¿En
qué tengo esperanzas? Qué sé yo. Muchas veces he
estado sola, siempre me quise morir. Ahora no. Ahora las vivo, las sufro,
las pago; no me resiento, sencillamente me muevo. Voy acá, voy
allá, soy una apasionada. Basta verla bailar cumbia para
darse cuenta de que no miente. O escuchar su risa, estridente como bolitas
de vidrio cayendo sobre un mármol. Marcela anda en remera de
mangas cortas cuando todo el mundo pelea por un pedazo de estufa para
calentar la espalda y conserva un deseo rebelde de tener hijos aun cuando
el resto del mundo frunza la nariz desaprobando. Tiene 35, está
en pareja desde hace cuatro, vive en San Antonio de Padua y una historia
que cuenta como si fuera una misión en la vida. El padre era
alcohólico, la madre se bancaba los golpes, los cuatro hermanos
dos mujeres, tres varones empezaron a consumir cocaína
antes de empezar la secundaria. Siempre pensé que yo era
diferente, que nunca iba a llegar a estar tirada como ellos. Hasta que
un día me desperté, me habían allanado, toqueteado,
pegado. Había perdido y me tenía que hacer cargo.
Sus hermanas menores también habían caído la misma
noche, ellas ya tenían antecedentes y Marcela decidió
hacerse cargo de todo. Pasó un año en la femenina de Mar
del Plata, trabajando como encargada de cocina y prometiéndole
al Cristo de la escalera de su pabellón que si la sacaba de ahí
iba a dejar de tomar. Te juro que desde la primera vez que tomé
lo hice compulsivamente hasta el último día, un 9 de noviembre.
Ahora llevo 9 años limpia. Fue mucho después de
haber salido. El mismo día de la libertad se fue a ver al puntero
y empezó a buscarse la vida, para seguir un día más.
Ahora Gabriela, su hermana, estaba presa otra vez. Quedó pegada
el día del cumpleaños de Marcela, había llevado
una torta y la querían hacer salir antes de que terminara la
visita. Rompió un vidrio de la institución, tenía
libertad condicional, quedó adentro. La última vez que
tomó tenía 50 mangos en el bolsillo, era lo que le quedaba
después de haber tranzado un departamento. Créase o no
fue en un programa de radio donde escuchó a alguien que se había
rescatado y llamó. El que hablaba estaba en Buenos Aires, ella
en Mar del Plata. Se tomó un bondi a las cinco de la mañana
y a las diez estaba en un grupo de narcóticos anónimos.
Llevaba sólo un día limpia cuando la internaron.
A la semana supo que tenía vih y que había perdido un
bebé. Al mes estaba armando grupos con gente en las mismas condiciones.
Ahora está entre quienes están organizando la red de personas
viviendo con vih en la provincia de Buenos Aires (redbonaerenseARROBAhotmail.com),
una organización horizontal en la que las decisiones se toman
entre todos. Sus dos hermanas murieron, el cuerpo de una de ellas se
lo entregaron en un penal. Otro de sus hermanos está preso, también
tiene vih, no tiene medicación, está flaco, está
muriendo. Marcela se quiso morir, muchas veces. Ya no. Ahora lleva
y trae su experiencia para que a alguien le pueda servir. Para que duela
menos. Hasta que la pueda entender. O no.
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