Ni
asado, ni pileta, el fin de semana fue de trabajo solidario
Hacer
lo correcto
Con
la organización de la juventud de la Central de Trabajadores Argentinos
(CTA) y el aporte de unos 1.200 jóvenes, sindicalizados, militantes y
no, en algunos barrios pobres del Gran Buenos Aires se concretaron buenas
acciones. Llegaron, vieron, trabajaron, ayudaron, construyeron. Lo mejor:
ningún muñeco sonriente de saco y corbata aparece en las fotos.
TEXTOS
ROQUE CASCIERO
FOTOS DANIEL EZCURRA
El
fin de semana pasado la temperatura llegó a los 33 grados y el
sol castigó duro. Sin embargo, eso no fue obstáculo para
que unos 1200 jóvenes construyeran varios comedores escolares,
repararan y pintaran escuelas y asociaciones de fomento, armaran bibliotecas,
dieran charlas y organizaran murguitas en barrios pobres del conurbano
bonaerense. Ah, encima, cada uno de los que participó pagó
15 pesos para inscribirse, con los que se financió buena parte
de las obras. Sí, leíste bien: de eso se trataron las Jornadas
Juveniles Nacionales de Trabajo Solidario, que organizó la Central
de Trabajadores Argentinos (CTA). La idea surgió en este
último tiempo, cuando empezaron a aparecer expresiones culturales
y materiales de resistencia entre los jóvenes, explica Néstor
Moccia, de 30 años, empleado gráfico y uno de los coordinadores
de la juventud de la central obrera. Nos lanzamos a intentar incorporar
todo eso a un proceso de construcción política y social
en un paraguas más grande. Para nosotros hay mucho de política
en la solidaridad. El modelo te fractura económicamente, pero también
te destruye el carácter de grupo, el carácter colectivo
de cualquier emprendimiento. Nos parece que lo de la solidaridad tiene
un peso importante. No somos los únicos que hacen esto: nos contactamos
con pibes de la Iglesia o de la universidad que vienen desarrollando estas
tareas. Y en esto se combina la lucha con la solidaridad y con la construcción
de una cultura y una referencia propia como jóvenes.
La gente de los barrios y el Grupo de Estudiantes Solidarios ya habían
hecho tareas previas a las jornadas: conseguir materiales, hacer cimientos
y relevar los problemas de cada lugar. La gente desconfiaba, harta de
las promesas de los políticos, y se sorprendió cuando llegaban
grupos de cien pibes dispuestos a trabajar para ella. Ni que hablar de
cuando las obras estuvieron terminadas, ladrillo sobre ladrillo. En Villa
Inflamable (Dock Sud) construyeron un comedor y pintaron la escuela 33.
En Barrio Mitre (San Miguel) hicieron contrapisos de dos escuelas. En
el asentamiento 8 de Mayo y en el barrio Libertador (San Martín),
y en La Cava (San Isidro) construyeron sendos comedores. En el barrio
San Francisco (Morón) hicieron un comedor y una plaza, y repararon
la escuela 102. En Munro reconstruyeron la Casa de la Memoria. En Ingeniero
Budge pintaron una biblioteca popular. En Villa Fiorito terminaron la
cocina e hicieron una biblioteca en un centro comunitario.
Estuve trabajando en Villa Inflamable, en el comedor de Marta, una
señora a la que no le alcanza ni para comer ella y sus siete hijos,
que no recibe subsidios de nadie, pero que abrió la cocina de su
casa y le da de comer a los chicos del barrio, recuerda Moccia.
El que dirigía la obra era el sobrino de Marta, pero ni a
él le creía que íbamos a construirle el comedor.
Yo había hecho jornadas de este tipo en el interior, donde el trato
era mucho más directo; acá había mucha desconfianza.
Y por eso mismo, el agradecimiento era muy emotivo. Uno a veces es demasiado
negativo, pero existe gente como Marta en nuestro pueblo. O viejos que
te traían una docena de facturas, compradas con los últimos
mangos que les quedaban... Esa solidaridad natural fue un dato que nos
impactó fuerte. Y que nos hace pensar que no todo está perdido.
Hace
un par de años, cuando estaba en la facultad, había participado
de una brigada del Grupo de Estudiantes Solidarios en un comedor de Ingeniero
Budge, pero esta movida fue gigantesca. Me tocó ir al barrio Mi
Esperanza, en La Matanza, donde hicimos un comedor para sesenta chicos,
una plaza y un aula en la escuela. También desmalezamos unos terrenos
al lado del comedor y armamos una huerta. Además hubo actividades
recreativas: se armó una murga con los pibes y se salió
a patear el barrio; cada vez se incorporaban más chicos y todo
terminó en fiesta. La gente del lugar nos agradecía con
palabras simples y muy hondas, nos daba de comer y agarraba la pala para
laburar a la par nuestra. Me llamó la atención la seriedad
que tuvieron los pibes que vinieron a trabajar, porque éramos cien
en una escuela, podría haber dado para el descontrol. Hubo fiesta,
pero no quilombo: no se tomó una gota de alcohol. Dormimos en el
piso, nos acostábamos muy tarde y hacíamos guardias de seguridad,
pero a las 7 de la mañana estábamos todos arriba para trabajar.
Sebastián, 27 años, empleado de una empresa de seguros
y militante sindical.
Estuve
en el barrio San José Obrero, de La Matanza, donde construimos
un comedor, pintamos una escuela del barrio y armamos una plaza. Fue la
primera vez que iba a trabajar a un barrio, pero voy a seguir yendo. No
sé si con la CTA o con quién, lo importante es ir y hacer
cosas. Lo primero que recordé apenas llegué fue la propaganda
contra el dengue: dice que no dejes agua en tachitos, mientras que ahí
estaban todas las zanjas llenas de agua estancada. Es un barrio de gente
que en algún momento tuvo trabajo y ahora no lo tiene, donde los
chicos comen sólo en la escuela. No era un lugar marginal sino
de desocupados, que se organizan en forma de cooperativa. Ellos fueron
los que hicieron el corte de la Ruta 3 y buena parte de la comida que
consiguieron esa vez la donaron para que comiéramos nosotros. No
tienen casi nada, pero comparten con vos lo poco que tienen.
Natalia, 25 años, empleada administrativa y estudiante de Sociología.
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