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OPINION

La República de la Boca

Arquitectura “solidaria y milonguera”, la definió la autora de esta nota publicada en la revista “Vivienda” en su edición 462, de la que aquí reproducimos una parte, para mostrar que hay una arquitectura hecha por “el capricho de todo un pueblo”.

Por Arq. Fernanda Cragnolini

El Riachuelo nació hermano del Matanza. En un momento se abrió y fileteando la tierra formó meandros como el llamado Vuelta de Rocha. Como el lugar es la desembocadura en el Río de la Plata, lo bautizaron “la boca”, la Boca del Riachuelo. En 1880 la Boca era el barrio latino de la ciudad. Los barcos y carros llenos de mercancías iban y venían repletos. Tropas de calafateadores, estibadores y peones parecían hormigas sobre las cubiertas y la ribera.
En 1885 era un país aparte. Por dos razones: porque entre el barrio y el centro de Buenos Aires había una zona de bajos y arroyuelos y hasta un bosque por donde está Parque Lezama. Atravesar estas distancias en carreta era bastante dificultoso. Otra de las razones era su población: una abrumadora mayoría de genoveses imponía su idioma, sus costumbres y su manera de construir, si bien aquí estaban condicionados por la cuadrícula americana. Habían elegido vivir en la Boca por nostálgicas razones. La Vuelta de Rocha tiene un aire a la vuelta que describe Génova cuando abraza el mar Ligure.
No fue la gente la que perjudicó la zona. Dos factores contribuyeron a dejarla en el olvido: que el Riachuelo no permitiera la entrada a buques de gran calado y que en la pulseada Huergo-Madero ganara este último, imponiendo al más próximo al centro como puerto principal de la ciudad.
Por tal motivo, en 1886 la Boca queda relegada a puerto fluvial. Ese fue el golpe del cual nunca se recuperó.

Las Casas
Se dice que las primeras fueron así porque estaban hechas con los sobrantes de los astilleros. Las pintaban de colores fuertes, principalmente rojo y verde. Las piezas eran muy calientes en verano y muy frías en invierno. Para aislar la chapa se comenta que empleaban cartón o telgopor. Lo que sí es seguro es que entre tanta madera y cartón y telgopor y cachivaches que juntaban los inmigrantes, a la menor chispa que saltaba se iniciaba un incendio tremendo y de ahí la importancia de los Bomberos Voluntarios de la Boca.
Según la posición de la entrada, se pueden clasificar en tres grupos:
1- Entrada central.
2- Entrada lateral.
3- Entrada lateral y central en la misma fachada.
En cuanto a los materiales utilizados se pueden clasificar en 4 tipos:
a- Estructura de madera revestida con madera.
b- Estructura de madera revestida con metal.
c- Estructura de madera con fachada de ladrillo revocada.
d- Estructura de ladrillo revocada.
El sistema constructivo es lo que las obliga a ser de formas muy simples. Como fundación, sus constructores hincaban pilotes de madera dura en el terreno, encastrándolos y abulonándolos a unos tirantes. Los tirantes conformaban una base ubicada a un metro o más con respecto al suelo. En ella se encastraban los parantes (maderos verticales) que se unían entre sí con una solera (madera horizontal).
El problemita es que estas estructuras no tienen ningún arriostramiento, nada que resista los empujes horizontales, ni una miserable maderita de “3 x 3” que vaya de nudo a nudo. Por eso las vemos inclinarse peligrosamente hacia adelante, burlando la línea municipal o amenazando a las casas vecinas, que por suerte y debido al mismo sistema constructivo, están separadas al menos 20 cm.
Las fachadas metálicas se recubrían de chapa lisa o acanalada. Cuando se llegaba a la arista (que siempre fue el punto débil por el que podía infiltrarse el agua) se las protegía con otra lámina zincada que tapaba la junta. Los techos, en general, de escasa pendiente, llevan una zinguería con caños pluviales que pegan volteretas para ir a desagotar al patio o atraviesan descaradamente toda la fachada. Claro que abundan estas viviendas unifamiliares, pero la mayoría son plurifamiliares, es decir, conventillos. Podemos distinguir tres casos:
1- Vivienda unifamiliar.
2- Conventillo.
3- Vivienda unifamiliar devenida a conventillo.
Mientras que las casas tenían planta baja y un piso, los conventillos se hacían de tres niveles. Pensados desde un primer momento para varias familias, la célula mínima de vivienda constaba de una cocina y un dormitorio que daban a la galería. ¿El baño? Afuera. Y para compartir entre muchos.
Las puertas y ventanas típicas son generalmente de hierro con particiones de vidrios de colores o están hechas con marcos y celosías de maderas blandas.
Por todos los factores sociales que contamos antes, los conventillos fueron lugar de paso de los inmigrantes, hasta que podían encontrar o hacerse algo mejor.
De pronto una fachada con todos los colores y todas las banderas y al centro un zaguán sombrío, pero las paredes fueron lavadas, pintadas y desinfectadas hasta del último temblor del último beso. Bajando cuatro escalones, el patio delata el verdadero nivel de esta tierra ofendida. Bajando cuatro escalones el patio, espacio de improvisación de teatro.
Moore decía que el living está ganando cada vez más espacio porque cada vez improvisamos más en nuestras vidas, necesitamos más espacio para las improvisaciones y menos para las tareas repetitivas. Menos cocina, menos baño.
Las necesidades son cíclicas. ¿A qué rico señor de la aristocracia argentina se le hubiera ocurrido por aquella época semejante exposición a la lluvia, al sol, al viento que es este patio? Esas son cosas de pobres, estar bronceado es cosa de plebeyos. Es raro cómo la historia se da vuelta.
Sí, el patio tiene ese sabor escenográfico, se está a punto de representar la escena de la inundación, la del incendio, la del duelo, el horror, la puñalada. Y de pie, en el centro del patio, buscamos descubrirle el sistema. Es una casa tipo “C”, es decir que la fachada es una máscara y su verdadera estructura es de madera.
Buscamos descubrir los rastros que la historia hubiera impreso a la casa. Notamos que la vía fallecida tuvo algo que ver con esa cenefa secuestrada en la estación de tren que luce la galería, que una barra fina como columna de barco sostiene ese techo, que la escalera de peldaños gruesos se asemeja a un muelle ascendente, que las rejas con flores en hierro forjado de excelente factura son idénticas a otras de otras casas que tuvieron mejor suerte, que el pincel que pintó el marco de esa ventana le dio un color distinto a cada lado como si hubiera sido discípulo de las espátulas de Quinquela, que los cimientos que no podemos ver son pilotes hincados como amarras de bote.
En este reino nada de niveles y plomadas, el ángulo a 90 grados perfecto tiene muy mala prensa. No es que no haya existido nunca, es que aquí los materiales se encorvan naturalmente con el paso del tiempo, las uniones se aflojan, la osamenta se dobla como la espalda de esas viejitas y la escasez de recursos hace que sólo se repare lo urgente.
La escalera tiene los tablones secos y gastados como durmientes de ferrocarril. Sin una gota de barniz ni de aceite quemado, las vetas se le abrieron al calor y sigue ahí, con una escalera de albañil apoyada en el descanso, que lleva a la terraza del vecino, que invita a invadirla.
Verdad: aquí las situaciones pertenecen a un tiempo en donde la arquitectura y los objetos se sentían un gratuito bien común. Vidrios de colores, muchos de ellos con diferentes texturas y dibujos. Azules, marrones. Es agradable ver cómo estas paredes de vidrio sencillo con berretín de cristal de murano dibujan volúmenes tan compactos. Tan fuertes, tan pesados. Abajo, las celosías de un volumen con su puerta de salida también de madera salvan con su media sombra del sol del mediodía. Arriba, la ventana entreabierta nos enseña la cocina mientras que la soga de colgar la ropa nos enseña ropa íntima sin ningún pudor.
Palladio decía que así como algunos órganos humanos están ocultos a la vista y se muestran sólo los más hermosos, así también debían ocultarse las habitaciones feas, las habitaciones serviles de la casa.
Las casas dialogan en voz baja, se muestran tal como son. No hay vergüenza, no debe haber arquitecturas vergonzosas es la lección de este barrio. No hace falta, señor, que quite las chapas para la foto, así está perfecto. No hace falta que la vecina descuelgue la ropa para la foto, que no caigan las hojas, que no se le ocurra a la mugre ensuciar.
Aquí no está la vergüenza de las casas pudorosas que el Academicismo y aun la Modernidad nos han enseñado. Y de pronto el patio atardecido y el zaguán y una mujer a media luz, y más allá la yeca y las fachadas pintadas en un delirio febril de mariposas.