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Jueves 30 de Noviembre de 2000

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Sergio Rotman, el bocón ROCKER ataca de nuevo

“Lo único que nos puede destruir es un hit”

Cienfuegos sigue vivo y ahí estará el sábado para demostrarlo. Después de rumores y una cierta confirmación del final, una de las pocas bandas con cultura rock del medio local afronta una "nueva" etapa. Eso, al menos, asegura su cantante y mentor.

TEXTOS: MARTIN PEREZ
FOTOS: SANDRA CARTASSO

A Sergio Rotman le gusta ser bocón. O, más bien, no le importa serlo. “Lo importante es lo que uno hace, no lo que dice”, asegura mientras se encoge de hombros con una sonrisa. No es casual la “mención”: el cantante de Cienfuegos, ex Cadillac, supo ganarse todos los reproches de sus compañeros de grupo cuando –hace un par de meses, durante un show en la FM Supernova 96.7– declaró muy orondo que ése era el último show del grupo. Y lo cierto es que muy cerca estuvo de serlo, pero ése no es el punto. “Cuando me fui de los Cadillacs se armó flor de revuelo por todo lo que dije, y no hice más que decir la verdad. Pero la gente no se merece la verdad, lo único tiene que saber son tus canciones”, dice ahora, representando al dedillo su papel. Y desde el cual celebra la aparición de Chila-Rock, un site de Internet que no deja títere con cabeza. Subtitulado como “Polémica en el rock”, y poblado de mordaces comentarios que no cuesta mucho imaginarse saliendo de la boca del arquero paraguayo, ChilaRock se cepilla sin pelos en la lengua a los Redondos, Charly García, Spinetta y demás. Y, por supuesto, también a Sergio Rotman. “Cienfuegos se apaga, Rotman. ¿Cuanto valdrá volver a los Cadillacs?”, se puede leer en el mordaz site, y la cita de la página cretina ayuda a escapar de la responsabilidad de hacer tamaña pregunta. “Mirá, no se puede volver a algo que ya no existe”, explica Rotman. “Y en lo que respecta a Cienfuegos, lo que se apagó fue la intención de posicionarnos dentro de la escena local. Pero la naturaleza del grupo es tal que no puede dejar de existir. Estamos lejos de nuestro comienzo, pero aún más lejos de la separación. Lo único que nos puede destruir es un hit”, lanza.
Cuando Rotman dijo lo que dijo en aquel último show de Cienfuegos, lo único que hizo fue volver pública una crisis dentro del grupo que mejor encarna al rock más maldito y puro dentro de la escena local. Producidos por Ricardo Mollo, y con una larga lista de covers que hacen honor a sus influencias –David Bowie, Talking Heads, The Clash, Wire y Joy Division, entre otros–, Cienfuegos es la clase de grupo que quiere escuchar cualquier fanático del rock que no ha dejado de creer en el género desde la década del ochenta. Un grupo permanentemente enojado consigo mismo, incapaz de hacer otra cosa que revolcarse en sus propias entrañas a aullido y guitarrazo limpio; un quinteto con la angustia existencial masculina a flor de piel en sus letras, tan capaz de defraudar a conciencia como quemar toda la bronca a la hora de tocar en vivo. Esa clase de grupo que se suele citar una y otra vez como posible revelación hasta que terminan siendo encasillados como malditos. Y a partir de entonces es posible comenzar a enumerar una larga historia negra que sustenta el mito. Como le sucedió a Cienfuegos. “Cuando me metí en Cienfuegos, sabía que esto iba a pasar”, asegura el principal implicado. Y “esto” es el definitivo fracaso en la búsqueda de ser la próxima revelación. “Nos pasamos todo un año tratando de que el grupo funcione como debe funcionar según los mandatos de la escena local: tocar dos o tres veces por mes, y lograr que la gente cante nuestro nombre en los recitales. Todo de manera forzada. Hasta que nos quedamos sin ganas de seguir tocando”, confiesa Rotman, que avisa que las ganas han vuelto, y por eso es que Cienfuegos despide el año tocando este sábado.
“Sé que es difícil de explicar, pero para entender la lógica de Cienfuegos hay tener en cuenta que es un grupo de amigos, y que por eso siempre terminamos tocando para los amigos. Los cinco integrantes del grupo crecimos escuchando la misma música, y viviendo en el mismo barrio. Y vamos a tocar siempre juntos, pase lo que pase.” Puesto a aclarar aún más las cosas, Sergio dice que la gran decisión sobre la que se apoya este retorno del grupo es que han decidido tocar sólo cuando pueda Fernando Ricciardi, baterista también de los Fabulosos Cadillacs. Durante todo este conflictivo año que los llevó a la crisis, Cienfuegos intentó prescindir de esta dependencia que el grupo tenía con las fechas libres de Ricciardi,y consiguió un baterista de reemplazo: Aitor Graña, ex Juana La Loca y actual Virus. “Aitor es un genio, y gracias a él fue que el grupo duró un año más”, apunta Rotman. “Pero, al fin y al cabo, Cienfuegos es el grupo de los amigos. Un grupo que no tiene ningún otro proyecto detrás que el de tocar juntos. Y por eso fue que se deshizo siempre que no estuvimos juntos: cuando Martín Aloé se fue a España, cuando a Hernán Bazzano le dio un ataque de psicosis y no podía subir a un escenario o cuando con Fernando nos fuimos a los Cadillacs.” Claro que, dentro de la crisis, él encontró este año su propio oasis tocando con Mimí Maura. “Con Mimí damos un servicio a la comunidad, hacemos sentir bien a la gente”, asegura. “En cambio, a mí muchas veces me pareció que la música de Cienfuegos era algo inútil. Porque, ¿a quién le interesa saber cómo me siento?”
Pregunta inútil en realidad a la hora de hablar del rock –la carveriana pregunta ¿de qué hablamos cuando hablamos de amor? mutando en ¿de qué cantamos cuando cantamos canciones de rock?–, Cienfuegos responde semejante existencialismo trágico disco a disco, los tres ineludibles al hablar del mejor rock local con algo para decir, aunque sea de sí mismo. Después de un año en el que se ha hablado mucho de grupos a los que nadie parece realmente escuchar –piensen en todos esos grupos que les importan a las discográficas, los que ocupan espacios en las revistas... e incluso en el festival que rodeó la llegada de Sonic Youth–, es inútil preguntarse para–quién–canto–yo–entonces sino qué hace falta cantar. Y eso es lo que va a hacer Cienfuegos el sábado. “No va a ser una experiencia agradable”, avisa el pequeño frontman. Pero agrega: “Yo no sé qué es lo que espera la gente de un grupo de rock, pero lo mejor es cuando está en crisis. Porque ahí sale toda la vibra y vale la pena pagar la entrada para verlos. Lo digo por experiencia propia”. Y el bocón sonríe por una vez en silencio. “¿Sabés que les escribí a los de Chila-Rock?”, anuncia, para terminar. “Les mandé un cantito de la hinchada de San Lorenzo, dedicado a Chilavert: Ahí está, ahí lo ven, el paraguayo al que le dimos de comer. A ver si lo ponen online”, dice el hombre que ahora está en paz con todos. Con la gran familia Cadillac, con Mimí Maura. Y también con Cienfuegos. Al menos hasta el sábado.