MARTA
DILLON
La verdad, la verdad, es que hacía mucho tiempo que no sentía
la violencia de la discriminación. Y cuando se bajan las defensas,
los golpes se sienten más crudos. Resulta que me habían
invitado a viajar a Australia, una invitación de la empresa de
aviación de ese país para promocionar las bondades de
esa inmensa isla, entre ellas la gran marcha del orgullo gay, lésbico,
travesti, transexual y bisexual. Un evento que, a diferencia del resto
del mundo, se celebra en carnaval, cuando se supone que toda la población,
más allá de la opción sexual, está habilitada
para el festejo. La idea era contar lo libre que es la gente allá,
el altísimo grado de tolerancia, cómo se organizan las
familias de parejas del mismo sexo, etc, etc. Todo muy lindo. Para ir
a Australia se necesita una visa. Visa que solicité y que completé
a tono con el carácter de declaración jurada que tiene,
es decir con la verdad. Entre las preguntas que se formulaban en el
cuestionario figuraba una que decía: ¿ha tenido usted
tuberculosis? Sí, marqué sin dudar en el casillero correspondiente
y aclaré cuándo había sido este evento y cuándo
había completado mi tratamiento. Esta respuesta, evidentemente,
preocupó a las autoridades de la embajada, que decidieron mandarme
una carta en la que decían que necesitaban más datos míos.
Dos larguísimos cuestionarios en los que se investiga mi historia
clínica, qué tipo de medicamentos tomo, si sufro o sufrí
alguna vez depresiones, dolor de cuello y otra serie de pavadas. Pero
eso no es todo, la embajada me obliga, en el caso de que siga con intenciones
de viajar a tan tolerante país, a someterme a todo tipo de análisis
médicos, con un profesional que ellos designan y al que le tengo
que pagar por lo menos 80 pesos según lo hablado por teléfono,
y a quien debo permitir que hurgue en mis intimidades, intimidades que
deben viajar a Australia para que allí autoricen o no la visa.
No alcanza con los certificados del hospital público al que concurro,
no alcanza con saber que terminé con éxito mi tratamiento.
Ellos quieren saber más. Si el problema es la tuberculosis, ¿para
qué corno quieren un análisis de orina? ¿O de sangre
y no en ayunas? ¿Por qué me piden esto a mí y no
al resto del mundo? ¿Será porque la tuberculosis es indicativa
del vih, sobre todo en el tercer mundo? ¿Qué hubiera pasado
si decía que no la había padecido? Espero que no
sienta que la estamos tratando como si tuviera tuberculosis, me
dijo la señora de migraciones en correcto castellano. Lo
que siento es que me están tratando como si fuera sospechosa,
siento que esto es francamente discriminatorio y que además enviar
los análisis a Australia es negar que en mi país existe
un sistema de salud y médicos responsables. Ajá,
dijo la señora. Mucho no pareció afectarle. Todavía
no me hice los análisis, ni sé si me los voy a hacer.
Estas reglas son para todos, dijo la señora, pero
no es cierto, esto es para quien por ejemplo, ha padecido tuberculosis
y me permito la sospecha de que también abarca a quien tiene
vih. No sé qué voy a hacer, no puedo creer que tengan
algún problema con dejar entrar a gente que vive con vih, pero
lo que es seguro es que después de este episodio mi idea de la
famosa tolerancia en Australia es otra. Evidentemente pueden tolerar
a los físicamente aptos. A lo mejor creen que ya están
todos en su país. A lo mejor creen que este concepto existe.
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