LA
SEGUNDA PARTE DE “BLAIR WITCH PROJECT”, COMO SIMBOLO DE UNA EPOCA DORADA
DEL CINE DE TERROR PARA ADOLESCENTES
Si
querés , gritar, gritá
Ya
pasamos de sagas como las de Scream y Sé lo que hicieron el verano pasado,
así que era de esperar la segunda parte del proyecto de la señora bruja
Blair. La película, con estreno previsto para los primeros días de 2001,
es también una prueba concreta del efecto hechizante que este tipo de
cine ejerce en una generación. Paralelamente, sordos ruidos se dejan oír
en la pequeña y marginal industria nacional del género.
TEXTOS:
MARIANA ENRIQUEZ
Y PABLO PLOTKIN
El
pueblo rural de Burkittsville a pasitos de las colinas de Black
Hills, donde, el año pasado, la tal bruja Blair se hizo un picnic
con tres estudiantes de cine ya no es lo que era. Los vecinos se
comportan con paranoia de celebridad, viven pendientes de las cámaras
de curiosos y noticieros, y pergeñan baratos trucos de marketing
para engañar a turistas (vender piedras del jardín propio
como si fueran del bosque, por ejemplo). Así estaban las cosas
en Burkittsville cuando un grupo de cinco fanáticos de The Blair
Witch Project, bautizados The Blair Witch Hunt, se internó en las
colinas de Black Hills y pretendió desentrañar el misterio
alrededor del bosque, el lobo y las tres caperucitas.
El mundo de Book of Shadows: Blair Witch 2 (que se estrenará el
jueves 4 de enero en la Argentina, bajo el respetuoso título de
El libro de las sombras: el Proyecto Blair Witch 2) se construye desde
la premisa de que El Proyecto BW fue una película fenomenalmente
exitosa, pero nada más que eso: sólo un puñado de
desequilibrados considera la existencia del maleficio. Uno de ellos es
Jeff (Jeffrey Donovan; la secuela conserva el recurso de llamar a los
personajes con el nombre de pila de los actores), un lunático rehabilitado
que lidera este grupo de fans expedicionarios. Allí están
Kim (una darkie muy linda), Erica (una especie de bruja practicante de
la magia blanca Wicca) y la pareja conformada por Stephen y Triesten,
que está escribiendo un libro sobre la histeria que provocó
el film. Aparecerá un segundo grupo de turistas arquetípicamente
soberbios e incrédulos al que le ocurrirán cosas horribles;
irrumpirá en escena un sheriff poco creíble y más
tarde volverán los gritos de niños, los aullidos de perros
y las pesadillas y alucinaciones de ese bosque desencantado.
El director de la segunda parte de BW es Joe Berlinger, autor de Brothers
Keeper y Paradise Lost: The Child Murders at Robin Hood Hills, el documental
que cuenta el caso de los tres adolescentes metaleros de Arkansas juzgados
como los asesinos de tres nenitos, aunque buena parte de la Norteamérica
progresista reclama su inocencia (ver Todo x 1,99). Mientras
Berlinger les ofrecía a los ejecutivos de la productora Artisan
el proyecto para rodar un thriller negro, le propusieron hacerse cargo
de la secuela. Su mera condición de secuela, precisamente,
se convierte en el peor problema del asunto, y tal vez el más comentado
por los críticos del mundo a la hora de hablar de los muchos (tantos)
defectos de fabricación del producto. Pensar en una segunda parte
(ojo: Sanchez y Myrick, los autores de la original, ya están craneando
la tercera) de un film que basaba su poder argumental en el hecho clandestino
e irrepetible de una grabación encontrada, y que promovía
su estrategia de marketing en torno de la realidad de los
acontecimientos exhibidos, no parece una gran idea. Y ahora que sabemos
que todo fue un truco, ¿qué nos ofrecen?, sería la
pregunta.
Aparentemente, la oferta no es de lo más jugosa. Book of Shadows
se presenta con el formato de un documental rodado por un excelente documentalista,
pero enseguida se convierte en una obrita de ficción que recurre
a todos los clichés del género terror. Si la fuerza narrativa
de Blair Witch le debía todo a la pobreza técnica (lo que
potenciaba el efecto de realidad) y a la sensación
sugerida de peligro, Book of Shadows da vueltas alrededor de los recursos
técnicos más comunes: flashbacks, efectos y una banda sonora
estruendosa (editada por Posthuman, el sello que regentea Marilyn Manson)
que no se pierde nada del sonido terrorífico de última
generación. Godhead (hijos no reconocidos de Trent Reznor), Slaves
on Dope (Limp Bizkit Jrs.), el propio Manson, Rob Zombie y Queens of the
Stone Age. No todo es ruido y furia: también están Death
In Vegas con Bobby Gillespie (de Primal Scream), At The Drive-In y Elastica.
Un concepto casi opuesto al de la banda de sonido predecesora, Joshs
Blair Witch Mix, que se presentaba como el casete encontrado en el auto
de Josh (una de las víctimas), lleno de música oscura y
artistas de la estirpe de Skinny Puppy, Lydia Lunch, Front Line Assembly,
Type 0 Negative y demás.
Aquello de las segundas partes nunca fueron buenas parece cobrar dimensiones
de bochorno con Book of Shadows, al menos desde la mirada casi unánime
de los críticos especializados. Aun sin haber visto la película,
si te topaste con el póster promocional (ese grito en primer plano,
esa especie de Marilyn Manson resquebrajado) en algún cine de la
ciudad, probablemente hayas esbozado una sonrisa sarcástica, porque
pocas veces una secuela olió a dinero desde tan lejos. Se sabe:
a la industria cinematográfica (sobre todo a Hollywood) no debe
reclamársele compromiso artístico, pero el triunfo del Proyecto
Blair Witch se construyó, precisamente, desde la ruptura de las
convenciones de esa industria. Así que echar mano al recurso comercial
más vulgar de Hollywood puede interpretarse como una traición
al espíritu del proyecto. A esta altura, la Blair Witch original
parece una nota al pie en la historia del cine, más que el nacimiento
de una nueva sensibilidad o un nuevo modo de producción,
escribió el crítico Andrew OHehir. Así
que creo que, con todos sus ingeniosos esfuerzos por deconstruirse y reconstruirse
a sí misma, Book of Shadows se convierte en la nota al pie de otra
nota al pie.
Pidamos
lo imposible
Emilio
Vieyra venía de rodar con Sandro y Palito Ortega cuando,
a fines de los 60, decidió probar suerte con el cine
terror/ciencia ficción. Así, gracias a los cebados
de los 90 que resignificaron lo malo en bizarro,
pasará a la historia como el Ed Wood argentino (mote que
no es, ciertamente, un elogio). Antes de él no hay mucho
para contar del género en el país, pero entre las
primeras producciones brillan (opacas) Obras maestras del Terror,
de Enrique Carreras, y El Vampiro Negro, de Román Viñoly.
Vieyra dirigió Sangre de vírgenes (una de vampiros
protagonizada por... Rolo Puente y Ricardo Bauleo), Extraña
invasión y La venganza del sexo, y con esa tríada
sentó las bases estilísticas de un subgénero
que renacería débilmente en la última década
del siglo. Alguien te está mirando (1989), de Héctor
Cova y Horacio Maldonado, es una extraña pieza de terror
científico que se recuerda por dos escenas: una persecución
al ritmo de Violadores de la ley (de Los Violadores),
y la aparición de Michel Peyronel (el baterista-dandy de
Riff) rompiendo todo a batazos de béisbol. Después
de aquello, Maldonado se dedicó a realizar películas
protagonizadas por Pablo Echarri (El desvío y Héroes
y demonios). El vampirismo siguió entregando aborrecibles
páginas de celuloide nacional: Vivir mata, de Bebe Kamin,
pretendía convertirse en un éxito de taquilla y terminó
siendo un bodrio; la gore Charly, días de sangre (1990),
de Carlos Galletini, se rodó en video durante un fin de semana
con Adrián Suar y Fabián Gianola. Imaginen los resultados.
En tanto que la coproducción española Tiempos duros
para Drácula, dirigida por Jorge Garnés, nunca se
estrenó aquí. Galletini también es el responsable
(bajo el seudónimo de Carlo Campanile) de la espantosa Policía
corrupto (1993, con Gerardo Romano), además de la saga Exterminators
y Dibu 2 (La venganza de Nasty). La renovación del (sub)género
en los 90 llegó con la explosión de la cultura
clase B y la reinvención de Ed Wood como el mesías
bizarro. Plaga Zombie, por ejemplo un film hecho con menos
de 200 pesos, dirigido por Pablo Parés y Hernán Sáez,
protagonizado por ellos mismos y Berta Muñiz (el VJ de MTV)
fue el más celebrado del último tiempo. El mismo grupo
de productores está estrenando en estos días (se podrá
ver en Fantabaires) su nueva obra, Nunca asistas a este tipo de
fiestas, mientras ponen a punto la segunda parte de su obra cumbre:
Plaga Zombie: Zona mutante. Alexis Puig, en tanto, dirigió
la momificada comedia Vendado y frío, y recientemente terminó
de rodar la vampiresca No muertos. El grupo de realizadores Crepusculum
Estudios tiene listo su largometraje en video, titulado Killer
Home. Y Daniel de la Vega, a su vez, facturó dos cortometrajes
bastante buenos: Sueño profundo y La última cena,
relatos con una estructura narrativa clásica que revisa los
estados mentales alterados. Un proyecto más mainstream, titulado
La casa de Tourner (dirigida por Jorge Caterbona y protagonizada
por Darío Grandinetti, Virginia Inoccenti y Eusebio Poncela)
nunca se estrenó. La historia adapta (con severas distorsiones)
un guión de Robin Wood, prolífico e inteligente guionista
de historietas radicado en Copenhague. En una entrevista publicada
online en el Megasitio de Cine Independiente, Wood respondió
sobre la (im)probable existencia del terror argentino: Lo
más absurdo que puede existir o imaginarse es el terror a
nivel nacional. Es como imaginar a Belgrano convirtiéndose
en lobizón. El terror es un sentimiento y una forma artística
de expresarlo. Nada más. Al cine argentino, hasta el
momento, le ha costado horrores expresar ese sentimiento básico
universal.
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Una
breve historia del género
Tetas,
cuchillos, psicópatas
Por
lo general, los chicos rompieron alguna regla. O decidieron pasar
la noche en el cementerio, u ocultan algún secreto perverso,
o se burlaron sin piedad de la chica fea de la clase. Como son
adolescentes, se sienten invulnerables. Nada puede lastimarlos.
Salvo, claro, Freddy. O Jason. O Michael Myers. O el psicópata
de Scream, con su máscara copiada del estremecedor cuadro
de Edward Munch, El grito. Uno a uno irán muriendo
asesinados, en una suerte de castigo, y sólo el puro se
salvará. Desde los años 70, dentro de los
films de terror apareció este nuevo género, el teen
horror, que se nutre de las preocupaciones, diversiones y angustias
adolescentes: la desobediencia, la crueldad, el sexo, la culpa
que genera la rebeldía, y el castigo. Desde aquellos primeros
films, el subgénero fue evolucionando hasta hoy, donde
las reglas ya no están tan marcadas, o merecen ser satirizadas,
cosa que hizo Wes Craven con Scream. Pero hay cosas que se mantienen,
claro: el psicópata y las chicas hermosas, pulposas y aulladoras.
Uno de los primeros films del género no es famoso, pero
tiene status de culto. Se estrenó en 1975, y se llamó
Black Christmas. La premisa era sencilla: un psicópata
con un hacha aterroriza una sorority house (casas donde viven
las chicas en los campus de las universidades) en Canadá.
Las chicas que corrían eran Olivia Hussey y Margot Kidder.
No pasó de ser un film despreciado, pero es evidente que
John Carpenter tomó nota, y pocos años después
algunas ideas de esta película estarían en Halloween.
Pero falta para esa película. Antes, Brian De Palma llevó
al cine la primera novela de Stephen King y advirtió a
los adolescentes crueles del mundo que nunca deberían burlarse
o maltratar a la más fea, porque la más fea puede
tener poderes psíquicos y sencillamente exterminarlos a
todos. Una historia moral y de venganza, Carrie (1976) estuvo
protagonizada por Sissy Spacek y la inolvidable Piper Laurie como
su psicópata madre. Carrie es fea, anticuada, no lleva
la vida alocada y frenética de los chicos de los 70.
Todos la desprecian. Hasta que un día, en las duchas, tiene
su primera menstruación: no sabe qué le está
pasando, y cree que se desangra. Sus compañeras, en una
de las escenas más crueles de la historia del cine, la
apedrean con tampones y se ríen de ella a gritos.
Las malvadas son castigadas, y la única chica buena del
curso (Susan, interpretada por Amy Irving) decide pedirle a su
novio que lleve a Carrie al baile de fin de curso, como compensación.
Carrie va al baile, después de una enervante lucha con
su madre, fanática religiosa. Y la declaran reina. Pero
los malvados (esta vez Nancy Allen y un jovencísimo John
Travolta) le tiran un balde de sangre de cerdo en la cabeza cuando
ella está sobre el escenario, lista para recibir su corona.
Es el punto de quiebre del patito feo, que desatará sus
poderes telekinéticos y matará uno por uno a todos
los chicos populares.
No hace falta apuntar que no es demasiado distinto lo que ocurre
en Estados Unidos cada tres meses en alguna escuela secundaria
del medioeste, con los adolescentes que odian a sus compañeros
populares, pero en vez de usar poderes psíquicos los eliminan
con escopetas y escuchan a Marilyn Manson.
Dos años después de Carrie, John Carpenter estrenó
la película, la que definiría al género:
Halloween. Un psicópata, Michael Myers, que asesinó
a su hermana quince años atrás, escapa del manicomio
y aterroriza un barrio. La chica de la película era Jamie
Lee Curtis, la niñera que lograba escapar del asesino y
que se convirtió en un sex symbol. Dos años después
apareció Jason, el psicópata con la máscara
de hockey, en Martes 13. Jason había sido arrojado al lago
Cristal por adolescentes malos (era un chico con problemas mentales)
y se venga de sus torturadores en un campamento. Todo se tornó
repetitivo: las secuelas no tuvieron ningún interés,
salvo el hecho de que las chicas que corrían y gritaban
fueron, en cada secuela, más voluptuosas, sexies y peores
actrices. En la misma línea se estrenó en1981 The
Burning (Fuego de ira), una película que no tuvo secuelas
y que es bastante más inquietante que Martes 13. Nuevamente,
un cuidador de un campamento de verano se venga de adolescentes
malos que lo prendieron fuego y lo dejaron con espantosas quemaduras.
El género siguió con variaciones infinitas de esta
línea argumental hasta que en 1985 apareció Freddy
Krueger (Robert Englund), asesino de niños, eliminado por
los padres de esos chicos asesinados en un idílico suburbio
de Estados Unidos, que volverá por más sangre joven...
Pero en sueños. Lo notable de Pesadilla en lo profundo
de la noche de Wes Craven (A Nightmare on Elm Street, en el original)
es su manejo de la metáfora, obvio y no por eso menos efectivo:
Freddy mata en sus pesadillas a adolescentes confundidos, es un
producto del inconsciente, del miedo a crecer. Los primeros en
morir son los que están intentando comenzar su vida adulta,
o sea los que tienen relaciones sexuales. Nancy (Heather Langenkamp)
es virgen, y se mantendrá así durante toda la película,
a pesar de los avances de un entonces ignoto pero no por eso menos
atractivo Johnny Depp. Freddy es indestructible: es decir, ni
siquiera es real. A Freddy sólo se lo puede vencer si no
se le teme. Es un oscuro secreto de los padres, porque fueron
los padres los que lo asesinaron, y ahora ese pasado vuelve para
atormentar a los hijos. A nivel imagen, Freddy es un hallazgo:
su guante de cuchillos, su sombrero, el rostro quemado, el pullover
a rayas, su humor negro (y sumamente divertido)... Uno de los
psicópatas más perfectos del cine. La tercera parte
incursionó todavía más en Freddy como símbolo
de la angustia adolescente: los chicos atacados en el film eran
todos pacientes de un hospital psiquiátrico, drogadictos,
suicidas, con padres atroces. Pero ellos no tenían problemas,
no: estaban desequilibrados no porque sus padres no los amaran
sino porque soñaban con Freddy. El resto de las secuelas
fueron inevitablemente pésimas.
En los 90, el género de terror adolescente tuvo otra
vuelta de tuerca. En primer lugar, porque ya los adolescentes
no eran puros (como en Pesadilla) ni tampoco malvados terminales.
Eran una mezcla de todo. Eran irónicos, con libertad sexual,
crueles sin culpa y se divertían... Y fundamentalmente,
habían visto muchas películas de terror. Así,
Wes Craven volvió a golpear en 1997 con Scream, un homenaje/sátira
a todos los films de teen horror. Había un psicópata
que llamaba por teléfono a sus futuras víctimas
y les preguntaba sobre películas de terror. Si no acertaban,
morían. Los propios adolescentes eran los monstruos, literal
y metafóricamente. No sufrieron siquiera cuando uno de
sus amigos murió asesinado. Es más, los divirtió.
Salvo Sidney, la protagonista (la preciosa Neve Campbell, de la
serie Party of Five), nadie parece tener sentimientos. No es casual
que ella se salvara, entonces. Las otras chicas hermosas de Scream
eran Courtney Cox (Friends), Drew Barrymore y Rose McGowan, más
conocida como la prometida de Marilyn Manson. En esa misma línea
llegó Sé lo que hicieron el verano pasado (I Know
What you did Last Summer, el original), de Jim Gillespie. La protagonista
era otra chica de Party of Five la serie de Sony,
Jennifer Love Hewitt, y la acompañaba un all stars
de la TV y el nuevo Hollywood: Sarah Michelle Gellar (Buffy, la
Cazavampiros), Freddie Prince Jr. y Ryan Philippe (Cruel Intentions).
Eran chicos con todo el futuro por delante. Blancos, de familias
acomodadas, ambiciosos, competitivos, triunfadores. No necesariamente
malos, pero sí privilegiados. Y eso se paga. La noche en
que salen a celebrar su brillante porvenir, tienen un accidente
y atropellan y matan a una persona. Lo correcto es dar parte a
la policía. Pero eso arruinará sus futuros de profesionales
intachables. Después de todo, ¿quién va enterarse
de esta pequeña mancha en sus curriculum si hacen desaparecer
el cuerpo? El problema es que este cuerpo vuelve, en sus conciencias
y de forma real, avisándoles, mientras los persigue, que
sabe que hicieron esa noche de verano. Lo bueno del film, más
allá de las obviedades, es que es evidente que a la única
que le remuerde la conciencia es a Jennifer; a los demás,
lo único que les importa es que ese pequeño error
los convierta en (cosa más aterradora que todos los psicópatas
del mundo) no tan perfectos, losers.
Con la revitalización del género surgieron muchas
más películas de adolescentes en peligro, la mayoría
olvidables: Urban Legend (1998), The Faculty (del gran Robert
Rodriguez, 1998), y varias más. Cuando todo volvía
a ser tedioso, dos estudiantes de cine (Daniel Myrick y Eduardo
Sanchez) sacudieron a crítica y público con una
película de 30 mil dólares: The Blair Witch Project.
Ahí empezó otro capítulo de la misma historia.
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