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Jueves 2 de Agosto de 2001

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convivir con virus

La sensación era bastante conocida, algunos la describen como tragarse un sapo, pero en este caso no terminaba de digerir el batracio. Un señor designado por una gran empresa petrolera mostraba a un grupo de periodistas todo lo que habían hecho por el bienestar de las comunidades indígenas del norte de Salta, ahí donde los piqueteros pusieron el grito en el cielo y la Gendarmería dejó dos muertos en el suelo. El hombre señalaba a uno y otro lado, hablaba de una campaña de antiparasitosis, le daba la mano al cacique, enseñaba el gran avance que habían significado las letrinas –casillas de material con un agujero en el suelo– que la empresa había edificado junto a los ranchos de madera. “Antes era todo madera, ahora por suerte conocimos el cartón y la chapa”, aclara una mujer en un español difícil de entender cuando se lo mezcla con la lengua chorote. El sapo en la boca me impedía contestar. Opté por retirarme de la escena en busca de algún lugar menos contaminado. Me siguieron los chicos, serían diez que se reían de mí por causas que puedo imaginar, a lo mejor me veían un poco ridícula para ese entorno, un tanto preocupada por la cantidad de tierra que iba acumulando, tal vez se reían de mi manera de hablar. Uno de ellos me guió por la huerta con su triciclo sin ruedas dejando en la tierra una huella lisiada. ¿Qué querés ser cuando seas grande? Les pregunté uno por uno, y escuché el silencio. Se quedaban mirando con los ojos como platos. No sabían, no lo habían pensado, no se les ocurría. Ese silencio todavía me sigue. Se supone que tienen la mayor parte de su vida por delante y sin embargo los mayores deseos son para el día, ruedas para el triciclo, pelotas, comida. No son una excepción, es la regla no poder pensarse a futuro, está demasiado negro el horizonte y tampoco se ven senderos en la penumbra. Hace unos días escuché algo que me dejó helada. En un acto de una ONG que agrupa a personas viviendo con vih un actor dijo: “Ustedes tienen sida, hay gente que no tiene nada”. Tragate ese sapo, si podés. El actor había quedado conmovido por los relatos de quienes eligen proyectarse hacia adelante a pesar de sus miedos, de una posible fecha de vencimiento, supongo que a eso se debe el exabrupto. Tal vez si escuchara a los piqueteros diría al menos ustedes tienen su piquete. O tienen una esperanza, un relato, una posibilidad de pensarse más allá de las cuatro paredes de la miseria y la urgencia diaria. Un capital que parece languidecer y recuperarse, pero que es la única luz capaz de abrir caminos en un horizonte que parece cerrado.

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