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Jueves 31 de Mayo de 2001

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convivir con virus

”¿En qué tengo esperanzas? Qué sé yo. Muchas veces he estado sola, siempre me quise morir. Ahora no. Ahora las vivo, las sufro, las pago; no me resiento, sencillamente me muevo. Voy acá, voy allá, soy una apasionada.” Basta verla bailar cumbia para darse cuenta de que no miente. O escuchar su risa, estridente como bolitas de vidrio cayendo sobre un mármol. Marcela anda en remera de mangas cortas cuando todo el mundo pelea por un pedazo de estufa para calentar la espalda y conserva un deseo rebelde de tener hijos aun cuando el resto del mundo frunza la nariz desaprobando. Tiene 35, está en pareja desde hace cuatro, vive en San Antonio de Padua y una historia que cuenta como si fuera una misión en la vida. El padre era alcohólico, la madre se bancaba los golpes, los cuatro hermanos –dos mujeres, tres varones– empezaron a consumir cocaína antes de empezar la secundaria. “Siempre pensé que yo era diferente, que nunca iba a llegar a estar tirada como ellos. Hasta que un día me desperté, me habían allanado, toqueteado, pegado. Había perdido y me tenía que hacer cargo.” Sus hermanas menores también habían caído la misma noche, ellas ya tenían antecedentes y Marcela decidió hacerse cargo de todo. Pasó un año en la femenina de Mar del Plata, trabajando como encargada de cocina y prometiéndole al Cristo de la escalera de su pabellón que si la sacaba de ahí iba a dejar de tomar. “Te juro que desde la primera vez que tomé lo hice compulsivamente hasta el último día, un 9 de noviembre. Ahora llevo 9 años limpia.” Fue mucho después de haber salido. El mismo día de la libertad se fue a ver al puntero y empezó a buscarse la vida, para seguir un día más. Ahora Gabriela, su hermana, estaba presa otra vez. Quedó pegada el día del cumpleaños de Marcela, había llevado una torta y la querían hacer salir antes de que terminara la visita. Rompió un vidrio de la institución, tenía libertad condicional, quedó adentro. La última vez que tomó tenía 50 mangos en el bolsillo, era lo que le quedaba después de haber tranzado un departamento. Créase o no fue en un programa de radio donde escuchó a alguien que se había rescatado y llamó. El que hablaba estaba en Buenos Aires, ella en Mar del Plata. Se tomó un bondi a las cinco de la mañana y a las diez estaba en un grupo de narcóticos anónimos. Llevaba sólo un día “limpia” cuando la internaron. A la semana supo que tenía vih y que había perdido un bebé. Al mes estaba armando grupos con gente en las mismas condiciones. Ahora está entre quienes están organizando la red de personas viviendo con vih en la provincia de Buenos Aires (redbonaerense–ARROBA–hotmail.com), una organización horizontal en la que las decisiones se toman entre todos. Sus dos hermanas murieron, el cuerpo de una de ellas se lo entregaron en un penal. Otro de sus hermanos está preso, también tiene vih, no tiene medicación, “está flaco, está muriendo”. Marcela se quiso morir, muchas veces. Ya no. Ahora lleva y trae su experiencia para que a alguien le pueda servir. Para que duela menos. Hasta que la pueda entender. O no.

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