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Jueves 22 de Marzo de 2001

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convivir con virus

MARTA DILLON

“Reiterada tendencia hacia la autodestrucción”, palabras más, palabras menos, eso fue lo que dijo un psicólogo, en una mesa, en un congreso sobre Sida y Derecho. Estaba describiendo las características típicas de un paciente con vih. En la primera fila un grupo de ellos nos reímos entre dientes. No es patrimonio nuestro en todo caso, es una tendencia bastante compartida en la sociedad contemporánea; basta ver la lista de los accidentes de tránsito. Sin embargo hay algo que me habla al oído en esas afirmaciones. ¿Será la culpa? ¿Esa culpa insistente que aparece como una vieja espina cada vez que me permito olvidar algunas cosas? ¿Culpa por qué? ¿Será esta sensación permanente de andar por la vida haciendo malabares sobre una cuerda floja? Siempre caigo parada, pero sé perfectamente que quien insiste en saltar al vacío termina rompiéndose las piernas. Lo sé tan bien que me avergüenza repetírmelo, ¿cuánto tiempo más voy a caminar por la misma huella? Ya no es lo mismo, me digo, ya sé que no me quiero morir. Pero eso también es falso, nunca quise morirme, apenas jugar con el límite, besar el hielo y sentir después cuánto me arde la boca. Pero a veces el hielo está seco y la piel se desgarra. A veces del límite no se puede volver. Yo no puedo volver, es cierto, las pastillas habitarán mi cartera o mis bolsillos. Siempre. Entonces, digo, le digo a Florencia, hay que encontrar el límite, no soy de las que piensan que saltearse una toma es la muerte. Ni una ni dos ni tres, esas son las veces que me salteo. ¿Será la muerte? ¿Será que me estoy quitando años? No, digo, yo ya sé que no me quiero morir. Pero últimamente tampoco tengo ganas de mirar tan hondo. Mi médico me manda una nota, me recuerda que de tanto en tanto debería ir a verlo, me pregunta por la medicación. Lo estoy tratando en terapia, le digo y se ríe. La vida es una negociación permanente. yo no me quiero morir, pero tampoco quiero vivir mil años. Ni cien, ni ochenta, ¿hasta cuándo seguiría la cuenta regresiva?
Hay días en que me parece posible, incluso, dejar de tomar las benditas pastillas. Quiero decir, no me gusta cómo me quedan los pantalones y mucho menos me gusta mancharme la ropa interior porque los intestinos no me responden. Y es fácil pensar que eso se soluciona dejando las pastillas. Es fácil visualizar un enemigo y apuntar, algún enemigo distinto de mí. Pero no hay enemigo, sólo contradicciones y todas me habitan y llevan mi nombre. Ya sé que no me quiero morir, pero eso es apenas el comienzo.
marta dillon

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