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Jueves 30 de Noviembre de 2000

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convivir con virus

MARTA DILLON

Cuando era poco más que un bebé, mi hija jugaba a esconderse apretando bien fuerte los párpados. Creía que si no podía ver lo que la rodeaba, ella misma desaparecería de la vista del resto del mundo. Es algo que hacen muchos chicos y es una imagen que utilizo muy a menudo, mucho más de lo que quisiera porque la uso para describir conductas de adultos –que para no comprometerse más que con sus propias necesidades, cierran fuerte los ojos–. Durante la dictadura, por ejemplo, no ver fue la gran excusa. “Yo no sabía lo que pasaba, qué terrible”, fue la frase que reemplazó al consabido “algo habrán hecho”, que justificaba cualquier secuestro a plena luz del día, los cadáveres que aparecían en la calle y hasta los entierros masivos de NN a los que hace más de veinte años se intenta identificar. “No sabíamos que estas atrocidades se cometían”, dijeron más o menos con esas palabras los medios de comunicación que alababan a la dictadura, que organizaron campañas en contra del supuesto “desprestigio” que “injustificadamente” sufría nuestro país. Resultó que los mismos que decían que los argentinos somos derechos y humanos, después se rasgaron las vestiduras porque “no sabían” lo que pasaba. No querían ver. Se decían bonitos discursos, se enviaban preciosas postales para que el mundo supiera que Argentina era un lugar de paz. No querían ver más allá. Hoy también se escuchan bonitos discursos, se dice que suscribimos tratados internacionales que defienden los derechos humanos, condenamos a Cuba porque nos ofenden los gobiernos totalitarios, enviamos misiones a controlar la paz en el mundo. Y acá nomás, en el Hospital Fernández y el Santojanni, un grupo de personas muere de hambre por intentar que se vea lo que todos quieren ocultar. Los presos de Tablada están muriendo y nadie los quiere ver. Y sí, algo hicieron, algo condenable como la absurda toma de un cuartel en el que, sobre todo, murieron ellos mismos. Pero la famosa democracia contestó con las armas de la dictadura: no les permitieron rendirse, remataron a prisioneros vivos, desaparecieron a otros, usaron armas químicas prohibidas internacionalmente, torturaron a los que quedaron, no les ofrecieron un juicio justo y todavía están presos injustamente porque no se les otorgó el derecho inapelable a una segunda instancia judicial. ¿Cuál es la medida de la pena? En este país, por cierto, no es la humanidad, ni tampoco es pareja para todos. No hubo en este país un solo genocida que permaneciera preso 12 años seguidos, en condiciones como las que se vivían en la cárcel de Caseros –la que se va a tirar abajo porque se la considera inhumana–, condiciones que sí les tocaron a los presos de Tablada. La Corte Interamericana de Derechos Humanos exige que se les otorgue una segunda instancia, que se repare a los presos y sus familias, que se escuche su reclamo que, a pesar de estar suscripto por 90 días de huelga de hambre, sigue siendo invisible. Pero claro, si nos hacemos los boludos, si cerramos los ojos, capaz que la realidad desaparece y ni siquiera nos enteramos de que están muriendo. Sí, ya sé que mañana es el día internacional de la lucha contra el sida y que este espacio es para eso, pero ellos están muriendo y en definitiva cuando hablamos de estas cosas también estamos hablando de sida. Mañana seguramente volveremos a enterarnos de que los contagios de sida aumentaron, que siguen muriendo los más pobres, los más analfabetos, los más jóvenes. En una palabra, la gente que no se ve.

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