A modo
de confesión, debo decir que a veces siento que vivo en una burbuja.
Más después de haber estado en Jujuy, a donde me invitaron
las Mujeres Periodistas una asociación en formación
para dar un taller sobre mujer y sida en la Facultad de Humanidades
de esa provincia. Formaba parte del taller el doctor Manuel Pizarro,
director del Programa provincial de Sida, un hombre que dice tener presente
a Dios en todos sus actos y que no dudó en argumentar en contra
de la distribución gratuita de preservativos, ya que está
demostrado que el preservativo sólo sirve si se lo tiene en el
momento justo. Seguramente, pero a menos que alguna mano mágica
aparezca en el momento justo, es bueno tenerlo desde antes en la cartera
de la dama o el bolsillo del caballero. Fue una sorpresa para mí
escuchar su exposición y darme cuenta de que entre los métodos
de prevención de la transmisión del vih/sida el preservativo
ocupaba el tercer lugar, detrás de la charla franca con
los hijos y de la fidelidad mutua y la pareja estable.
Sólo si estas cosas no funcionan habría que hablar de
forros. Para este señor, que guía los destinos de Jujuy
en materia de vih/sida, el sexo responsable se opone al
uso de preservativos, algo que nunca pudo explicar el doctor y, por
supuesto, nadie entendió. Obviamente, según este estado
de cosas, las personas que vivimos con vih deberíamos marginarnos
tanto del sexo como de la pareja, por lo menos de lo que se considera
responsable y/o estable, ya que ese concepto no protege a nuestros compañeros
o compañeras de la transmisión del virus. Este tipo de
mensaje suele confundir a la gente y generar todo tipo de fantasías
que desde hace años se intenta, desde unos pocos lugares, erradicar,
por ejemplo que quienes vivimos con vih somos seres peligrosos y amenazantes
con quienes sin embargo se puede compartir un mate o ser dignos de la
compasión y la caridad cristiana. Tan amenazantes podemos volvernos
al amparo de estos discursos que nadie dudó, en Jujuy, de la
veracidad de una noticia que desde la televisión local daba cuenta
de que en la mayor discoteca de la ciudad de San Salvador había
personas con vih que pinchaban subrepticiamente a los jóvenes
con el único fin de contagiarlos. Nadie se preguntó por
qué alguien querría hacer una cosa así, ni con
qué tipo de elementos se pinchaba a la gente, ni cómo
fue que en Jujuy se materializó una vieja leyenda urbana que
circula por lo menos desde 1985. Además del pánico injustificado
que esto generó, ¿cuál será la imagen que
se representa en esa abstracción llamada inconsciente colectivo
cuando se habla de una persona que vive con vih? ¿Se imaginan
de qué forma se podría señalar a quien tenga el
coraje de confesar su diagnóstico? ¿Qué nos pasa
a los argentinos? ¿Estamos locos?
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