Siempre
libres
ENTREVISTAS
Y TEXTOS PABLO PLOTKIN
FOTOS TAMARA PINCO
Oponiéndose
al histórico silencio prudencial argentino alrededor
de las drogas y la homosexualidad, he aquí dos solistas emergentes
destinados -voluntariamente o no a hacer saltar algunos tapones.
De personalidades casi opuestas, Andy y Leo acaban de grabar dos discos
(Las Fantásticas Aventuras del Capitán Angustia y Mar, respectivamente,
a editarse en el próximo par de meses) que son declaraciones de
libertad a la vez que astutas aproximaciones a la cultura pop 2001. Vean...
Hay
gente demoliendo paredes en la entrada del caserón de Barracas.
Un albañil adolescente se sacude el polvo de las pestañas
y gruñe ante la llegada de los extraños. El otro obrero,
más amable y veterano, pregunta si Leo está durmiendo. Así
le damos duro y parejo a esta parte, sonríe, sopesando el
mango de un pico en dirección a una pila de escombros. Leo está
del otro lado del patio, pero su señal de vida suena intraterrena.
Ahí voy, anuncia. Es una de esas viejas casas de techos
altos, patios luminosos y vecinas generosas. Recién levantado y
duchado, García abre la puerta y ofrece infusiones.
Las paredes del living registran la pasión iconográfica
de Leo, todo un adorador de estampitas pop: James Dean, Andy Warhol, Ricardo
Mollo, Mickey Mouse, Tanguito, Leo García, Gilda y Jesucristo.
Hay una plancha brillante de retratos de Mickey con estampitas de Cristo
pegadas encima, y una fotocopia de la versión Warhol del gran mártir
bordeada con aerosol fucsia. Algunos discos de Gilda desparramados por
el suelo, el Wadu Wadu de Virus al pie de un sofá oportunamente
reciclado... Leo parece haber querido sintetizar su visión sobre
la cultura pop en este ambiente.
El asunto aquí es Mar, el álbum con que Leo pretende llegar
a los supermercados, las salas de espera de los consultorios y las fiestas
de 15. Leo quiere fabricar productos pop. Ser él mismo un producto
pop, en el mejor de los casos. Para eso compuso canciones pequeñas,
redondas y adolescentes como el acné, con letras a cargo del periodista
Pablo Schanton. Son textos románticos, con algo de ingenuidad y
algo de malicia púber. Las canciones pueden tocarse con una criolla,
pero cierto tratamiento electrónico juguetón las convierte
en piececitas de baile relajado, no aptas para pistas inflamadas, pero
sí para entibiar el suelo. Gustavo Cerati, el jefe del Leo-tecladista
durante la gira de Bocanada, se encargó de la producción.
Así que la idea es que Leo dé un pequeño salto fuera
del underground, y ahí está Morrissey para intentarlo.
Morrissey es una canción pegajosa y juvenil como las
mielcitas, y cuenta una historia tan pop, adolescente y sencilla que resulta
encantadora. Dos chicos que se juntan a escuchar los discos de Morrissey
de espaldas a la novia de uno; la chica que escucha Björk, Bowie
y Beck y que pasea su snobismo repitiendo la palabra dee-jay
(si cada tanto visitás algún pub del Bajo ahí
por Little Ireland, te habrás cruzado con alguien así);
los histeriqueos alrededor de un triángulo amoroso sutilmente ambiguo.
Una versión moderna, sexualmente desprejuiciada y musicalmente
instruida de alguna serie televisiva juvenil. Las virtudes de Morrissey
más allá de las propiedades adhesivas de su melodía
residen en la identificación que genera en los círculos
modernos de Buenos Aires. Si Matt Groening fuera porteño y escuchara
Suárez, en Los Simpson habría algún personaje
como el de la chica.
Morrissey cuenta una situación que tiene que
ver con las relaciones humanas de ahora, analiza Leo, al que las
palabras homosexual y heterosexual le producen arcadas (no creo
en esos guetos). La canción tiene que ver con la actualidad.
Hasta programas de televisión tocan esos temas: Son o se
hacen, o Verano del 98, donde había una situación
así, entre dos amigos que no terminan de definirse. La letra de
la canción no define ni milita en nada: es una situación
que encaja con la información musical. Lo que a mí más
me interesaba era ver qué pasa con las letras de The Smiths. Por
otro lado, es un homenaje a Morrissey, de algún modo, aunque para
mí es un homenaje al pop, porque menciona a Beck, a Bowie, a Björk.
Es toda una cuestión de relaciones personales en torno de la música.
De eso se trata. De eso trataban, también, una novela y una
película tituladas Alta fidelidad, de Nick Hornby y Stephen Frears,
respectivamente: el fanatismo/fetichismo pop como rectores emocionales
y traductores instantáneos de una época.
A pesar de lo sutil que es la ambigüedad expuesta en Morrissey,
el tema es un pequeño gran acontecimiento en un rock argentino
históricamente hétero, en oposición a la tradición
ambigua que construyó el género en el resto del mundo. Es
algo que acá no está muy establecido, pero ése es
el lugar que a mí me ocupa, también: invertir las cosas
y notar que todo puede ser, que todo puede ser nuevo, dice Leo.
El contacto más directo con ese tipo de letras lo tengo con
Virus. Ellos, de algún modo, fueron mucho más ambiguos al
decirlo. En este caso está todo muy claro de entrada: el tema empieza
diciendo ¿sabrá tu novia...?. Directamente.
Hasta me daba vergüenza cantarla, al principio, porque soy muy tímido...
Yo no era muy consciente de la temática de la letra, hasta que
la gente empezó a decirme: Che, ¿vos te das cuenta
de que la letra es fuerte?. De todas maneras, lo que más
quiero expandir es la palabra amor. Y tengo que aclarar mi lugar: la canción
no es una militancia de nada (de hecho, es la única canción
de Mar que habla de eso), pero sí es una declaración de
libertad. Me considero una persona libre. No guardo ningún prejuicio
y no quiero ocultar nada, pero la letra habla de las amistades, de las
relaciones humanas en la adolescencia. De todos modos, que me den el lugar
que quieran dentro del rock; hasta puede ser una estrategia. Si alguien
tiene que pensar que yo... Ante la ambigüedad, pienso en David Bowie,
Marc Bolan... ¡Madonna! Qué sé yo... ¡Yo quiero
eso! (risas).
La pequeña obra discográfica de Leo García solista
(la interesante composición de aplausos Clap Beat y el timidillo
Vital) llegó al sonido fogonero de Mar después de que el
ex Avant Press derrocase sus ánimos experimentales y remodelara
su imagen a la de un aspirante a (anti)héroe pop sin complejos.
Cuando uno acepta todos los géneros musicales y encuentra
un hueco en cada uno, puede experimentar diferentes estados, asegura
Leo. Es como tomar diferentes drogas, probar diferentes sensaciones.
Eso es lo que me da el desprejuicio. Yo escucho desde la música
más ruidosa, más experimental, hasta Gilda. Y siento que
hay un hilo conductor, un código común en todo eso.
De eso se trata salir en Clarín con una remera de 2 Minutos,
¿no?
Sí. Me encanta su disco Valentín Alsina, me encantan
ellos. Me parece que es una banda iconográfica argentina. De los
grupos de rock barrial, es el que más alto está. Cuando
escucho Valentín Alsina me recuerda mucho a Nevermind the Bollocks,
que es uno de mis discos favoritos de la historia del pop. Tiene esa furia...
En un espacio y tiempo tan propensos al desprecio del encasillamiento
y la necesidad generalizada de ser el artista más escurridizo de
la cuadra, Leo García pretende que lo etiqueten como cantante pop,
y que a nadie le queden dudas al respecto. Durante un tiempo estuve
pensando qué iba a hacer, qué quería, cuenta
Leo, mientras Federico el chico tucumano encargado de las máquinas
en sus presentaciones baja las escaleras frotándose lagañas.
Pasé mucho tiempo buscando un sonido de música electrónica,
y yo veía que todo se ponía muy disperso: no se sabía
si era un músico electrónico, si cantaba... Creo que las
cosas tienen que estar definidas. Todos queremos saber qué hay
detrás de uno. Así que como Leo García decidí
ser cantante, directamente, buscar un lugar en ese sentido. Con la electrónica
probablemente siga en otro momento, cuando quede lugar. Esta taza, por
ejemplo, sabés para qué sirve, y por eso la usás
sin dudar. Si la taza tuviera accesorios y otras propiedades, pasaría
a ser un objeto extraño, y no irías directamente a agarrarla.
Y yo quiero que vayan directo a mí. Necesito sí o sí
que Leo García sea un cantante. A partir de Mar, voy a ir hasta
el fondo de eso, voy a ser un cantante pop.
En otro tiempo te hubiera costado asimilar la idea de un disco tuyo
como un producto pop.
En un momento sí, estaba totalmente rebelado ante eso. Pero
creo que era un momento bastante terco de mi vida, porque yo siempre quise
ser eso, siempre amé los discos y lo que sonaba en la tele, en
la radio. Siempre soñé con eso, y todavía sueño.
Yo soy un fan de Andy Warhol, así que sin duda la palabra producto
no está nada mal. La idea es llevar al vivo un producto como Pet
Shop Boys, algo fuerte. Aunque siempre va a haber un momento de guitarra
y voz, homenaje a Tanguito. Pero en el futuro me imagino un show audiovisual.
Esto me lo dijo Daniel Melero: el pop es un 50 por ciento música,
y un 50 por ciento imagen. De ahí que yo creo mucho en Britney
Spears y en todos los productos pop del momento. Así era Culture
Club, así era Duran Duran... La verdadera música pop.
Después
de grabar su debut solista un álbum dedicado por completo
a las drogas, Andy Chango estalló en una temporada de felicidad.
Salía de gira por España, volaba sobre los acantilados del
mar Cantábrico, los ensayos eran una celebración tóxica
y los shows... En los shows el público ofrendaba porros al escenario,
a pedido del artista. Todo iba perfecto para el chico-problema argentino
exiliado en España, bien lejos de los patrulleros porteños
y los espantosos institutos de rehabilitación. Pero las cosas empezaron
a cambiar al año siguiente, cuando se recluyó en su casa
de Madrid para componer un nuevo disco.
Sin shows, sin ensayos, componía solo, encerrado en una habitación.
Me convertí en un semi-ermitaño, cuenta Andy en un
bar de Palermo, antes de volver a España. Perdí mi
don social; intenté dejar el tabaco, y fumé demasiados porros
por día. Estaba todo el tiempo súper stoned, y no quería
ir a ninguna reunión, ni nada. Eso, sumado a un poco de presión
de la compañía discográfica, hicieron que por momentos
tambaleara, física y psíquicamente. Me volvía loco
estar sin hacer nada. Me convertí en una ama de casa: si Yasmin,
mi amor, llegaba tarde a comer, yo estaba herido porque había preparado
los ravioles. O si había limpiado y ella no se daba cuenta, me
ofendía. Y como buena ama de casa, empecé a tomar droga
legal. Como quería que el disco fuera alegre, se me ocurrió
ayudarme con ansiolíticos y antidepresivos. No podía ir
deprimido a grabar un tema disco de los 80, entonces aposté
a todos los elementos que encontré a mano.
Todo empeoró en una semana particularmente desgraciada para él.
Empezó una noche en que, bastante entonado, ensayó una pirueta
frente a sus amigos y terminó fracturándose el hueso calcáneo.
Internado en el hospital público de Madrid, decidió dar
una fiesta en su habitación. Invité a (Andrés)
Calamaro y a los músicos que estaban grabando, y armamos una fiesta,
lo cual disgustó un poco a las enfermeras y a los médicos,
porque era un bardo: había cervezas, porros... Tal vez por eso
al otro día el doctor me puso mal el yeso, me comprimió
el nervio ciático y me dijo que iba a quedar paralítico
de por vida. Abrumado, Andy fue a por una segunda consulta. El médico
lo tranquilizó, le prometió que no quedaría paralítico,
que a lo sumo arrastraría una renquera (cosa que finalmente no
ocurrió). Entonces decidí salir a festejar,
prosigue. A las seis de la mañana, una bomba de ETA me explotó
a cincuenta metros... Al día siguiente, mientras leía un
libro escrito por el papá de Ariel (Rot) sobre el diario La Opinión
un libro muy interesante, me empezaron a llorar los ojos.
Fui al oculista, me diagnosticó una hipermetropía y me puso
anteojos.
Al quinto día de esa semana fatal, Andy cumplía treinta
años. Aún convaleciente, compró 18 botellas de champagne
para festejar en la cama, rodeado de amigos. Cuando las descorcharon,
se sintió el ser más desdichado del planeta: todo ese champagne
no tenía burbujas. Después de esa semana, toqué
el fondo de una manera muy profunda, recuerda. Pero siempre
lo tomé con humor: contaba mis experiencias en el periódico
(en los Diarios Politóxicos que escribe en el Diario16), hacía
comics, trataba de buscar la risa en la desgracia. Pero la verdad es que
me sentía muy desgraciado. De ahí salió el concepto
del nuevo disco, Las Fantásticas Aventuras del Capitán Angustia:
un superhéroe que le canta a la desgracia, a lo que viene después
de mucha droga: la resaca, la decrepitud física, la inestabilidad
emocional, el sistema nervioso semidescompensado, incursiones en la droga
legal. Pero siempre con alegría.
Producido por Ariel Rot, el disco del Capitán Angustia encuentra
el equilibrio entre el patetismo de las desventuras narradas por el protagonista
y la efervescencia desvergonzada de su musicalización. Rapeos,
cabalgatas disco, marchas y guitarras españolas para gritarle al
mundo los mil y un fracasos (económicos, sexuales, orgánicos,existenciales)
del Capitán Angst, a quien Chango define como el nieto de
Roberto Arlt.
En el bar, el autor propone ir a escuchar una copia del disco en cuestión
(aún sin masterizar) a lo de un amigo, un ex Superchango (la banda
que integraba Andy antes de abandonar el país) que vive cerca de
ahí. Tiene una hamaca paraguaya y una manguera, promete,
escurriéndose el sudor del pelo. A mitad de camino, desde una esquina
de la calle Uriarte, llega una voz familiar amplificada. Es el estudio-pecera
de Radio 10, la AM de Hadad que transmite al público desde una
vidriera de ochava. Y ahí está Chiche Gelblung, saliendo
al aire expuesto como una prostituta en el barrio rojo de Amsterdam. Tal
vez no lo sepas, pero Andy Chango fue, durante un tiempo, una especie
de controvertido columnista vía satélite de Memoria,
el ciclo televisivo de Mr. Gelblung. El músico duda si darse a
conocer a través del vidrio y pedir aire, pero recuerda lo que
dijo minutos antes, en el bar.
Yo no sabía ni quién era Chiche, había
contado. Pero estaba en Madrid y la compañía me dijo
que me llevaba a Barcelona en avión y me alojaba en un hotel para
filmar para un programa de la Argentina y participar de un debate sobre
la marihuana. Iba a haber dos bandos: por un lado la hija de Lestelle
Alina, y por otro lado yo y Gaspar, de la revista Cáñamo.
Me pareció noble debatir sobre la marihuana y con un buen amigo
en Barcelona: era un gran plan. Además, como en Argentina mi disco
no había tenido la más mínima difusión, dije
bueno, si no lo hacen ellos lo hago yo, sea donde sea. Fue
un viaje bastante loco: llegué a Barcelona a la noche, bebimos
mucho, fumamos mucho, y cuando salimos al aire eran las cuatro de la mañana
y estábamos re-locos. Yo no veía lo que pasaba acá.
No veía las caras de la gente, no sabía la tensión
que había. Después, cuando me mandaron el programa grabado
y vi esas caras sudando dije, bueno, en la que nos metimos....
Pero en su momento estábamos hablando súper high, la pasé
genial, y Chiche cerró el programa diciendo: esta noche,
ganó la marihuana. Yo no lo conocía, pero sabía
que era careta, entonces me pareció un pequeño gran logro.
Después me dieron el video y me morí de risa muchas noches
con mis amigos, en pedo. Era ridículo, como lo es todo en Argentina
en relación a la droga.
La segunda vez que me invitaron fue más conflictivo, porque
me agraviaron un poco más desde el estudio, repasa. Ese
día no quedé bien con nadie. Se suponía que las Viejas
Locas estaban defendiendo un repertorio de las drogas, que eran de mi
bando, y del lado de los enemigos estaban Alina Lestelle y (Alberto) Albamonte.
Ese día me hice enemigo de las dos partes: el chico de las Viejas
Locas (Pity) hizo un texto que era una taradez, que decía: con
la legalización van a morir muchos, pero no sé qué...,
lo cual demuestra que la ignorancia con ese tema no sólo está
del lado de los reaccionarios: las estadísticas demuestran que
con la prohibición se multiplicaron el consumo y las muertes por
adulteración.
Aquella vez te cruzaste con Albamonte.
Se me pusieron todos en contra: ese día me abuchearon. Albamonte
me dijo te vas a morir. Yo pensé que era un padre de
familia, y le respondí: No, te vas a morir vos, porque yo
fumando un porrito, haciendo el amor con mi mujer y haciendo musiquita,
estoy seguro de que voy a vivir más años que vos, que estás
muy tenso y te puede dar un paro cardíaco en cualquier momento.
Al final me abuchearon todos. Entonces ya al tercer programa dije: Chiche,
por esto me tenés que pagar, porque si yo me tomo un taxi a las
tres de la mañana en Madrid para ir a un estudio y todos me abuchean...
Eso ya vale dinero. Entonces hice un tercer programa por dinero,
y ahí ya me sentí corrupto, porque en realidad me había
gustado hacerlo de onda, con mi amigo en Barcelona. Me di cuenta que el
programa de Chiche, con todos los respetos, es un desastre total. Cambié
de postura: pensé que aunque no me hagan prensa, prefiero esperar
diez años y que me conozcan por mis canciones antes que por ser
panelista de Chiche. Aunque debo decir que fueron los únicos que
me dieron un lugar para hablar del tema con libertad. Lo que pasa es que
la manera en que presentan las cosas es patética.
Hablabas de tus incursiones en la droga legal. ¿Cómo
te resultaba...?
Me resulta muy bien. Es decir: ya estoy adentro. Ese es un tema
bastante interesante: descubrí que el Alprasolán, que es
un ansiolítico, es mucho más adictivo que la mayoría
de las drogas que conozco. Algo similar pasa con el tabaco, y a nivel
destrucción del hígado algo similar ocurre con el alcohol.
Conozco demasiadas drogas ilegales que no son tan nocivas como algunas
legales. Hay una falta de criterio abismal en la dictaminación
de qué es legal y qué no. En Argentina podés ir preso
por posesión de marihuana. Y sin embargo todas las amas de casa
le dan de lo lindo al Alprasolán, y sus maridos toman whisky barato
y se están haciendo más daño. Además, me parece
ridículo penalizar el daño: el autoflagelo tiene que ser
reivindicado, no penalizado.
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