La sensación
era bastante conocida, algunos la describen como tragarse un sapo, pero
en este caso no terminaba de digerir el batracio. Un señor designado
por una gran empresa petrolera mostraba a un grupo de periodistas todo
lo que habían hecho por el bienestar de las comunidades indígenas
del norte de Salta, ahí donde los piqueteros pusieron el grito
en el cielo y la Gendarmería dejó dos muertos en el suelo.
El hombre señalaba a uno y otro lado, hablaba de una campaña
de antiparasitosis, le daba la mano al cacique, enseñaba el gran
avance que habían significado las letrinas casillas de
material con un agujero en el suelo que la empresa había
edificado junto a los ranchos de madera. Antes era todo madera,
ahora por suerte conocimos el cartón y la chapa, aclara
una mujer en un español difícil de entender cuando se
lo mezcla con la lengua chorote. El sapo en la boca me impedía
contestar. Opté por retirarme de la escena en busca de algún
lugar menos contaminado. Me siguieron los chicos, serían diez
que se reían de mí por causas que puedo imaginar, a lo
mejor me veían un poco ridícula para ese entorno, un tanto
preocupada por la cantidad de tierra que iba acumulando, tal vez se
reían de mi manera de hablar. Uno de ellos me guió por
la huerta con su triciclo sin ruedas dejando en la tierra una huella
lisiada. ¿Qué querés ser cuando seas grande? Les
pregunté uno por uno, y escuché el silencio. Se quedaban
mirando con los ojos como platos. No sabían, no lo habían
pensado, no se les ocurría. Ese silencio todavía me sigue.
Se supone que tienen la mayor parte de su vida por delante y sin embargo
los mayores deseos son para el día, ruedas para el triciclo,
pelotas, comida. No son una excepción, es la regla no poder pensarse
a futuro, está demasiado negro el horizonte y tampoco se ven
senderos en la penumbra. Hace unos días escuché algo que
me dejó helada. En un acto de una ONG que agrupa a personas viviendo
con vih un actor dijo: Ustedes tienen sida, hay gente que no tiene
nada. Tragate ese sapo, si podés. El actor había
quedado conmovido por los relatos de quienes eligen proyectarse hacia
adelante a pesar de sus miedos, de una posible fecha de vencimiento,
supongo que a eso se debe el exabrupto. Tal vez si escuchara a los piqueteros
diría al menos ustedes tienen su piquete. O tienen una esperanza,
un relato, una posibilidad de pensarse más allá de las
cuatro paredes de la miseria y la urgencia diaria. Un capital que parece
languidecer y recuperarse, pero que es la única luz capaz de
abrir caminos en un horizonte que parece cerrado.
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