar allá?
–Vamos a ir a ver que pasa. El disco se edita este mes. Pero no queremos conquistar EE.UU. o nada de eso. Las bandas que son grandes allá como Limp Bizkit o Eminem no tienen nada que ver con nosotros, pero Radiohead tuvo un número uno y a Travis no le va mal, así que supongo hay lugar para todos. No nos quita el sueño, sin embargo.
–Se los critica bastante porque son universitarios. “Si vienen de clase media y de una posición acomodada, no tienen nada que decir”, se dice...
–Es una cosa tonta, realmente. Se nos estereotipa como “rock de estudiantes”. Todos tienen derecho a hacer música, y nadie tiene que justificar sus motivos o pedir perdón por su origen.

Coldplay
Travis

 

Doves Su historia es bastante diferente a las de sus contemporáneos. Es cierto, Lost Souls es su álbum debut, pero este trío de Manchester (Jimmi Goodwn en bajo y voz, y los hermanos Jez y Andy Williams en guitarra y batería) tienen 30 años y un pasado. Antes eran conocidos como Sub Sub, una banda de música dance que solía tocar en el famoso club Haciendaa, y que tenían por manager a Rob Gretton, ex manager de New Order. Pero la escena dance de Manchester se puso fea y violenta, su disco debut (Full Fathom Five) no funcionó. Y cuando intentaron grabar un segundo disco, literalmente sólo quedaron cenizas de esas cintas: su estudio se incendió y ése fue el fin de Sub Sub. Poco después murió su manager. Finalmente, años después, grabaron Lost Souls en un galpón sin ventanas de Manchester. El álbum no tiene nada de dance: es un disco de guitarras, de oscura melancolía, y pop psicodélico, con influencias de R.E.M y hasta The Verve, sólo que Doves no es una mera copia: tienen su sonido particular. Un crítico los describió como “imaginen que Elliot Smith hubiera nacido en Manchester y no en Portland, y que en vez de haber sido grunge, hubiera sido raver”. Otras influencias incluyen a Radiohead, Paul Weller, pero la búsqueda constante de comparaciones con bandas muy distintas demuestra la complejidad de la música de Doves. Que sin embargo es accesible, plena de momentos que recuerdan cuartos lleno de humo y noches de alcohol, con guitarras preciosas y estribillos melodiosos. Son la nueva gran esperanza inglesa, y toda la crítica coincide en declararlos los mejores de la escena alternativa: la mayoría concluyó que Lost Souls es uno de los primeros álbumes clásicos el 2000. Los Doves no cultivan ninguna imagen: son medio gorditos, no le temen a la barba de dos días, van de jean y camisa y tienen feos cortes de pelo. La imagen del hombre común, de melancolía madura y áspera vulnerabilidad viril.
Momento más íntimo: el tema “The Cedar Room”, cuando Jimmi Goodwin articula su soledad diciendo “Traté de dormir solo y no pude/ Podrías estar sentada a mi lado, y no me daría cuenta”.

Travis Son un cuarteto de Glasgow, Escocia, que grabaron su primer álbum, Good Feeling, en 1997. Fran Healy (voz y guitarra), Neil Primrose (batería), Dougie Payne (bajo) y Andy Dunlop (guitarra) son amigos de la adolescencia, y vienen tocando desde mediados de los ‘90, pero alcanzaron el éxito con la edición en 1999 de The Man Who (editado en Argentina), el disco que los llevó al número uno. The Man... (producido por Nigel Godrich –sí, el que trabajó con Radiohead– y Mike Hedges, habitual productor de los Manic Street Preachers) es una definición del estilo Travis, que abreva en igual medida de (¡otra vez!) Radiohead –pero el de las baladas, no el de la experimentación ni los opus– y las melodías agradables y dulces de los Beatles, al estilo “Because”. La voz de Fran Healy, con sus falsetes y delicadeza, por momentos se parece mucho a la de Yorke (en la canción “Turn” es fácil confundirlos), pero es más romántica y cálida. Especialistas en baladas y canciones de amor desesperado, se revuelven en la melancolía más que en la tristeza. Algunos críticos se aburren bastante con esto. El New Musical Express, por ejemplo, dijo: “Demasiados lentos. Canciones para prender encendedores, blues lentos, canciones para chupar cigarrillos negros, requiems, todo tipo de sombras. Cosa que está bien si sos Billie Holiday, pero para unos tipos de Glasgow, el resultado no es necesariamente tremendo”. La gente, sin embargo, los ama: hay algo en la melancolía de clase media de Fran Healy, en las letras sencillas y directas, que emociona a una generación cansada de los excesos de las estrellas del brit pop y sus extravagancias. Cultivan una imagen de chicos comunes y agradables. Nada de glamour, podrían ser los vecinos de cualquiera.
Momento de más intensa melancolía: la totalidad de The Man Who, pero especialmente el tema “Why does it always rain on me?”, que con una triste melodía disfrazada de pop entrega esta letra: “No puedo dormir esta noche/ todos me dicen que todo está bien/ y aún así no puedo cerrar los ojos/ veo un túnel al final de todas estas luces/ ¿Dónde se han ido los días de sol?/ ¿Por qué siempre llueve sobre mí?/ ¿Es porque mentí cuando tenía 17?/ ¿Por qué llueve tanto y tan frío?”.

Muse Son un trío de Devon. Mathew Bellamy (voz), Chris Wolstenholme (bajo) y Dominic Howard (batería) son, además, muy delgados, muy jóvenes (el promedio de edad de la banda es 22 años) y están muy alienados. Bellamy dice que encuentra su existencia muy “injusta”, y que escribe sobre eso. Muchos críticos desconfían de su angustia. Ellos responden: “No nos interesa lo que piense cierta porción del público, somos de verdad, y también son verdaderas nuestras preocupaciones y desesperaciones”. La acusación más grave, sin embargo, es que son una suerte de karaoke de Radiohead y Jeff Buckley (sobre todo por la histriónica y enorme voz de Bellamy). Apreciación que los pone histéricos: ellos se refieren a Radiohead como “esa banda”. Y dicen que “lo único que vamos a decir es que cuando esa banda estaba grabando The Bends fueron a ver a Jeff Buckley, los impresionó y los influenció. A nosotros nos pasó mismo. Pero en cuanto a esa banda, nos gustan algunas canciones, pero eso es todo. Y no sonamos como ellos, especialmente en vivo”. Aparentemente en esto tienen razón, porque Muse son mucho más pesados en vivo y el cantante hasta rompe guitarras y tiene pequeñas pataletas. Sus fans son en su gran mayoría adolescentes alienados y álbum debut, Showbiz, vendió casi 150 mil copias en Inglaterra. Dato importante: lo produjo John Leckie, productor de The Bends. En EE.UU. acaban de firmar para el sello Maverick, de Madonna. Cultivan la imagen neurótica con delgadez extrema, pelos de colores, poco glamour e intensas chupadas a sus cigarrillos. El brit pop nunca los impresionó. “Cuando apareció Oasis”, dice Bellamy, “no me gustaron nada. Toda esa música no era apasionada. La música no se trata de eso, ninguna de esas bandas se lo tomaba en serio. Nosotros escuchábamos música norteamericana”. Se refiere a Smashing Pumpkins y Nirvana específicamente, “la última banda en ser apasionada con respecto a su música”.
Momento pico de angustia: la letra de “Escape”, segundo track del álbum debut. Incluye líneas de jolgorio como: “Dirías cualquier cosa/ e intentarías cualquier cosa/ para escapar de tu insignificancia”.

JJ72 Otro trío, pero de Dublín, y aún más jóvenes (el promedio en este caso es 19 años). Son Mark Greaney (voz y guitarra), Fergal Matthews (batería) y una chica, Hillary Woods, en el bajo. Su álbum debut se llama sencillamente JJ72 (un nombre elegido por el cantante y del que hasta sus compañeros ignoran el significado) y todo el proceso fue terriblemente rápido: enviaron demos a Djs y radios, y en menos de un año tenían un contrato. El disco incluye canciones acústicas tristísimas como “Willow” (vuela por allí el espectro de Jeff Buckley y, según admite el propio Mark, el de Nick Drake), pero también gustan de los estallidos cuasi punk... a la Radiohead. Pero las comparaciones son más amplias aún: algo de Radiohead, algo de Maniac Street Preachers (por algo comparten manager con la banda más angustiada de Gales), Joy Division y otras tristezas. La canción “Oxygen”, su primer single, resume todas estas influencias (más la de Nirvana) y demuestra una cualidad: saben a quién y como “tomar prestado”, tienen un gusto excelente. De todos modos, lo que más tiene conmocionados a los críticos es la voz de Greaney, de apenas 20 años. Mezcla de niño cantor de Viena con Brian Molko y algo de Thom Yorke, su registro es hipnótico y molesto en su extrema androginia. Un gusto adquirido. La crítica los define como “canciones para escuchar en días lluviosos, solo”. Sus fans son, según el propio Greaney, “inadaptados e intensos”. Ellos cultivan imagen de chicos normales, pero sensibles y frágiles, que están creciendo. Excepto Hillary, la adolescente precoz, dama de hielo sofisticada.
Momento pico de angustia adolescente: cuando “Oxygen”, el primer y fantástico single, estalla en guitarras, con un estribillo de himno queresume la sensación de angustia y, al mismo tiempo, invulnerabilidad adolescente: “Elevándonos hacia la pureza de la locura/... Vos y yo vamos a llegar tan alto/ hay poco aire, pero nuestra tierra no respira/ y no necesitamos oxígeno/ son los sueños los que nos unen y los que nos encierran”.

 

Doves
Muse

 

No hay que avergonzarse, muchachos

”En la biografía de Ray Charles de Michael Lydon, el autor señala que nuestros hábitos musicales cambiaron con el advenimiento del rock’n’roll. Ya no estamos interesados sólo en las canciones. Lydon apunta que el rating del gran programa musical de TV de los ‘50, Your Hit Parade, se desplomó porque el público perdió interés en covers blandas y ‘blancas’: queríamos escuchar el disco original. Esto era entendible: es difícil imaginar que alguien prefiera un cover y no a Elvis y Scotty Moore haciendo ‘Baby let’s play house’. En retrospectiva, también es cierto que esta transferencia trajo muchos problemas y decepciones. Decidimos confiar en el artista, no en el material. En consecuencia, un par de décadas después, los fans del rock fueron corriendo a comprar Metal Machine Music de Lou Reed. Metal Machine Music consistía, recordemos, en sesenta minutos de ruido, feedback y acoples, y era una burla a cualquiera que estuviera interesado en Reed. Si hubiera justicia en el mundo, el disco debería haber provocado demandas y posiblemente una sentencia a prisión de su creador. En cambio, ha conseguido algo parecido a un estado de culto entre los devotos de Reed (los usuarios que lo comentan en sitios como amazon.com lo aprueban perversamente...)”
“...Es justo decir que Kid A, el nuevo álbum de Radiohead, no es en absoluto tan molesto y tedioso como Metal Machine Music. Tiene sus momentos atractivos y emocionantes –de vez en cuando, incluso, tiene momentos hermosos–, y aquellos fans de la banda que insisten en amar el disco no van a terminar diciendo que escucharon hits de Ricky Martin debajo de los pasajes ambient. Pero este disco parte de la misma premisa que el de Reed: se apoya firmemente en nuestro apasionado interés por cada recoveco de la carrera de una banda, no importa cuán pretenciosos y triviales sean. Hay que trabajar duro con álbumes como Kid A. Hay que sentarse en casa noche tras noche y rendirse a la atmósfera de paranoia milenaria, tratando de descifrar al mismo tiempo los elípticos fragmentos de letras o intentando comprender los confusos títulos de las canciones (‘Treefingers’, ‘The national anthem’, y así). En otras palabras, hay que tener dieciséis años. Cualquiera con edad para votar puede encontrar demandas más urgentes a las que dedicarle su tiempo: una pareja, el trabajo, comprar comida o escuchar otro cd que se compró el mismo día. También puede encontrarse gritándole a la compactera: ‘¡¡¡Callate!! ¡¡¡Se supone que son una banda pop!!!’ (los críticos de rock que aman Kid A lo hacen porque su trabajo los fuerza a consumir música de la misma manera que un adolescente de dieciséis. No hay que confiar en ellos). Sospecho que la gente que escucha rock desde hace décadas ya no tiene paciencia para los discos ‘arriesgados’, como tenían antes. Kid A demanda la paciencia de los devotos. Y tanto la paciencia como la devoción se van desvaneciendo cuando empezás a cobrar un sueldo...”
“...Quién sabe por qué Radiohead ha obtenido tantos seguidores. Se puede argumentar que fueron las partes largas, arriesgadas de OK Computer, pero es igualmente probable que hayan sido las canciones más directas las que engancharon a la audiencia. Sea lo que sea, Radiohead tiene ahora fans fervientes que le van a dar a la banda todos los permisos que necesite. Ya nos dimos sobrada cuenta de que los Radiohead están aburridos de su envidiable facilidad para escribir melodías y canciones bien estructuradas: en varias entrevistas, la banda nos advirtió que Kid A iba a marcar una gran diferencia con respecto a sus predecesores, y aparentemente toda clase de ruiditos y fragmentos de música empezaron a emanar de los sitios web de la banda. Da una cierta sensación de alivio que cuando finalmente se pone Kid A en la compactera lo primero que se escucha es el jugoso (y bellamente grabado) sonido de un piano eléctrico, tocando una dulce, eclesiástica introducción. ‘¡Hey! ¡Puedo aguantar la experimentación!’, se piensa, pero la confianza inmediatamente es noqueada por la letra de esa primera canción, ‘Everything in its Right Place’, queconsiste básicamente en ‘ayer me desperté chupando un limón’ y ‘hay dos colores en mi cabeza’. Lo que es peculiar de este disco es que niega los dos elementos de la música de Radiohead que hicieron a la banda algo distintivo y cautivante. La mayor parte del tiempo, la voz de Thom Yorke está distorsionada hasta hacerse irreconocible, o no canta en absoluto. Y la guitarra de Johnny Greenwood, que previamente había sido una herramienta tan inventiva, ha sido reemplazada por sintetizadores. Una explicación puede ser el entusiasmo de la banda por la música que están escuchando últimamente (Messian, aparentemente, y Charles Mingus, y otro montón de cosas que no se parecen en nada a ‘Creep’). El resultado es que no hay lugar para nada que se aproxime a la música pop convencional, y aunque la banda trate de demostrarnos cuán amplios son sus gustos, es difícil entender por qué deberíamos estar interesados en la versión Radiohead de Charles Mingus, o en sus versiones de Joyce o Fassbinder (muchas de estas influencias aparecen semidigeridas, en el mejor de los casos, y hay muy poco de Kid A que es remotamente memorable). Otra explicación es que ésta es una banda que se odia a sí misma, o por lo menos, al eco de sí misma que uno puede escuchar en innumerables Radiohead bebé que empezaron a nacer en los últimos años. Radiohead es una banda tan imitada hoy como Nirvana lo fue hace unos años, y aunque esas imitaciones deben ser irritantes y deprimentes (los imitadores fotocopian la superficie, pero no el alma ni las entrañas ni la inteligencia), retraerse y dejar de lado todo lo que alguna vez te hizo accesible parece falta de coraje. En cualquier caso, es difícil ser vos cuando todos están intentando ser vos, también...”
“...Nadie le está diciendo a Radiohead que no evolucione o crezca o cambie, o que no hagan algo diferente. Sería bueno, sin embargo, que la banda reconozca que sus enormes dones, que a veces dejan sin aliento, su brillantez para componer, tocar, cantar, conectar e inspirar, no son algo de lo que tengan que avergonzarse. De hecho, quizá todavía los tengan a mano la próxima vez.”
NICK HORNBY

Fragmentos de la reseña de Kid A titulada “Más allá de la palidez”, firmada por el escritor de “Pitch fever”, “High fidelity” y “About a boy” y publicada en la revista New Yorker de octubre. El motivo de su publicación tiene que ver con tres razones: 1) El autor, aún sin saberlo, coincide con el pensamiento sobre los “bebés Radiohead” y juramos que la decisión gráfica de la tapa se tomó antes de leer y traducir su comentario. 2) No se sabía, hasta el momento, de la existencia de algún “mínimo” (aunque sea) cuestionamiento a la calidad del disco. 3) Siempre es bueno leer a Hornby.

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