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Jueves 25 de Octubre de 2001

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LLEGA FATBOY SLIM, LA PRIMERA ESTRELLA POP DE LA ERA DE LOS DJS

“Salgo tres noches a la semana.
Pero no es diversión, es trabajo”

Probablemente sus ¿canciones? resulten la banda de sonido más exitosa y rentable de la última década en Occidente. E incluso suenan más familiares al oído de millones de personas, seguro, que su nombre y trayectoria. Aun así, el hombre que de bajista segundón pasó a ser el Nº 1 de la música de bandejas para masas, es el caso testigo de un tipo de conversión emblemática.

POR PABLO PLOTKIN

Fatboy Slim. Una frase sin sentido y un nombre que simboliza varias cosas. Ritmo, inducción electroquímica, buenos videos, big beat, cortina musical de esto y lo otro, una máquina de hacer dinero, mucho dinero. Un cirujano de la música bailable, artista de la joda, exorcista del aburrimiento armado con un enorme botiquín lleno de álbumes de música negra y pastillas de colores. Un tipo que consiguió que su divertimento favorito –emborracharse, mezclar vinilos, hacer bailar a los amigos– torciera su suerte y la de la música popular de los últimos cinco años. El tímido bajista de una banda que había sido bastante exitosa en los ochenta y que, ya entrado en años, condenado al margen de las enciclopedias, se propuso grabar discos descartables, para usar y tirar, y que precisamente por esa falta de solemnidad y pretensiones de grandeza fue convirtiéndose en un artista en serio. Ese es Norman Cook, alias Fatboy Slim, el que atiende el teléfono en su casa de Brighton, Inglaterra, desde la playa en que vive junto a su mujer (Zoe Ball, estrella de la BBC) y su hijo de diez meses, lejos de la pecaminosa House of Love (su casa-bardo de soltero en Londres) y los tiempos en que elegía títulos como Better Living Through Chemistry (Mejor vivir con la química, su primer disco). Brighton... el balneario de la desintoxicación. “Mmmmm... no tanto”, repone Norman. “Puedo intoxicarme en cualquier lado. Y a cualquier hora.” Se ríe.
–¿Te estás adaptando mejor al hecho de ser una estrella pop?
–Sí, se me hace cada día más fácil. Al principio es realmente extraño, te altera los nervios y no sabés qué hacer. Pero ya bajé la velocidad: me casé, tuve un hijo, así que me resulta fácil, porque me quedo en casa, feliz, y no estoy en medio del quilombo todo el tiempo. Creo que es algo a lo que uno se acostumbra. Sencillamente aprendés a ignorarlo.
–Alguna vez dijiste que temías que el hecho de ser padre y sentar cabeza te impidiera seguir haciendo discos interesantes...
–Tenía miedo de ser padre, y dentro de eso incluía la posibilidad de que ello implicara ya no hacer buenos discos, volverme demasiado blando. Pero soy padre desde hace diez meses y no me ablandé ni un ápice. Así que ese tema ya no me asusta.
–¿Extrañás algo de los tiempos de la House of Love?
–Eeeh, sí, a veces extraño un poco. Pero es esa clase de cosas que sólo podés hacer durante dos años. Sí, a veces extraño, pero sé que nunca volvería a comportarme tan mal. Me mataría.
–Bueno, tu vida habrá cambiado bastante.
–Sí, para serte honesto, ahora casi no salgo. Es que mi mujer y yo... especialmente mi mujer, ella es muy famosa, y si salimos, todo el mundo se nos queda mirando. No podemos emborracharnos en público, porque nos sacan fotos y esas cosas. Para mí es más fácil, porque mi trabajo es ir a boliches, pero ella... Así que normalmente nuestros amigos vienen a casa. Esa es la parte mala de la fama. Pero ahora se me dio por la cocina. Cuando nació el bebé, estuvimos unos tres meses casi sin salir de casa. No teníamos nada que hacer, así que empecé a cocinar. De modo que mi vida social en este momento se resumiría así: preparo alguna comida para los amigos, empezamos a beber, después bailamos... Vivimos sobre la playa, así que cuando nos emborrachamos, solemos desvestirnos y salir a nadar. Esa es mi vida.
–Buena vida.
–No está mal, ¿no? Casi no salgo. Quiero decir: salgo tres noches a la semana, pero eso es trabajo, no diversión.
–¿Ya ni siquiera salís a comprar discos usados a las ferias?
–Ya no compro, me mandan todo. Suena terrible, sueno como un vago de mierda, pero me mandan unos diez discos por día. Honestamente, me mandan de todo, así que paso la mitad del tiempo escuchando música nueva. Si me voy de viaje dos semanas, vuelvo y tengo unos 150 discos nuevos para escuchar. Es una lástima porque, durante 25 años, pasé la mitad de mi vida en disquerías. Con respecto a los discos viejos, todos los que conozco ya los tengo. Después de 25 años de coleccionar, debo tener unos 10 mil discos. Muchos de ellos ni siquiera intenté escucharlos.
–Con Halfway between the gutter and the stars (A mitad de camino entre los suburbios y las estrellas, tercer y más reciente disco) cambiaste radicalmente el rumbo: menos golpes de efecto, más músicos de carne y hueso colaborando. ¿Te ubicaste en un lugar de “artista imprevisible”?
–Espero que sí. Creo que antes se me veía como el DJ que tuvo suerte. Me gusta pensar que la cosa cambió, que ahora la gente sabe que puedo abandonar mis fórmulas anteriores y obtener buenos resultados. Si ya funcionó una vez, probablemente la próxima vuelva a funcionar. Sí, en una de esas, la gente ahora me toma un poco más en serio.
–Después de trabajar con Bootsy Collins, Macy Gray, Roland Clark... ¿qué músico te gustaría que grabara en tu próximo disco?
–Uh, no lo sé... Al Green siempre será el número uno en mi lista. Creo que es el cantante con más soul que existe. Es una posibilidad. Pero no lo sé... A veces es mejor que las fantasías se conserven como fantasías. Odiaría trabajar con alguien a quien admiro mucho, y que al entrar en confianza dejara de ser mi héroe. Si escuchara a Al Green tirándose un pedo, creo que ya no podría tomarlo del todo en serio.
–¿Cuándo habrá un disco nuevo de Fatboy Slim?
–Falta mucho, como un año, un año y medio. Es que quiero hacer algo diferente. El álbum de Blur (que estoy produciendo) me va a llevar unos tres o cuatro meses más. Estamos esperando que termine Gorillaz, que Damon (Albarn) se ocupe de no hacer de Gorillaz algo más grande de lo que ya es (se ríe). No sé exactamente cuándo terminaremos, pero me gusta hacerlo porque es algo bien diferente. Hacer un disco de Fatboy Slim me lleva unos ocho meses de trabajo muy intenso, y por el momento estoy tratando de descansar un poco: hacer viajes cortos, conocer el mundo, disfrutar de mi hijo... Sí, creo que no va a haber un disco nuevo de Fatboy Slim hasta dentro de año y medio, tal vez dos años.
–¿Te imaginás cómo va a ser?
–No, y ése es un buen motivo para no hacerlo, no tengo que preocuparme por eso. Si tuviera que empezarlo mañana, no sabría qué hacer, no tengo un plan. Esa es una buena razón para no hacerlo ahora. Y si hago otras cosas durante todo este tiempo, no voy a estar comiéndome la cabeza con pensamientos del tipo ¡oh, quiero hacer esto, tengo esta otra idea...! Como por el momento no tengo ideas, me voy a dedicar a hacer otras cosas, pensaré un poco y, cuando esté inspirado, recién entonces grabaré otro álbum. Suena bien, ¿no?
–Entre esas cosas, planeás hacer la banda de sonido de una película, ¿no? ¿Cómo es eso?
–La razón es que siempre amé las películas, y amo las películas con grandes soundtracks. La razón por la que lo hago ahora es que me va a llevar unos cinco meses hacerlo, y hasta ahora nunca había tenido cinco meses libres. Creo que a esta altura de mi carrera puedo permitirme tomarme cinco meses para hacer algo diferente. La elección de la película es algo en lo que estuve pensando en las últimas semanas. Quiero hacer algo... algo bueno. No American Pie 3, ¿entendés? Mi lista de directores deseados incluiría a Spike Jonze, los hermanos Coen... En estos días, por primera vez en mi vida, estoy leyendo guiones, pero me resulta bastante difícil figurarme cuál va a ser una buena película. Detestaría ocupar cinco meses de mi vida en musicalizar una película mala. Así que estoy en eso. Si Spike Jonze, por ejemplo, me propusiera trabajar en su próximo film, lo haría inmediatamente. Pero no puedo decir de quién son los guiones que estoy considerando.
–Cambiando de tema, parece un momento difícil para dedicarse a hacer bailar a la gente. ¿Cómo es ser DJ en tiempos de guerra?
–La música dance es música de escape. Siempre se trató de que si tenés un trabajo aburrido durante la semana y llega el viernes, poder salir y olvidarte de tus preocupaciones. Yo no tengo ninguna influencia sobre las bombas de George W. Bush, o sobre quién le manda ántrax a quién, de modo que lo único que puedo hacer, apenas durante tres horas en una noche, es hacer olvidar las preocupaciones. Ese es el rol de la música bailable. Algunas dirán que es una evasiva, que es una manera de no cambiar nada, pero creo que la música bailable siempre fue para escapar de la realidad. Es como beber. Vos sabés que no es real, pero durante dos horas, aunque sean dos horas, tenés la posibilidad de ser otro.
–Bueno, vos solés tomar vodka antes de pasar música, ¿no?
–Oh, sí. Antes, durante y después.
–¿Por qué vodka?
–Porque no te da resaca. La cosa es que mi trabajo es de una noche tras otra. Mucha gente sale sólo una vez a la semana, pero yo, cuando estoy de gira, tengo que hacerlo todas las noches. Si actúo una noche en Buenos Aires, después no puedo tirarme a dormir durante dos días, porque a la noche siguiente tengo que actuar en Río. Lo bueno del vodka es que, después de emborracharme en Buenos Aires, puedo volver a hacerlo en Río la noche siguiente. Y así sucesivamente.
–¿Qué clase de set vas a hacer en Buenos Aires?
–Tengo dos tipos de sets. Uno es alegre, y el otro es más bien... ácido (imita el ruido de una máquina ronca). A los norteamericanos, por ejemplo, les gusta esa clase de set duro. En otro países les gusta algo más fiestero, que creo que es el que voy a hacer en Sudamérica. Varios amigos que estuvieron ahí me dijeron: “A vos te va a gustar tanto... Les gusta todo lo que te gusta a vos: bailar, sonreír, reír, beber”. Es un viaje que estuve esperando mucho. Pero no sé... Ni siquiera yo sé bien lo que voy a hacer. Ya veré cuando esté ahí. Lo que sí sé es que voy a llevar un montón de discos, voy a contemplar a la gente y trataré de comunicarme con ellos mientras esté tocando. Veremos qué pasa. Lleva una hora conocer al público, y el contrato estipula que al menos debo tocar dos horas. Pero voy a tocar todo el tiempo que se me permita.
–¿Todavía disfrutás de las discotecas?
–Sí, me encantan. Tengo 38 años, sé que no deberían gustarme más, pero me encantan. Se supone que la gente a mi edad debería quedarse en casa. “¿Quién es el abuelo, qué está haciendo ahí?”, deben preguntarse muchos al verme. Pero no sé... Todavía disfruto de ver gente ebria bailando, sonriendo, riendo, tocándose. Para mí eso es el paraíso. Y me pagan por hacerlo. n

Fatboy Slim presenta su set mañana viernes, desde la medianoche, en Pachá Buenos Aires, Costanera Norte.

EL PRIMER DJ CON TRIBUTARIO PROPIO

Clonado

Si los Beatles tienen bandas tributo por el mundo y también en la Argentina (Danger Four, The Beats, The Beladies), ¿cómo Fatboy Slim no iba a tener un “DJ homenaje”? El muchacho en cuestión se llama Tim Davies y era DJ de house hasta que a su manager se le ocurrió vestirlo con camisa hawaiana y hacerlo pasar cuatro horas de big beat por noche. Fatboy Tim había nacido. Y el Chico Gordo real, Norman Cook, se muere de risa. Incluso hubo planes de enviar a Tim en lugar de Slim a algún show, para ver si alguno notaba la diferencia. Si la idea prende en la Argentina, pronto tendremos a Dr. Trinchado, Diego Ro-cker y Karla Tintorera.

 

EL HOMBRE EN ACCION

Es otra cosa

El set de Fatboy Slim no puede ni debe ser considerado en los términos en los cuales la cultura rock establece la visión-participación de un show. De acuerdo con este razonamiento, es raro pensarlo así: un tipo detrás de dos bandejas y una mezcladora, con un auricular colgando de su cabeza, no ofrece en verdad mayores atractivos más que... la música que elige y pone. Entonces, mirar hacia el “escenario” no tiene nada de interesante. O sí, porque en este caso se trata de una verdadera estrella, aquí y ahora, parte importante de la banda de sonido global 2001. Pero eso puede interesar un rato nomás. Entonces, no hay principio ni final, ni pausas para el aplauso o la ovación, ni bises ni nada de lo que se puede estar acostumbrado a escuchar. Por eso mismo, tampoco cabe esperar una sucesión de sus grandes hits (los de los discos, en especial You've come a long way, babe y Halfway between...). En verdad, se trata de una sesión de música bailable ultraefectiva y contagiante (big beat fiestero, podría decirse) que ofrece sorpresas y citas sonoras del tipo inclusiones de Sheryl Crow (¡sí! “All I wanna do”, por ejemplo), Daft Punk y los Rolling Stones (la combinación “Satisfaction” + “Rockafeller Skank” resulta muy efectiva en estos casos), entremezclados con algún fragmento de los tracks de sus propios discos (ahí estará el morocho que repite “What tha fuck”). Pero nada más. Para escuchar eso que tenés guardado en el disco rígido de tu cabeza, “Praise you”, “Yo mama” y demás, apretá play en tu casa y jugá a ser tu propio Dj. El no lo va a hacer por vos. n e.p.

 

EL LARGO CAMINO HACIA LAS ESTRELLAS

Una vida mejor

Norman Cook nació el 13 de julio de 1963 en Bromley, Inglaterra. Tenía 22 años cuando se convirtió en el bajista de The Housemartins, un grupo pop con ciertas ínfulas socialistas que supo aprovechar el envión propiciado por el éxito de The Smiths, Aztec Camera y otras bandas británicas de guitarras y estribillos ganadores. En el verano del ‘86 acariciaron la fama internacional (incluso se hicieron de algunos fans modernos en Buenos Aires) con el tema “Happy hour”, pero poco más de un año después se desarmaron para siempre. Norman empezó a frecuentar la escena acid house. Al final de la década, junto a los productores Tim Jeffrey y JC Reid, formó Pizzaman, un trío que tuvo un par de pequeños éxitos de temporada –”Trippin’ on sunshine”, “Sex on the streets”–, pero no mucho más que eso. Consagrado de cuerpo y alma a la música dance, el flaquito aficionado a los destornilladores empezó los noventa con dos proyectos de aprendizaje: Freakpower, suerte de relectura moderna del soul, y Beats International, con cierta trascendencia en la escena electrónica de Londres. Algo desalentado por los fracasos comerciales, saturado de drogas y reviente, Norman se recluyó en su colección de vinilos y su sampler. Se inventó un seudónimo tonto, se encerró durante una semana en el altillo de The House of Love (una casa sobre una colina londinense donde estaban permitidos todos los excesos) y grabó Better Living Through Chemistry, un slogan de una campaña publicitaria de los años cincuenta que recomendaba a las madres norteamericanas calmar a sus chicos hiperactivos con grandes dosis de Valium. Y ahí está la maqueta de lo que lo convertiría en el personaje central del big beat: pedazos de viejos álbumes de funk y soul montados en bases electrónicas voluptuosas. En 1998, mientras todo el Reino Unido baila su remezcla del “Brimful of Asha” de Cornershop, le llega el éxito masivo con You’ve come a long way, baby, el disco de “The Rockafeller Skank”, “Praise You”, “Right here, right now”. Cook obliga a reconsiderar el papel del DJ en la cultura pop. Madonna y otros empiezan a pedirle ayuda. Se convierte en una star, se casa con una estrella aun mayor que él (Zoe Ball, animadora de la BBC), replantea su lugar en el mundo de la música (con un tirón de orejas de los influyentes Chemical Brothers) y decide dejar de hacer discos sintéticos. Pide ayuda a músicos reales, rescata la voz de Jim Morrison de ultratumba y graba Halfway between the gutter and the stars, una frase que se le ocurre mientras se cruza con Brad Pitt y Jennifer Aniston en el salón de un hotel cinco estrellas. “Podés sacar al chico del suburbio (gutter), pero no podés sacarle el suburbio al chico”, reflexiona. Norman, el pibe del suburbio, se muda a una casa en la playa de Brighton, tiene un hijo, mira por televisión los grandiosos videos que otros filman sobre su música, produce el disco nuevo de Blur, cocina y se dedica a leer guiones para grabar la banda de sonido de una película de autor. Tan mal no le va.