MARTA
DILLON
Cuando era poco más que un bebé, mi hija jugaba a esconderse
apretando bien fuerte los párpados. Creía que si no podía
ver lo que la rodeaba, ella misma desaparecería de la vista del
resto del mundo. Es algo que hacen muchos chicos y es una imagen que
utilizo muy a menudo, mucho más de lo que quisiera porque la
uso para describir conductas de adultos que para no comprometerse
más que con sus propias necesidades, cierran fuerte los ojos.
Durante la dictadura, por ejemplo, no ver fue la gran excusa. Yo
no sabía lo que pasaba, qué terrible, fue la frase
que reemplazó al consabido algo habrán hecho,
que justificaba cualquier secuestro a plena luz del día, los
cadáveres que aparecían en la calle y hasta los entierros
masivos de NN a los que hace más de veinte años se intenta
identificar. No sabíamos que estas atrocidades se cometían,
dijeron más o menos con esas palabras los medios de comunicación
que alababan a la dictadura, que organizaron campañas en contra
del supuesto desprestigio que injustificadamente
sufría nuestro país. Resultó que los mismos que
decían que los argentinos somos derechos y humanos, después
se rasgaron las vestiduras porque no sabían lo que
pasaba. No querían ver. Se decían bonitos discursos, se
enviaban preciosas postales para que el mundo supiera que Argentina
era un lugar de paz. No querían ver más allá. Hoy
también se escuchan bonitos discursos, se dice que suscribimos
tratados internacionales que defienden los derechos humanos, condenamos
a Cuba porque nos ofenden los gobiernos totalitarios, enviamos misiones
a controlar la paz en el mundo. Y acá nomás, en el Hospital
Fernández y el Santojanni, un grupo de personas muere de hambre
por intentar que se vea lo que todos quieren ocultar. Los presos de
Tablada están muriendo y nadie los quiere ver. Y sí, algo
hicieron, algo condenable como la absurda toma de un cuartel en el que,
sobre todo, murieron ellos mismos. Pero la famosa democracia contestó
con las armas de la dictadura: no les permitieron rendirse, remataron
a prisioneros vivos, desaparecieron a otros, usaron armas químicas
prohibidas internacionalmente, torturaron a los que quedaron, no les
ofrecieron un juicio justo y todavía están presos injustamente
porque no se les otorgó el derecho inapelable a una segunda instancia
judicial. ¿Cuál es la medida de la pena? En este país,
por cierto, no es la humanidad, ni tampoco es pareja para todos. No
hubo en este país un solo genocida que permaneciera preso 12
años seguidos, en condiciones como las que se vivían en
la cárcel de Caseros la que se va a tirar abajo porque
se la considera inhumana, condiciones que sí les tocaron
a los presos de Tablada. La Corte Interamericana de Derechos Humanos
exige que se les otorgue una segunda instancia, que se repare a los
presos y sus familias, que se escuche su reclamo que, a pesar de estar
suscripto por 90 días de huelga de hambre, sigue siendo invisible.
Pero claro, si nos hacemos los boludos, si cerramos los ojos, capaz
que la realidad desaparece y ni siquiera nos enteramos de que están
muriendo. Sí, ya sé que mañana es el día
internacional de la lucha contra el sida y que este espacio es para
eso, pero ellos están muriendo y en definitiva cuando hablamos
de estas cosas también estamos hablando de sida. Mañana
seguramente volveremos a enterarnos de que los contagios de sida aumentaron,
que siguen muriendo los más pobres, los más analfabetos,
los más jóvenes. En una palabra, la gente que no se ve.
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