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Jueves 25 de Enero de 2001

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Siempre libres

ENTREVISTAS Y TEXTOS PABLO PLOTKIN
FOTOS TAMARA PINCO

Oponiéndose al histórico “silencio prudencial” argentino alrededor de las drogas y la homosexualidad, he aquí dos solistas emergentes destinados -voluntariamente o no– a hacer saltar algunos tapones. De personalidades casi opuestas, Andy y Leo acaban de grabar dos discos (Las Fantásticas Aventuras del Capitán Angustia y Mar, respectivamente, a editarse en el próximo par de meses) que son declaraciones de libertad a la vez que astutas aproximaciones a la cultura pop 2001. Vean...

Leo García

Hay gente demoliendo paredes en la entrada del caserón de Barracas. Un albañil adolescente se sacude el polvo de las pestañas y gruñe ante la llegada de los extraños. El otro obrero, más amable y veterano, pregunta si Leo está durmiendo. “Así le damos duro y parejo a esta parte”, sonríe, sopesando el mango de un pico en dirección a una pila de escombros. Leo está del otro lado del patio, pero su señal de vida suena intraterrena. “Ahí voy”, anuncia. Es una de esas viejas casas de techos altos, patios luminosos y vecinas generosas. Recién levantado y duchado, García abre la puerta y ofrece infusiones.
Las paredes del living registran la pasión iconográfica de Leo, todo un adorador de estampitas pop: James Dean, Andy Warhol, Ricardo Mollo, Mickey Mouse, Tanguito, Leo García, Gilda y Jesucristo. Hay una plancha brillante de retratos de Mickey con estampitas de Cristo pegadas encima, y una fotocopia de la versión Warhol del gran mártir bordeada con aerosol fucsia. Algunos discos de Gilda desparramados por el suelo, el Wadu Wadu de Virus al pie de un sofá oportunamente reciclado... Leo parece haber querido sintetizar su visión sobre la cultura pop en este ambiente.
El asunto aquí es Mar, el álbum con que Leo pretende llegar a los supermercados, las salas de espera de los consultorios y las fiestas de 15. Leo quiere fabricar productos pop. Ser él mismo un producto pop, en el mejor de los casos. Para eso compuso canciones pequeñas, redondas y adolescentes como el acné, con letras a cargo del periodista Pablo Schanton. Son textos románticos, con algo de ingenuidad y algo de malicia púber. Las canciones pueden tocarse con una criolla, pero cierto tratamiento electrónico juguetón las convierte en piececitas de baile relajado, no aptas para pistas inflamadas, pero sí para entibiar el suelo. Gustavo Cerati, el jefe del Leo-tecladista durante la gira de Bocanada, se encargó de la producción. Así que la idea es que Leo dé un pequeño salto fuera del underground, y ahí está “Morrissey” para intentarlo.
“Morrissey” es una canción pegajosa y juvenil como las mielcitas, y cuenta una historia tan pop, adolescente y sencilla que resulta encantadora. Dos chicos que se juntan a escuchar los discos de Morrissey de espaldas a la novia de uno; la chica que escucha Björk, Bowie y Beck y que pasea su snobismo repitiendo “la palabra dee-jay” (si cada tanto visitás algún pub del Bajo –ahí por Little Ireland–, te habrás cruzado con alguien así); los histeriqueos alrededor de un triángulo amoroso sutilmente ambiguo. Una versión moderna, sexualmente desprejuiciada y musicalmente instruida de alguna serie televisiva juvenil. Las virtudes de “Morrissey” –más allá de las propiedades adhesivas de su melodía– residen en la identificación que genera en los círculos modernos de Buenos Aires. Si Matt Groening fuera porteño y escuchara Suárez, en “Los Simpson” habría algún personaje como el de la chica.
“‘Morrissey’ cuenta una situación que tiene que ver con las relaciones humanas de ahora”, analiza Leo, al que las palabras homosexual y heterosexual le producen arcadas (“no creo en esos guetos”). “La canción tiene que ver con la actualidad. Hasta programas de televisión tocan esos temas: ‘Son o se hacen’, o ‘Verano del 98’, donde había una situación así, entre dos amigos que no terminan de definirse. La letra de la canción no define ni milita en nada: es una situación que encaja con la información musical. Lo que a mí más me interesaba era ver qué pasa con las letras de The Smiths. Por otro lado, es un homenaje a Morrissey, de algún modo, aunque para mí es un homenaje al pop, porque menciona a Beck, a Bowie, a Björk. Es toda una cuestión de relaciones personales en torno de la música. De eso se trata.” De eso trataban, también, una novela y una película tituladas Alta fidelidad, de Nick Hornby y Stephen Frears, respectivamente: el fanatismo/fetichismo pop como rectores emocionales y traductores instantáneos de una época.
A pesar de lo sutil que es la ambigüedad expuesta en “Morrissey”, el tema es un pequeño gran acontecimiento en un rock argentino históricamente hétero, en oposición a la tradición ambigua que construyó el género en el resto del mundo. “Es algo que acá no está muy establecido, pero ése es el lugar que a mí me ocupa, también: invertir las cosas y notar que todo puede ser, que todo puede ser nuevo”, dice Leo. “El contacto más directo con ese tipo de letras lo tengo con Virus. Ellos, de algún modo, fueron mucho más ambiguos al decirlo. En este caso está todo muy claro de entrada: el tema empieza diciendo ‘¿sabrá tu novia...?’. Directamente. Hasta me daba vergüenza cantarla, al principio, porque soy muy tímido... Yo no era muy consciente de la temática de la letra, hasta que la gente empezó a decirme: ‘Che, ¿vos te das cuenta de que la letra es fuerte?’. De todas maneras, lo que más quiero expandir es la palabra amor. Y tengo que aclarar mi lugar: la canción no es una militancia de nada (de hecho, es la única canción de Mar que habla de eso), pero sí es una declaración de libertad. Me considero una persona libre. No guardo ningún prejuicio y no quiero ocultar nada, pero la letra habla de las amistades, de las relaciones humanas en la adolescencia. De todos modos, que me den el lugar que quieran dentro del rock; hasta puede ser una estrategia. Si alguien tiene que pensar que yo... Ante la ambigüedad, pienso en David Bowie, Marc Bolan... ¡Madonna! Qué sé yo... ¡Yo quiero eso!” (risas).
La pequeña obra discográfica de Leo García solista (la interesante composición de aplausos Clap Beat y el timidillo Vital) llegó al sonido fogonero de Mar después de que el ex Avant Press derrocase sus ánimos experimentales y remodelara su imagen a la de un aspirante a (anti)héroe pop sin complejos. “Cuando uno acepta todos los géneros musicales y encuentra un hueco en cada uno, puede experimentar diferentes estados”, asegura Leo. “Es como tomar diferentes drogas, probar diferentes sensaciones. Eso es lo que me da el desprejuicio. Yo escucho desde la música más ruidosa, más experimental, hasta Gilda. Y siento que hay un hilo conductor, un código común en todo eso.”
–De eso se trata salir en Clarín con una remera de 2 Minutos, ¿no?
–Sí. Me encanta su disco Valentín Alsina, me encantan ellos. Me parece que es una banda iconográfica argentina. De los grupos de rock barrial, es el que más alto está. Cuando escucho Valentín Alsina me recuerda mucho a Nevermind the Bollocks, que es uno de mis discos favoritos de la historia del pop. Tiene esa furia...
En un espacio y tiempo tan propensos al desprecio del encasillamiento y la necesidad generalizada de ser el artista más escurridizo de la cuadra, Leo García pretende que lo etiqueten como cantante pop, y que a nadie le queden dudas al respecto. “Durante un tiempo estuve pensando qué iba a hacer, qué quería”, cuenta Leo, mientras Federico –el chico tucumano encargado de las máquinas en sus presentaciones– baja las escaleras frotándose lagañas. “Pasé mucho tiempo buscando un sonido de música electrónica, y yo veía que todo se ponía muy disperso: no se sabía si era un músico electrónico, si cantaba... Creo que las cosas tienen que estar definidas. Todos queremos saber qué hay detrás de uno. Así que como Leo García decidí ser cantante, directamente, buscar un lugar en ese sentido. Con la electrónica probablemente siga en otro momento, cuando quede lugar. Esta taza, por ejemplo, sabés para qué sirve, y por eso la usás sin dudar. Si la taza tuviera accesorios y otras propiedades, pasaría a ser un objeto extraño, y no irías directamente a agarrarla. Y yo quiero que vayan directo a mí. Necesito sí o sí que Leo García sea un cantante. A partir de Mar, voy a ir hasta el fondo de eso, voy a ser un cantante pop.”
–En otro tiempo te hubiera costado asimilar la idea de un disco tuyo como un producto pop.
–En un momento sí, estaba totalmente rebelado ante eso. Pero creo que era un momento bastante terco de mi vida, porque yo siempre quise ser eso, siempre amé los discos y lo que sonaba en la tele, en la radio. Siempre soñé con eso, y todavía sueño. Yo soy un fan de Andy Warhol, así que sin duda la palabra producto no está nada mal. La idea es llevar al vivo un producto como Pet Shop Boys, algo fuerte. Aunque siempre va a haber un momento de guitarra y voz, homenaje a Tanguito. Pero en el futuro me imagino un show audiovisual. Esto me lo dijo Daniel Melero: el pop es un 50 por ciento música, y un 50 por ciento imagen. De ahí que yo creo mucho en Britney Spears y en todos los productos pop del momento. Así era Culture Club, así era Duran Duran... La verdadera música pop.

Andy Chango

Después de grabar su debut solista –un álbum dedicado por completo a las drogas–, Andy Chango estalló en una temporada de felicidad. Salía de gira por España, volaba sobre los acantilados del mar Cantábrico, los ensayos eran una celebración tóxica y los shows... En los shows el público ofrendaba porros al escenario, a pedido del artista. Todo iba perfecto para el chico-problema argentino exiliado en España, bien lejos de los patrulleros porteños y los espantosos institutos de rehabilitación. Pero las cosas empezaron a cambiar al año siguiente, cuando se recluyó en su casa de Madrid para componer un nuevo disco.
“Sin shows, sin ensayos, componía solo, encerrado en una habitación. Me convertí en un semi-ermitaño”, cuenta Andy en un bar de Palermo, antes de volver a España. “Perdí mi don social; intenté dejar el tabaco, y fumé demasiados porros por día. Estaba todo el tiempo súper stoned, y no quería ir a ninguna reunión, ni nada. Eso, sumado a un poco de presión de la compañía discográfica, hicieron que por momentos tambaleara, física y psíquicamente. Me volvía loco estar sin hacer nada. Me convertí en una ama de casa: si Yasmin, mi amor, llegaba tarde a comer, yo estaba herido porque había preparado los ravioles. O si había limpiado y ella no se daba cuenta, me ofendía. Y como buena ama de casa, empecé a tomar droga legal. Como quería que el disco fuera alegre, se me ocurrió ayudarme con ansiolíticos y antidepresivos. No podía ir deprimido a grabar un tema disco de los ‘80, entonces aposté a todos los elementos que encontré a mano.”
Todo empeoró en una semana particularmente desgraciada para él. Empezó una noche en que, bastante entonado, ensayó una pirueta frente a sus amigos y terminó fracturándose el hueso calcáneo. Internado en el hospital público de Madrid, decidió dar una fiesta en su habitación. “Invité a (Andrés) Calamaro y a los músicos que estaban grabando, y armamos una fiesta, lo cual disgustó un poco a las enfermeras y a los médicos, porque era un bardo: había cervezas, porros... Tal vez por eso al otro día el doctor me puso mal el yeso, me comprimió el nervio ciático y me dijo que iba a quedar paralítico de por vida.” Abrumado, Andy fue a por una segunda consulta. El médico lo tranquilizó, le prometió que no quedaría paralítico, que a lo sumo arrastraría una renquera (cosa que finalmente no ocurrió). “Entonces decidí salir a festejar”, prosigue. “A las seis de la mañana, una bomba de ETA me explotó a cincuenta metros... Al día siguiente, mientras leía un libro escrito por el papá de Ariel (Rot) sobre el diario La Opinión –un libro muy interesante–, me empezaron a llorar los ojos. Fui al oculista, me diagnosticó una hipermetropía y me puso anteojos.”
Al quinto día de esa semana fatal, Andy cumplía treinta años. Aún convaleciente, compró 18 botellas de champagne para festejar en la cama, rodeado de amigos. Cuando las descorcharon, se sintió el ser más desdichado del planeta: todo ese champagne no tenía burbujas. “Después de esa semana, toqué el fondo de una manera muy profunda”, recuerda. “Pero siempre lo tomé con humor: contaba mis experiencias en el periódico (en los Diarios Politóxicos que escribe en el Diario16), hacía comics, trataba de buscar la risa en la desgracia. Pero la verdad es que me sentía muy desgraciado. De ahí salió el concepto del nuevo disco, Las Fantásticas Aventuras del Capitán Angustia: un superhéroe que le canta a la desgracia, a lo que viene después de mucha droga: la resaca, la decrepitud física, la inestabilidad emocional, el sistema nervioso semidescompensado, incursiones en la droga legal. Pero siempre con alegría.”
Producido por Ariel Rot, el disco del Capitán Angustia encuentra el equilibrio entre el patetismo de las desventuras narradas por el protagonista y la efervescencia desvergonzada de su musicalización. Rapeos, cabalgatas disco, marchas y guitarras españolas para gritarle al mundo los mil y un fracasos (económicos, sexuales, orgánicos,existenciales) del Capitán Angst, a quien Chango define como “el nieto de Roberto Arlt”.
En el bar, el autor propone ir a escuchar una copia del disco en cuestión (aún sin masterizar) a lo de un amigo, un ex Superchango (la banda que integraba Andy antes de abandonar el país) que vive cerca de ahí. “Tiene una hamaca paraguaya y una manguera”, promete, escurriéndose el sudor del pelo. A mitad de camino, desde una esquina de la calle Uriarte, llega una voz familiar amplificada. Es el estudio-pecera de Radio 10, la AM de Hadad que transmite al público desde una vidriera de ochava. Y ahí está Chiche Gelblung, saliendo al aire expuesto como una prostituta en el barrio rojo de Amsterdam. Tal vez no lo sepas, pero Andy Chango fue, durante un tiempo, una especie de controvertido columnista vía satélite de “Memoria”, el ciclo televisivo de Mr. Gelblung. El músico duda si darse a conocer a través del vidrio y pedir aire, pero recuerda lo que dijo minutos antes, en el bar.
“Yo no sabía ni quién era Chiche”, había contado. “Pero estaba en Madrid y la compañía me dijo que me llevaba a Barcelona en avión y me alojaba en un hotel para filmar para un programa de la Argentina y participar de un debate sobre la marihuana. Iba a haber dos bandos: por un lado la hija de Lestelle –Alina–, y por otro lado yo y Gaspar, de la revista Cáñamo. Me pareció noble debatir sobre la marihuana y con un buen amigo en Barcelona: era un gran plan. Además, como en Argentina mi disco no había tenido la más mínima difusión, dije ‘bueno, si no lo hacen ellos lo hago yo, sea donde sea’. Fue un viaje bastante loco: llegué a Barcelona a la noche, bebimos mucho, fumamos mucho, y cuando salimos al aire eran las cuatro de la mañana y estábamos re-locos. Yo no veía lo que pasaba acá. No veía las caras de la gente, no sabía la tensión que había. Después, cuando me mandaron el programa grabado y vi esas caras sudando dije, ‘bueno, en la que nos metimos...’. Pero en su momento estábamos hablando súper high, la pasé genial, y Chiche cerró el programa diciendo: ‘esta noche, ganó la marihuana’. Yo no lo conocía, pero sabía que era careta, entonces me pareció un pequeño gran logro. Después me dieron el video y me morí de risa muchas noches con mis amigos, en pedo. Era ridículo, como lo es todo en Argentina en relación a la droga.”
“La segunda vez que me invitaron fue más conflictivo, porque me agraviaron un poco más desde el estudio”, repasa. “Ese día no quedé bien con nadie. Se suponía que las Viejas Locas estaban defendiendo un repertorio de las drogas, que eran de mi bando, y del lado de los enemigos estaban Alina Lestelle y (Alberto) Albamonte. Ese día me hice enemigo de las dos partes: el chico de las Viejas Locas (Pity) hizo un texto que era una taradez, que decía: ‘con la legalización van a morir muchos, pero no sé qué...’, lo cual demuestra que la ignorancia con ese tema no sólo está del lado de los reaccionarios: las estadísticas demuestran que con la prohibición se multiplicaron el consumo y las muertes por adulteración.”
–Aquella vez te cruzaste con Albamonte.
–Se me pusieron todos en contra: ese día me abuchearon. Albamonte me dijo “te vas a morir”. Yo pensé que era un padre de familia, y le respondí: “No, te vas a morir vos, porque yo fumando un porrito, haciendo el amor con mi mujer y haciendo musiquita, estoy seguro de que voy a vivir más años que vos, que estás muy tenso y te puede dar un paro cardíaco en cualquier momento”. Al final me abuchearon todos. Entonces ya al tercer programa dije: “Chiche, por esto me tenés que pagar, porque si yo me tomo un taxi a las tres de la mañana en Madrid para ir a un estudio y todos me abuchean... Eso ya vale dinero”. Entonces hice un tercer programa por dinero, y ahí ya me sentí corrupto, porque en realidad me había gustado hacerlo de onda, con mi amigo en Barcelona. Me di cuenta que el programa de Chiche, con todos los respetos, es un desastre total. Cambié de postura: pensé que aunque no me hagan prensa, prefiero esperar diez años y que me conozcan por mis canciones antes que por ser panelista de Chiche. Aunque debo decir que fueron los únicos que me dieron un lugar para hablar del tema con libertad. Lo que pasa es que la manera en que presentan las cosas es patética.
–Hablabas de tus incursiones en la droga legal. ¿Cómo te resultaba...?
–Me resulta muy bien. Es decir: ya estoy adentro. Ese es un tema bastante interesante: descubrí que el Alprasolán, que es un ansiolítico, es mucho más adictivo que la mayoría de las drogas que conozco. Algo similar pasa con el tabaco, y a nivel destrucción del hígado algo similar ocurre con el alcohol. Conozco demasiadas drogas ilegales que no son tan nocivas como algunas legales. Hay una falta de criterio abismal en la dictaminación de qué es legal y qué no. En Argentina podés ir preso por posesión de marihuana. Y sin embargo todas las amas de casa le dan de lo lindo al Alprasolán, y sus maridos toman whisky barato y se están haciendo más daño. Además, me parece ridículo penalizar el daño: el autoflagelo tiene que ser reivindicado, no penalizado.