Estuvo tanto
tiempo abrazado a su angustia que ahora la lleva prendida al cuello
como a un vampiro de película. Ya tenía todo dispuesto
para las peores noticias, era un ejercicio, dice, para poder resistir
lo que suponía una certeza, una rutina de médicos y análisis
que le pondría un punto y aparte al resto de sus planes. Puede
ser una estrategia, es cierto, el tema es que la venía usando
desde tanto tiempo antes de pensar que podría hacerse un análisis
que aun ahora, cuando tiene el resultado en sus manos, le cuesta dejarla
ir. Le cuesta acostumbrarse. ¿Qué explicación tendrá
ahora para sus catarros recurrentes? ¿Cuál para ese eterno
languidecer que seguía a las pesadillas sobre su propia muerte?
Aun conociendo los detalles de la enfermedad, sus tiempos y su cotidianidad,
él pensaba en una muerte súbita, causada por algo que
no se animaba a saber qué era, pero siempre relacionado con el
virus. Ahora ya está. Ya sabe de qué se trata. Ya no pueden
asustarlo las predicciones de los astros, las intuiciones mal intencionadas,
su propio monitoreo de síntomas inexistentes, el recuento circular
de las situaciones que podrían haber sido. No fue una decisión
fácil hacerse el análisis, pero qué alivio. Aun
cuando suponga que entonces es otro oscuro mal el que le quita el aire.
Tal vez sea sólo un efecto residual del pánico, nada que
no pueda dejar partir lentamente, como quien se despide de un lugar
que solía frecuentar. Pero a esta nostalgia se le puede saltar
encima sin pudores, se puede bailar sobre ella sin culpa. Pasaron demasiados
meses hasta que pudo tomar la decisión, algo que sucede habitualmente,
a casi todos nos pasa eso de andar rumiando el miedo antes de poder
darle su estocada final. Sea cual sea el resultado, aun cuando hubiera
empezado esa rutina de médicos y pastillas, aun así es
mejor saber de qué se trata. Lástima que no todos tengan
la misma suerte que tuvo él, eso de llegar a un hospital que
te tomen la muestra y una semana más tarde tener el resultado.
El ajuste llega también para los reactivos y hace meses y meses
que en el interior y en el Gran Buenos Aires los resultados tardan años
o ni siquiera llegan. Pero lo primero es tomar la decisión de
hacerse cargo, animarse a ponerle nombre a la angustia o a dejarla partir
como a un viejo enemigo, nada asusta más que aquello que no se
conoce.
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