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Jueves 7 de Diciembre de 2000

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LA SEGUNDA PARTE DE “BLAIR WITCH PROJECT”, COMO SIMBOLO DE UNA EPOCA DORADA DEL CINE DE TERROR PARA ADOLESCENTES

Si querés , gritar, gritá

Ya pasamos de sagas como las de Scream y Sé lo que hicieron el verano pasado, así que era de esperar la segunda parte del proyecto de la señora bruja Blair. La película, con estreno previsto para los primeros días de 2001, es también una prueba concreta del efecto hechizante que este tipo de cine ejerce en una generación. Paralelamente, sordos ruidos se dejan oír en la pequeña y marginal industria nacional del género.

TEXTOS: MARIANA ENRIQUEZ
Y PABLO PLOTKIN

El pueblo rural de Burkittsville –a pasitos de las colinas de Black Hills, donde, el año pasado, la tal bruja Blair se hizo un picnic con tres estudiantes de cine– ya no es lo que era. Los vecinos se comportan con paranoia de celebridad, viven pendientes de las cámaras de curiosos y noticieros, y pergeñan baratos trucos de marketing para engañar a turistas (vender piedras del jardín propio como si fueran del bosque, por ejemplo). Así estaban las cosas en Burkittsville cuando un grupo de cinco fanáticos de The Blair Witch Project, bautizados The Blair Witch Hunt, se internó en las colinas de Black Hills y pretendió desentrañar el misterio alrededor del bosque, el lobo y las tres caperucitas.
El mundo de Book of Shadows: Blair Witch 2 (que se estrenará el jueves 4 de enero en la Argentina, bajo el respetuoso título de El libro de las sombras: el Proyecto Blair Witch 2) se construye desde la premisa de que El Proyecto BW fue una película fenomenalmente exitosa, pero nada más que eso: sólo un puñado de desequilibrados considera la existencia del maleficio. Uno de ellos es Jeff (Jeffrey Donovan; la secuela conserva el recurso de llamar a los personajes con el nombre de pila de los actores), un lunático rehabilitado que lidera este grupo de fans expedicionarios. Allí están Kim (una darkie muy linda), Erica (una especie de bruja practicante de la magia blanca Wicca) y la pareja conformada por Stephen y Triesten, que está escribiendo un libro sobre la histeria que provocó el film. Aparecerá un segundo grupo de turistas arquetípicamente soberbios e incrédulos al que le ocurrirán cosas horribles; irrumpirá en escena un sheriff poco creíble y más tarde volverán los gritos de niños, los aullidos de perros y las pesadillas y alucinaciones de ese bosque desencantado.
El director de la segunda parte de BW es Joe Berlinger, autor de Brother’s Keeper y Paradise Lost: The Child Murders at Robin Hood Hills, el documental que cuenta el caso de los tres adolescentes metaleros de Arkansas juzgados como los asesinos de tres nenitos, aunque buena parte de la Norteamérica progresista reclama su inocencia (ver “Todo x 1,99”). Mientras Berlinger les ofrecía a los ejecutivos de la productora Artisan el proyecto para rodar un thriller negro, le propusieron hacerse cargo de la secuela. Su mera condición de “secuela”, precisamente, se convierte en el peor problema del asunto, y tal vez el más comentado por los críticos del mundo a la hora de hablar de los muchos (tantos) defectos de fabricación del producto. Pensar en una segunda parte (ojo: Sanchez y Myrick, los autores de la original, ya están craneando la tercera) de un film que basaba su poder argumental en el hecho clandestino e irrepetible de una grabación encontrada, y que promovía su estrategia de marketing en torno de la “realidad” de los acontecimientos exhibidos, no parece una gran idea. Y ahora que sabemos que todo fue un truco, ¿qué nos ofrecen?, sería la pregunta.
Aparentemente, la oferta no es de lo más jugosa. Book of Shadows se presenta con el formato de un documental rodado por un excelente documentalista, pero enseguida se convierte en una obrita de ficción que recurre a todos los clichés del género terror. Si la fuerza narrativa de Blair Witch le debía todo a la pobreza técnica (lo que potenciaba el efecto de “realidad”) y a la sensación sugerida de peligro, Book of Shadows da vueltas alrededor de los recursos técnicos más comunes: flashbacks, efectos y una banda sonora estruendosa (editada por Posthuman, el sello que regentea Marilyn Manson) que no se pierde nada del sonido “terrorífico” de última generación. Godhead (hijos no reconocidos de Trent Reznor), Slaves on Dope (Limp Bizkit Jrs.), el propio Manson, Rob Zombie y Queens of the Stone Age. No todo es ruido y furia: también están Death In Vegas con Bobby Gillespie (de Primal Scream), At The Drive-In y Elastica. Un concepto casi opuesto al de la banda de sonido predecesora, Josh’s Blair Witch Mix, que se presentaba como el casete encontrado en el auto de Josh (una de las víctimas), lleno de música oscura y artistas de la estirpe de Skinny Puppy, Lydia Lunch, Front Line Assembly, Type 0 Negative y demás.
Aquello de las segundas partes nunca fueron buenas parece cobrar dimensiones de bochorno con Book of Shadows, al menos desde la mirada casi unánime de los críticos especializados. Aun sin haber visto la película, si te topaste con el póster promocional (ese grito en primer plano, esa especie de Marilyn Manson resquebrajado) en algún cine de la ciudad, probablemente hayas esbozado una sonrisa sarcástica, porque pocas veces una secuela olió a dinero desde tan lejos. Se sabe: a la industria cinematográfica (sobre todo a Hollywood) no debe reclamársele compromiso artístico, pero el triunfo del Proyecto Blair Witch se construyó, precisamente, desde la ruptura de las convenciones de esa industria. Así que echar mano al recurso comercial más vulgar de Hollywood puede interpretarse como una traición al espíritu del proyecto. “A esta altura, la Blair Witch original parece una nota al pie en la historia del cine, más que el nacimiento de una nueva sensibilidad o un nuevo modo de producción”, escribió el crítico Andrew O’Hehir. “Así que creo que, con todos sus ingeniosos esfuerzos por deconstruirse y reconstruirse a sí misma, Book of Shadows se convierte en la nota al pie de otra nota al pie.”

Pidamos lo imposible

Emilio Vieyra venía de rodar con Sandro y Palito Ortega cuando, a fines de los ‘60, decidió probar suerte con el cine terror/ciencia ficción. Así, gracias a los cebados de los ‘90 que resignificaron lo “malo” en “bizarro”, pasará a la historia como el Ed Wood argentino (mote que no es, ciertamente, un elogio). Antes de él no hay mucho para contar del género en el país, pero entre las primeras producciones brillan (opacas) Obras maestras del Terror, de Enrique Carreras, y El Vampiro Negro, de Román Viñoly. Vieyra dirigió Sangre de vírgenes (una de vampiros protagonizada por... Rolo Puente y Ricardo Bauleo), Extraña invasión y La venganza del sexo, y con esa tríada sentó las bases estilísticas de un subgénero que renacería débilmente en la última década del siglo. Alguien te está mirando (1989), de Héctor Cova y Horacio Maldonado, es una extraña pieza de terror científico que se recuerda por dos escenas: una persecución al ritmo de “Violadores de la ley” (de Los Violadores), y la aparición de Michel Peyronel (el baterista-dandy de Riff) rompiendo todo a batazos de béisbol. Después de aquello, Maldonado se dedicó a realizar películas protagonizadas por Pablo Echarri (El desvío y Héroes y demonios). El vampirismo siguió entregando aborrecibles páginas de celuloide nacional: Vivir mata, de Bebe Kamin, pretendía convertirse en un éxito de taquilla y terminó siendo un bodrio; la gore Charly, días de sangre (1990), de Carlos Galletini, se rodó en video durante un fin de semana con Adrián Suar y Fabián Gianola. Imaginen los resultados. En tanto que la coproducción española Tiempos duros para Drácula, dirigida por Jorge Garnés, nunca se estrenó aquí. Galletini también es el responsable (bajo el seudónimo de Carlo Campanile) de la espantosa Policía corrupto (1993, con Gerardo Romano), además de la saga Exterminators y Dibu 2 (La venganza de Nasty). La renovación del (sub)género en los ‘90 llegó con la explosión de la cultura clase B y la reinvención de Ed Wood como el mesías bizarro. Plaga Zombie, por ejemplo –un film hecho con menos de 200 pesos, dirigido por Pablo Parés y Hernán Sáez, protagonizado por ellos mismos y Berta Muñiz (el VJ de MTV)– fue el más celebrado del último tiempo. El mismo grupo de productores está estrenando en estos días (se podrá ver en Fantabaires) su nueva obra, Nunca asistas a este tipo de fiestas, mientras ponen a punto la segunda parte de su obra cumbre: Plaga Zombie: Zona mutante. Alexis Puig, en tanto, dirigió la momificada comedia Vendado y frío, y recientemente terminó de rodar la vampiresca No muertos. El grupo de realizadores Crepusculum Estudios tiene listo su largometraje en video, titulado Killer Home. Y Daniel de la Vega, a su vez, facturó dos cortometrajes bastante buenos: Sueño profundo y La última cena, relatos con una estructura narrativa clásica que revisa los estados mentales alterados. Un proyecto más mainstream, titulado La casa de Tourner (dirigida por Jorge Caterbona y protagonizada por Darío Grandinetti, Virginia Inoccenti y Eusebio Poncela) nunca se estrenó. La historia adapta (con severas distorsiones) un guión de Robin Wood, prolífico e inteligente guionista de historietas radicado en Copenhague. En una entrevista publicada online en el Megasitio de Cine Independiente, Wood respondió sobre la (im)probable existencia del terror argentino: “Lo más absurdo que puede existir o imaginarse es el terror a nivel nacional. Es como imaginar a Belgrano convirtiéndose en lobizón. El terror es un sentimiento y una forma artística de expresarlo. Nada más”. Al cine argentino, hasta el momento, le ha costado horrores expresar ese sentimiento básico universal.

 

Una breve historia del género

Tetas, cuchillos, psicópatas

Por lo general, los chicos rompieron alguna regla. O decidieron pasar la noche en el cementerio, u ocultan algún secreto perverso, o se burlaron sin piedad de la chica fea de la clase. Como son adolescentes, se sienten invulnerables. Nada puede lastimarlos. Salvo, claro, Freddy. O Jason. O Michael Myers. O el psicópata de Scream, con su máscara copiada del estremecedor cuadro de Edward Munch, “El grito”. Uno a uno irán muriendo asesinados, en una suerte de castigo, y sólo el puro se salvará. Desde los años ‘70, dentro de los films de terror apareció este nuevo género, el teen horror, que se nutre de las preocupaciones, diversiones y angustias adolescentes: la desobediencia, la crueldad, el sexo, la culpa que genera la rebeldía, y el castigo. Desde aquellos primeros films, el subgénero fue evolucionando hasta hoy, donde las reglas ya no están tan marcadas, o merecen ser satirizadas, cosa que hizo Wes Craven con Scream. Pero hay cosas que se mantienen, claro: el psicópata y las chicas hermosas, pulposas y aulladoras.

Uno de los primeros films del género no es famoso, pero tiene status de culto. Se estrenó en 1975, y se llamó Black Christmas. La premisa era sencilla: un psicópata con un hacha aterroriza una sorority house (casas donde viven las chicas en los campus de las universidades) en Canadá. Las chicas que corrían eran Olivia Hussey y Margot Kidder. No pasó de ser un film despreciado, pero es evidente que John Carpenter tomó nota, y pocos años después algunas ideas de esta película estarían en Halloween. Pero falta para esa película. Antes, Brian De Palma llevó al cine la primera novela de Stephen King y advirtió a los adolescentes crueles del mundo que nunca deberían burlarse o maltratar a la más fea, porque la más fea puede tener poderes psíquicos y sencillamente exterminarlos a todos. Una historia moral y de venganza, Carrie (1976) estuvo protagonizada por Sissy Spacek y la inolvidable Piper Laurie como su psicópata madre. Carrie es fea, anticuada, no lleva la vida alocada y frenética de los chicos de los ‘70. Todos la desprecian. Hasta que un día, en las duchas, tiene su primera menstruación: no sabe qué le está pasando, y cree que se desangra. Sus compañeras, en una de las escenas más crueles de la historia del cine, la “apedrean” con tampones y se ríen de ella a gritos. Las malvadas son castigadas, y la única chica buena del curso (Susan, interpretada por Amy Irving) decide pedirle a su novio que lleve a Carrie al baile de fin de curso, como compensación. Carrie va al baile, después de una enervante lucha con su madre, fanática religiosa. Y la declaran reina. Pero los malvados (esta vez Nancy Allen y un jovencísimo John Travolta) le tiran un balde de sangre de cerdo en la cabeza cuando ella está sobre el escenario, lista para recibir su corona. Es el punto de quiebre del patito feo, que desatará sus poderes telekinéticos y matará uno por uno a todos los chicos populares.
No hace falta apuntar que no es demasiado distinto lo que ocurre en Estados Unidos cada tres meses en alguna escuela secundaria del medioeste, con los adolescentes que odian a sus compañeros populares, pero en vez de usar poderes psíquicos los eliminan con escopetas y escuchan a Marilyn Manson.
Dos años después de Carrie, John Carpenter estrenó “la” película, la que definiría al género: Halloween. Un psicópata, Michael Myers, que asesinó a su hermana quince años atrás, escapa del manicomio y aterroriza un barrio. La chica de la película era Jamie Lee Curtis, la niñera que lograba escapar del asesino y que se convirtió en un sex symbol. Dos años después apareció Jason, el psicópata con la máscara de hockey, en Martes 13. Jason había sido arrojado al lago Cristal por adolescentes malos (era un chico con problemas mentales) y se venga de sus torturadores en un campamento. Todo se tornó repetitivo: las secuelas no tuvieron ningún interés, salvo el hecho de que las chicas que corrían y gritaban fueron, en cada secuela, más voluptuosas, sexies y peores actrices. En la misma línea se estrenó en1981 The Burning (Fuego de ira), una película que no tuvo secuelas y que es bastante más inquietante que Martes 13. Nuevamente, un cuidador de un campamento de verano se venga de adolescentes malos que lo prendieron fuego y lo dejaron con espantosas quemaduras.

El género siguió con variaciones infinitas de esta línea argumental hasta que en 1985 apareció Freddy Krueger (Robert Englund), asesino de niños, eliminado por los padres de esos chicos asesinados en un idílico suburbio de Estados Unidos, que volverá por más sangre joven... Pero en sueños. Lo notable de Pesadilla en lo profundo de la noche de Wes Craven (A Nightmare on Elm Street, en el original) es su manejo de la metáfora, obvio y no por eso menos efectivo: Freddy mata en sus pesadillas a adolescentes confundidos, es un producto del inconsciente, del miedo a crecer. Los primeros en morir son los que están intentando comenzar su vida adulta, o sea los que tienen relaciones sexuales. Nancy (Heather Langenkamp) es virgen, y se mantendrá así durante toda la película, a pesar de los avances de un entonces ignoto pero no por eso menos atractivo Johnny Depp. Freddy es indestructible: es decir, ni siquiera es real. A Freddy sólo se lo puede vencer si no se le teme. Es un oscuro secreto de los padres, porque fueron los padres los que lo asesinaron, y ahora ese pasado vuelve para atormentar a los hijos. A nivel imagen, Freddy es un hallazgo: su guante de cuchillos, su sombrero, el rostro quemado, el pullover a rayas, su humor negro (y sumamente divertido)... Uno de los psicópatas más perfectos del cine. La tercera parte incursionó todavía más en Freddy como símbolo de la angustia adolescente: los chicos atacados en el film eran todos pacientes de un hospital psiquiátrico, drogadictos, suicidas, con padres atroces. Pero ellos no tenían problemas, no: estaban desequilibrados no porque sus padres no los amaran sino porque soñaban con Freddy. El resto de las secuelas fueron inevitablemente pésimas.
En los ‘90, el género de terror adolescente tuvo otra vuelta de tuerca. En primer lugar, porque ya los adolescentes no eran puros (como en Pesadilla) ni tampoco malvados terminales. Eran una mezcla de todo. Eran irónicos, con libertad sexual, crueles sin culpa y se divertían... Y fundamentalmente, habían visto muchas películas de terror. Así, Wes Craven volvió a golpear en 1997 con Scream, un homenaje/sátira a todos los films de teen horror. Había un psicópata que llamaba por teléfono a sus futuras víctimas y les preguntaba sobre películas de terror. Si no acertaban, morían. Los propios adolescentes eran los monstruos, literal y metafóricamente. No sufrieron siquiera cuando uno de sus amigos murió asesinado. Es más, los divirtió. Salvo Sidney, la protagonista (la preciosa Neve Campbell, de la serie Party of Five), nadie parece tener sentimientos. No es casual que ella se salvara, entonces. Las otras chicas hermosas de Scream eran Courtney Cox (Friends), Drew Barrymore y Rose McGowan, más conocida como la prometida de Marilyn Manson. En esa misma línea llegó Sé lo que hicieron el verano pasado (I Know What you did Last Summer, el original), de Jim Gillespie. La protagonista era otra chica de Party of Five –la serie de Sony–, Jennifer Love Hewitt, y la acompañaba un “all stars” de la TV y el nuevo Hollywood: Sarah Michelle Gellar (Buffy, la Cazavampiros), Freddie Prince Jr. y Ryan Philippe (Cruel Intentions). Eran chicos con todo el futuro por delante. Blancos, de familias acomodadas, ambiciosos, competitivos, triunfadores. No necesariamente malos, pero sí privilegiados. Y eso se paga. La noche en que salen a celebrar su brillante porvenir, tienen un accidente y atropellan y matan a una persona. Lo correcto es dar parte a la policía. Pero eso arruinará sus futuros de profesionales intachables. Después de todo, ¿quién va enterarse de esta pequeña mancha en sus curriculum si hacen desaparecer el cuerpo? El problema es que este cuerpo vuelve, en sus conciencias y de forma real, avisándoles, mientras los persigue, que sabe que hicieron esa noche de verano. Lo bueno del film, más allá de las obviedades, es que es evidente que a la única que le remuerde la conciencia es a Jennifer; a los demás, lo único que les importa es que ese pequeño error los convierta en (cosa más aterradora que todos los psicópatas del mundo) no tan perfectos, losers.
Con la revitalización del género surgieron muchas más películas de adolescentes en peligro, la mayoría olvidables: Urban Legend (1998), The Faculty (del gran Robert Rodriguez, 1998), y varias más. Cuando todo volvía a ser tedioso, dos estudiantes de cine (Daniel Myrick y Eduardo Sanchez) sacudieron a crítica y público con una película de 30 mil dólares: The Blair Witch Project. Ahí empezó otro capítulo de la misma historia.