Aquel
país, este país. Aquel rock, este Rock
León
Gieco y Charly García. En 1976, los unió "El fantasma
de Canterville". La canción era de Charly, la interpretación
de León.
La buena memoria
La
cercanía del 24 de marzo, en el aniversario número 25 del golpe militar,
permite repasar dos épocas bien distintas del rock argentino. Nombres,
pequeñas anécdotas y precisiones de una historia reciente que, sin embargo,
parece que sucedió en otro tiempo y otro lugar. Pero no.
POR ESTEBAN PINTOS
Escribía
Miguel Grinberg en octubre de 1976: Pese a todo lo que pueda representar
desazón entre los músicos argentinos de rock, referido a
las dificultades materiales para equiparse apropiadamente y a la incertidumbre
en torno a las posibilidades de trabajo permanente, todo revela actualmente
una asombrosa capacidad de optimismo. Semana tras semana se multiplican
los recitales y del mismo modo crecen las giras por el interior del país.
Los conjuntos de Buenos Aires, antes de soñar viajes imposibles
al extranjero, se esmeran en darse a conocer en sitios de la Argentina.
Y sigue, más adelante, en la columna de rock que habitualmente
escribía en la revista Prensario: Parecería que el
sombrío invierno de 1976 acelera la voluntad de plenitud. El Tercer
Ciclo del rock nacional bulle a todo vapor. En ese tercer
ciclo, el periodista que primero documentó y escribió
la vibrante historia del rock argentino desde 1965 en adelante su
libro Cómo vino la mano siempre será valiosa fuente de consulta
para todos aquellos que quieran saber de qué se trató,
se incluía una lista de grupos que constituyen la porción
más visible y audible. Y mencionaba a Invisible, Polifemo,
La Máquina de Hacer Pájaros, Los Desconocidos de Siempre,
Soluna, Arco Iris, Alas. Sin olvidar a Litto Nebbia, León
Gieco, Raúl Porchetto, Moris, Ave Rock, Pastoral, Fugaz, El Reloj,
Plus, MAM, MIA y otros que vienen, sin duda alguna, completaba.
Primer comentario: el rock argentino existía en 1976. No es una
obviedad, sobre todo si se tiene en cuenta que han pasado 25 años
y que buena parte de los chicos que hoy saltan y rebotan entre sí
en un show de Divididos, Los Piojos, Los Redondos, El Otro Yo y Catupecu,
poco y nada sepan de aquella época. Es comprensible. A la distancia,
todo aquello, lo que puede leerse y lo que cuentan quienes estuvieron
ahí basta el repaso de nombres para comprobar que muchos
de ellos están aquí, parece una fábula de otro
país. Otro tiempo, otro país. El golpe de marzo del 76,
en verdad, poco y nada había afectado al incipiente movimiento
de bandas y recitales, a no ser el show de presentación del disco
En el hospicio, que el dúo acústico Pastoral tenía
previsto realizar... Ese 24 de marzo. No eran épocas fáciles
para ser rockero, está claro. Pero el golpe no se sintió
inmediatamente. Los rockeros no eran el blanco de los militares,
afirma hoy Grinberg. Coincide con él Pipo Lernoud, agitador cultural,
letrista, periodista y escritor clave de los inicios y el desarrollo de
la historia del rock argentino. Lernoud, un par de meses después
del golpe, junto a Jorge Pistocchi y el empresario Alberto Ohanian, fundaría
la revista Expreso Imaginario, el primer medio escrito en serio que trató
la cultura rock en el país. Estaba todo mal, pero aquello no empezó
a suceder desde el 25 de marzo a la mañana: la cosa estaba complicada
desde antes.
La primavera democrática rockera vivida a fines del gobierno de
Lanusse, en el breve período presidencial de Héctor Campora
y en el menos breve regreso de Juan Domingo Perón al gobierno,
había concluido dejando como hitos los festivales BA Rock al aire
libre, otros tantos encuentros multitudinarios, shows en pequeños
teatros del centro, en el Luna Park (desde el famoso rompan todo
de Billy Bond al frente de la Pesada del Rock and roll hasta el adiós
de Sui Generis) y una serie de discos clave para la historia. Todo aquello,
sin embargo, empezó a complicarse con el ascenso de Isabel Perón
al gobierno y el siniestro José López Rega al poder. Antes
del golpe, ya estaba todo podrido. La paranoia de la cultura había
empezado bastante tiempo antes, aunque también es bueno recordar
que el rock siempre iba por un camino distinto del de otras actividades
y, en este caso, le sirvió para zafar un poco de eso. Había
más actores o escritores amenazados por la Triple A, que rockeros,
comenta Lernoud. Spinetta y Charly no tenían ninguna teoría
política. El rock de aquel momento no había entrado en ninguna
disputa política, porque simplemente no creía en ningún
sistema. Sin embargo, la vida continuaba. El 16 dejulio, por ejemplo,
León Gieco (con Charly García y Nito Mestre como invitados
especiales), Crucis, Pastoral y Gustavo Santaolalla presentando a su nueva
banda Soluna, tocaban en el Luna Park. Efectivamente, la persecución
a todo aquel que representara un pensamiento contravencional
para el régimen recién asumido, estaba empezando a crecer.
Sin embargo, los años de plomo-plomo vendrían después.
A fin de año, otro ejemplo: Invisible se despidió como banda
con un show a pleno en el Luna Park, con los bandoneonistas Rodolfo Mederos
y Juan José Mosalini como invitados especiales. La policía
estaba ahí, y la famosa averiguación de antecedentes
era el hit de la temida Federal. Había colectivos, al menos uno,
en la puerta de los recitales y siempre encontraban con quién llenarlo.
Creo que llenaban uno y se quedaban contentos. Era como un acto
burocrático, cuenta Grinberg. Lernoud arriesga: Era
preferible que fueran rockeros a que fueran guerrilleros. En el pensamiento
milico, muy básico por cierto, había algo de eso. Recuerdo
un discurso de Massera, de principios del 77, en donde habla de
esto. El tipo dijo algo así como a la juventud la confunden
con ideas anticristianas y de nuevas modas musicales, y después
terminan siendo guerrilleros. O algo así. La idea era que,
a la larga, eso era peligroso.
Porsugieco,
supergrupo efímero. Los Redondos, supergrupo perenne. Un joven Santaolalla
al mando de Soluna. Un rejuvenecido Mollo liderando Divididos. Cuatro
postales de dos épocas.
Las
figuras de Charly García y Luis Alberto Spinetta eran, por ese
entonces (¿tal como ahora?), guías rectoras de tendencias.
Spinetta estaba por concluir Invisible, un trío que integraban
además el bajista Carlos Alberto Machi Rufino y el
baterista Héctor Pomo Lorenzo, y al que luego se incorporó,
justamente en 1976, el guitarrista Tomás Tommy Gubitsch.
El jardín de los presentes, el tercero en la historia de la banda
(los anteriores habían sido Invisible, en 1974, y Durazno sangrando,
en 1975), es un disco profundamente melancólico y porteño,
cuya presentación oficial (en julio) en el Luna Park ocurrió
un día después del nacimiento de Dante Spinetta. El orgulloso
padre así lo mencionó en escena. En ese disco estaban algunas
de las grandes canciones de la gran cosecha de canciones de Spinetta,
como Los libros de la buena memoria, El anillo del capitán
Beto, 200 años (una parola) y Las golondrinas
de Plaza de Mayo. Musicalmente, aquel LP marcaba de alguna
manera, aunque esto ya tenía antecedentes claros en Almendra
un giro en búsqueda de un nuevo sonido. En este momento,
el rock argentino ha agotado experiencias y eso le permite enfrentar otras
nuevas. Sin ir más lejos, nuestro grupo integró dos bandoneonistas
en una grabación y uno en otra. Queríamos ver cómo
incidían en nuestra música, declaró Spinetta
a la revista Pelo en diciembre de ese año. La edición, a
través de la compañía CBS (hoy Sony, que justamente
ha reeditado algunas de esas canciones en su serie Obras Cumbres), significó
un pequeño gran acontecimiento para el mundillo del rock local
y algo más. Spinetta vivió un súbito momento de fama
nacional, saliendo del ghetto en el que más o menos
cómodamente estaba entonces. A tal punto que fue incluido, por
la revista Gente, como uno de los personajes del año 76,
junto a José Alfredo Martínez de Hoz, el brigadier Augusto
Cacciatore (intendente de la ciudad de Buenos Aires) y el general Ibérico
Manuel Saint Jean (gobernador de la provincia de Buenos Aires). Me
dijeron que tenía que ir a Gente a sacarme una foto, y fui. No
sé, no lo veo muy diferente a hacer una nota para la revista Pelo,
dijo Spinetta cuando todavía hacía notas y no se había
convertido en el abuelo frágil y huidizo que es hoy.
García había iniciado una nueva etapa con La Máquina
de Hacer Pájaros. Bajo ese nombre, la banda que incluía
a Oscar Moro, José Luis Fernández, Gustavo Bazterrica, Carlos
Cutaia editó su primer disco, con canciones como Boletos,
pases y abonos, Cómo mata el viento norte y Bubulina.
Es, para la pequeña obra de este período de su vida como
compositor, un disco de transición en donde, sin embargo, asomaban
sus ínfulas sinfónicas. Charly había decidido
asumir el mellotron y el sintetizador,y también asumir sus estudios
musicales clásicos, teoriza Lernoud. Rebotaba en serio, en
la Argentina, la parafernalia de orquestación de Genesis, Yes y
Emerson, Lake & Palmer. Claro, en el mundo, ya habían irrumpido
Los Ramones, Patti Smith y Sex Pistols, pero aquí era otra historia.
En aquel año también apareció el único disco
de una experiencia a la supergrupo vivida en la Argentina: Porsuigieco.
Esto era: Raúl Porchetto, Nito Mestre, Charly García y León
Gieco, quienes se habían juntado para una breve pero intensa gira
por la provincia de Buenos Aires, y de la cual derivaría la edición
de un único disco, producido por Jorge Alvarez. Hablando de Gieco:
sin ser el tótem de la música popular argentina que hoy
es (por suerte), ya tenía un nombre y un camino hechos en el rock
argentino. En 1976 grabó su tercer disco El fantasma de Canterville,
en donde aparecían Chacareros de dragones, La
Francisca, La historia ésta y Tema de los
mosquitos. Sus canciones tocaban una cuerda rural que nadie tocaba,
y las letras iba en paralelo con una realidad cruel. León las cantaba,
y siempre. Nunca dejó de tocar Hombres de hierro, por
ejemplo. Huevos de oro, dice Pipo Lernoud sobre la actitud
y el compromiso artístico de Gieco.
Segundo comentario: el rock argentino existe en el 2001, pero, ¿hacia
dónde va? Han pasado 25 años de la fecha que partió
en dos la historia más reciente del país. El negocio gira
alrededor de la música que todavía se insiste en llamar
rock nacional y que desde aquí se prefiere llamar,
mejor, rock argentino. Algunos de los nombres que se mencionaron en el
recuento anterior siguen en pie o al menos tratan de seguir en pie. Luis
Alberto Spinetta, aun recluido y huidizo, tiene listo un nuevo disco que
será editado en breve y que, a juzgar por las canciones que accedió
a estrenar en vivo durante un par de recientes shows en el sur argentino
y en Mendoza, conservan su talento de notable compositor y cantante. Lo
de Charly García es un poco más complejo, si se quiere.
Luego de la resurrección asistida de Sui Generis, va y vuelve de
su carrera solista y, aun así, sigue provocando fervores populares.
Y, lo que resulta más curioso, la adhesión de muchísimos
chicos que ni habían nacido cuando vivió su época
dorada de compositor y cantante en los años 80. León
Gieco también editará un nuevo disco este año y no
deja de aparecer para tocar en donde se lo pidan, siempre que la causa
lo merezca. El panorama de lo que debería ser el verdadero recambio
generacional, sin embargo, luce más oscuro. En un hipotético
primer lugar de convocatoria y calidad está indudablemente Patricio
Rey y sus Redonditos de Ricota, quienes se aparecieron justamente en el
brumoso 1976 con recitales-happenings en el teatro Lozano de La Plata,
siguen adelante aunque todavía no pueda descubrirse cómo
resolverán el conflicto que ocasiona desde una perspectiva
social cada movilización masiva convocada por un recital
suyo. Divididos, Los Piojos y La Renga, separados por algunos años
los primeros anteceden a los segundos y terceros, se mantienen
en un lugar de privilegio. Detrás de esta primera línea
de avanzada del fenómeno futbolero que invadió al rock durante
la década del 90 en paralelo, y no es casualidad, al
crecimiento de la desocupación y la marginalidad durante el período
menemista, apenas asoman algunos nombres. Catupecu Machu y El Otro
Yo son, claramente, la avanzada que tomaría el poder en esta década.
Detrás, un numeroso pelotón de bandas que, crisis mediante,
no logran asomar más de lo que permite la realidad y las reglas
de juego del mercado. Hoy, las ediciones independientes permiten
acceder a la publicación de canciones mucho más que lo que
pueden (o quieren) las compañías multinacionales, embarcadas
en otro negocio y con la amenaza latente de Internet sobre su casi medieval
sistema de promoción, difusión y distribución de
la música. El intento de la caza de talentos que inició
Sony a partir de la gestión del ex Soda Stereo, Zeta Bosio, parece
la única excepción a una regla generalizada. El rock argentino
2001 parece debatirse entre sus brotes de gigantismo -está en todas
partes, mueve multitudes cada vez que se puede, es parte de una cultura
popular verdadera y no declamada y una cierta parálisis estética
y poética que lo aqueja. No tiene mucho por decir, y mucho menos
hace algo por decirlo, y acompañarlo musicalmente, de manera que
revitalice el panorama. El espectáculo de las banderas y las bengalas,
está bien, pero, ¿y después? La pregunta será
contestada en el transcurso de esta década, cuando 1976 quede más
y más lejos. Siempre, igual, habrá que recordar.
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