Pocas situaciones
más incómodas, aunque incómoda no es exactamente
la palabra que necesito. ¿De terror? Tampoco hay por qué
exagerar, aunque el miedo me haga temblar las mandíbulas. ¿De
mierda? Probablemente, aunque todo depende del resultado. Quiero decir:
una persona como yo conoce a alguien en un bar. Lo conoce después
de hora, después de bailar por pura voluntad de animar la fiesta,
después de tomarse unos tragos, después que esos tragos
te ponen audaz, te dan calor, te dan ganas de mirarlo más francamente,
que se dé cuenta de que hay una promesa y que esa promesa se
cumpla. Te vas a dormir con ese alguien, te dormís tan tarde
como las sustancias ingeridas lo permiten cuando te permiten la
bendición del sueño. En el medio dijiste unas cuantas
palabras soeces, hiciste todo tipo de acrobacias, confesaste oscuras
fantasías, pediste más y más. Luchaste cuerpo a
cuerpo, eso sí, para que el muchacho del bar se ponga el forro,
para que entienda que no, que ni la puntita ni un rato ni nunca, que
entonces mejor no cogemos y nos dedicamos a otra cosa. Accede de mala
gana y en el medio pregunta ¿te cuidás mucho? Y una persona
como yo, por dentro, dice, en realidad estoy tratando de cuidarte a
vos. Pero no lo dice en voz alta, no es el momento. Incluso piensa que
no habrá tal momento y todo quedará en un después
de hora. Pero ya le diste tu teléfono, él te dio el suyo
y el teléfono que diste suena antes de lo pensado y él
propone, y en realidad fue lo suficientemente divertido como para querer
ver más y entonces llega la situación tan temida. Hay
que decirle de qué se trata ser una persona como yo. Hay que
decir por ejemplo, tengo vih. Entonces pasás el día buscando
las palabras, imaginando qué hacer si te devuelven el cachetazo,
si te obliga a pagar la cena porque de pronto el lugar frente a vos
quedó vacío, si se mueren de pánico, si te dejan
en tu casa después de cenar, amablemente, con educación
pero con ganas de salir corriendo hacia el centro de detección
más próximo de enfermedades infecciosas. ¿Lo decís
antes o después de comer? ¿antes o después del
vino? ¿En cuanto abre la puerta o antes de despedirse? De un
momento las palabras se caen de la boca. La bomba estalla en medio de
la mesa en cuanto llega el vino, siempre es bueno un trago para
bajar lo que se atraganta. Y mirás y te das perfecta cuenta
de la onda expansiva. Y te preparás para el golpe. Y el golpe
llega como una caricia, un poco de sentido común y un chiste
negro para desdramatizar la situación. Y entonces las piernas
se aflojan y te querés quedar a vivir en su sonrisa. O al menos
un rato. Decirle qué bueno y qué difícil es encontrar
gente sensible e inteligente en este mundo de mierda y contestarle todas
sus preguntas y ponerle el forro con cariño y dedicarse otra
vez a las acrobacias o a cualquier cosa. No es una excepción,
tampoco vamos a desmerecer a nadie, pero en la mayoría de los
casos habían tenido tiempo de tomar la decisión sin que
lo tenga que largar así, sobre una cena romántica. Fue
una situación. Por suerte, fue.
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