Sebastián
Cardero
Sebastián
es, al menos desde que ocupa el privilegiado lugar de baterista
de Los Piojos, Roger. Roger porque se parece dicen sus
nuevos compañeros a Roger Taylor, el baterista
de Queen. Sebastián nació el 24 de marzo de 1976,
nada menos. Un día jodido, recuerda hoy.
De padre contador y madre ama de casa, con dos hermanos varones
(Fernando y Juan Pablo), el niño Sebastián creció
entre Boedo y Caballito. Fue a la primaria en el San José
de Calasanz, y dejó el secundario en tercer año
porque quería dedicarse únicamente a la batería.
Tenía 15 años. El amor empezó cuando descubrió
a Kiss y aunque no le gustaba mucho la música de los
rockeros maquillados, sí parecía subyugado por
la imagen de los tipos y por la del baterista, Peter Criss,
en especial. Pidió una batería. Se la compraron:
era casi de juguete. Pero con todas las partes de verdad.
Al toque empecé a estudiar y no paré más.
La historia de Sebastián-baterista no es la del común
de los bateristas de rock que arrancan por entusiasmo y continúan
por intuición. Es un baterista académico: estudió
desde los 7 años con profesores de esos que ponen avisos
en los negocios del barrio y pudo completar su formación
cuando entró a un colegio privado para cursar armonía
y composición. En casa tocaba sobre discos de Los Beatles
y Creedence, algo de los Stones. Pero de a poco iba participando
en algunas bandas, la mayoría del barrio de Flores y
con tipos que le llevaban varios años. Seguía
estudiando, mientras. Todo aquello fue muy interesante
para mí. Me pasaba horas estudiando con la batería.
Era lo que quería. Comenzó a frecuentar
a bateristas de formación y trayectoria. En ese camino
conoció a Jorge Araujo, el baterista de Divididos, y
el hombre que mencionó su nombre como opción segura
cuando Los Piojos comenzaban a buscar el reemplazante de Daniel
Buira. A través de Araujo, antes de eso, ya había
conseguido trabajo: una banda de funk del Oeste con la que tocó
durante dos años y de ahí a través
del saxofonista Pablo Rodríguez, actual Auténticos
Decadentes el contacto para acompañar a Horacio
Fontova. Más tarde formó parte de la banda del
guitarrista jazzero Luis Salinas. Hasta que surgió la
posibilidad de tocar en Los Piojos. Lo cuenta él: Me
llamó Miki (Rodríguez) por teléfono. Jorge
les había hablado de mí. Me acuerdo que Jorge
me había dejado un mensaje en casa, yo no estaba. Fui
a buscar los discos de la banda a lo de mi hermano, que es re-fana.
Eso sucedió hace exactamente un año. De ahí
en más, la historia es un poco más conocida. Debutó
con la banda argentina más convocante del 2000 en Santiago,
Chile. De ahí el recorrido siguió por Santa Fe,
Miami y Córdoba, para desembocar en la increíble
seguidilla de siete Obras a pleno. Hoy, un año después
de que toda esta historia hubo de comenzar, Sebastián
ve cómo ha cambiado esta parte de su vida. Todo en 25
años.
Juan
Pablo Sorín
Cuando
se habla de amor por la pelota, hay que mirarlo a Juan Pablo
Sorín: de pibe, solía llevar la suya hasta cuando
se bañaba. Todavía se acuerda de la primera que
tuvo, una coloradita, con lunares que le llegó
a los dos años. Más tarde repasaba las lecciones
de la escuela mientras le pegaba de zurda contra las paredes
de su habitación. Alguien lo vio jugar en una plaza y
lo llevó al club El Alba, que después lo canjeó
¡por catorce jugadores! a Parque, el semillero de Argentinos
Juniors del cual salieron, también, Fernando Redondo
y Esteban Cambiasso. En el Bicho, Juampi debutó en primera
el 9 de septiembre de 1994, en un 0-0 contra San Lorenzo. El
partido fue malo, pero para mí fue espectacular. La cancha
estaba hermosa, la pelota más linda que nunca y yo con
unas ganas terribles de jugar, recordó después.
Apenas sumaba algunos partidos, se consagró campeón
mundial juvenil en Qatar, cuando vencieron 2-0 a Brasil en la
final. En el 95 también se consagró en el
Panamericano. Enseguida se fue a la Juventus de Italia, donde
sólo jugó cinco partidos. Uno de ellos, sin embargo,
fue la final de la Liga de Campeones de Europa (por eso es el
único jugador argentino de la historia que ganó
los máximos torneos europeos y sudamericanos). Al poco
tiempo estaba de vuelta en la Argentina, reclutado para una
de las campañas más memorables de la historia
de River: Sorín y sus compañeros ganaron la Copa
Libertadores de América del 96, fueron tricampeones
locales durante el 96-97 y se alzaron con la Supercopa
del 97. En el 99, antes de irse a Brasil por diferencias
con el técnico Ramón Díaz, volvió
a festejar otro título con River.
Con el pelo corto, Juan Pablo fue uno de los preferidos de Passarella,
pero el técnico no lo llevó al Mundial de Francia.
Ahora su larga cabellera se destaca cuando pasa al ataque por
sorpresa en la Selección de Bielsa y en el Cruzeiro de
Belo Horizonte, donde ya festejó una Copa de Brasil y
fue elegido mejor jugador extranjero del 2000. Si todo va como
hasta ahora, seguro se calzará la celeste y blanca en
Japón/Corea 2002.
Juampi ama la pelota, pero no es su único amor: es fanático
de los Redondos desde que escuchó Oktubre por primera
vez y está casado con Sol, la bella protagonista del
video de Avanti, morocha, de los Caballeros de la
Quema. Además estudió periodismo hasta que lo
llamaron de la Selección Juvenil, escribió columnas
en este suplemento y durante años condujo cada noche
de lunes el programa Tubo de ensayo, por FM La Tribu.
Aunque siempre detestó que lo llamaran el intelectual
del fútbol, nunca se guardó sus opiniones
sobre música, literatura o política. Y no le tembló
la voz cuando dijo: Menem perjudicó al país
en sus nueve años de mandato. Además indultó
a los asesinos de la dictadura.
Paula
Maroni
Paula
nació en una casa sobre una calle circular, en esa zona
de Caballito donde los pasajes se entreveran. Nació un
mes y doce días después del golpe y vivió
con su papá y su mamá en la casa de los abuelos
paternos, el lugar del que fue y volvió cientos de veces
como si diera vueltas a esa misma manzana sin esquinas. Su mamá
es ahora, finalmente, psicóloga, una carrera
que empezó en los 70 y terminó hace siete años.
Madre e hija se veían poco y nada en los primeros años,
apenas para cenar y dormir. Y Paula aprovechaba esos momentos:
hasta los once durmió aferrada a la mano de su mamá.
Una trabajaba todo el día, la otra pasaba el día
entre la escuela y la casa de la abuela Enriqueta, una Madre
de Plaza de Mayo con dos hijos desaparecidos, entre ellos el
papá de Paula. Siempre supe la historia, creo que
en parte porque se lo llevaron mientras yo dormía a su
lado, en mi cuna. Los abuelos le dieron lo que ella llama
el marco normal, algo que asociaba a tener mamá,
papá, hermanos y perro. La abuela sostenía
rutinas que le daban seguridad. Cada mañana, cerca de
las diez, la abuela cruzaba la calle al mismo tiempo que Paula
y sus compañeritos corrían hasta la reja que rodeaba
la escuela a recibir el sanguchito que religiosamente alcanzaba
Enriqueta. Una mañana salimos todos corriendo y
como siempre metimos la cara entre los barrotes. Y sobre
las paredes de la vereda de enfrente, la sorpresa: Estaba
toda la manzana pintada con leyendas tales como Enriqueta Maroni,
Madre terrorista y cosas por el estilo. No recuerda más
que esa primera sensación, no sabe qué dijeron
los demás. Para Paula fue natural. Tan natural como ir
a la secundaria, hacer planes para cuando se recibiera de abogada
y defendiera a las Madres y escuchar a los Rolling y a los Piojos
y a Divididos cuando se juntaban a fumar en una plaza del barrio.
Tan natural como preguntarle, a esa profesora de Literatura
que dijo que los desaparecidos no existían, dónde
estaba su padre, que se lo dijera, ya que sabía tanto.
No hubo respuesta. Hubo sí el amor de un negrito
hermoso con quien hizo el amor por primera vez a los 16
y soñó hasta los veinte, cuando ya llevaba dos
años estudiando Derecho, aunque no le gustaba. Es
que la familia te ve peleadora y te dice que tenés que
ser abogada. Y yo cumplía. Ahora estudia Sociología,
después de haber pasado la única depresión
de su vida, cuando cumplió 22 y se dio cuenta de que
estaba sobreviviendo a su padre. Ya no podía ser
el hombre protector que tanto había imaginado.
De algo se desprendió en esos seis meses en cama, y si
bien ella considera la carrera como una herramienta de formación
política, sigue buscando. No sabe bien qué, tal
vez su lugar en el mundo. Algo que se parece mucho a su militancia
en HIJOS y a estudiar teatro. Porque a los 25, a Paula todavía
se le escapa un cuando sea grande del que no se
avergüenza.
Guillermina
Perot Mac donald
Guillermina
volvió a anotarse en el Registro Civil a los 14 años.
Guillermina Perot Mac donald dice ahora su documento y ella
lo muestra como una bandera. Me encanta cuando algún
cana, algún funcionario me pregunta por qué tengo
dos apellidos, porque puedo contar que me tuvo que inscribir
mi abuela, después que secuestraran a mi papá
del barrio de emergencia en el que vivíamos, cuando mi
mamá era perseguida, y que me anotó, por seguridad,
con su propio apellido, el de mi vieja. Mostrando el documento
Guille pone en la cara de quien pregunta una situación
que hace nudos en la garganta, y si algo le gusta es provocar
esa molestia. Por eso se acaba de recibir de profesora de escultura,
porque quisiera ubicar objetos en espacios públicos,
para que intervengan, para que molesten, para que haya que rodearlos
o acercarse. No fue fácil optar por esa carrera.
Al principio, el arte no le parecía lo suficientemente
combativo. Eligió Filosofía, como una forma
de desafiar el pensamiento dominante. Y se dio cuenta de que
lo combativo no era una carrera u otra sino su actitud ante
la vida. Inició el ingreso en la carrera pensando que
no sabía dibujar, como un desafío. Tuvo su primera
vez en el sexo para demostrarse que podía también
relajarse y gozar y después festejó con sus amigas.
Un día se subió a un trapecio y aprendió
a volar. Una sola vez se sintió como un pollo mojado:
fue cuando en la primaria le hicieron llenar una planilla; mientras
le preguntaban por su mamá ya estaba sufriendo por la
pregunta que seguía y cuando quisieron saber a qué
se dedicaba papá, moqueando dijo que estaba desaparecido.
Sus compañeras la rodearon y se enojaron, ¿cómo
no lo había dicho antes? Guille se acuerda perfecto del
inicio de la democracia, fue cuando sus tíos y tías
recuperaron la libertad una mañana agitada en que ella
miraba atónita como los ex presos políticos dejaban
la cárcel con sus baldes, perchas, televisores,
sonrisas. Cuando cumplió 25 y sintió que
dejaba de ser adolescente, es como que me sentí
de alguna manera desprotegida o más cargada de responsabilidad.
Tiene un año más que su padre cuando lo desaparecieron.
Eso me dio otra distancia y también me permitió
una mirada más crítica sobre él y su experiencia.
Ahora que encontró su particular lenguaje a través
de la plástica se siente más segura, más
relajada. Algo que no sentía desde la primera
vez que se enamoró, a los 17. Entonces no me cohibía,
pero con los años me fui endureciendo, ahora me cuesta
creer. Con el aniversario del golpe, se siente flasheada.
Falta mucho por hacer, dice, a pesar de los años pasados.
Hay muchos vacíos que llenar y en eso estamos,
creo que la lucha tiene que continuar y por eso también
la fecha es importante. Pero hay que tener claro que el 24 es
un día, pero a la vez, para mí, todos los días
son el 24, el trabajo es cotidiano.