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Jueves 20 de Diciembre de 2001

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EXCLUSIVO: HABLA PERRY FARRELL, EL HOMBRE QUE FUE Y VOLVIO, FUE Y VOLVIO

En unas horas llegará a Buenos Aires quien determinó los años ‘90 en sonido y actitud, que no hubieran existido así como se dieron a conocer sin Jane’s Addiction y el festival Lollapalooza. Se trata de un acontecimiento único: luego de Kurt Cobain, seguramente es el personaje más importante de la cultura rock de los últimos 10 años que pisa suelo argentino. Aunque sólo sea para pasar discos, algunas remezclas sobre canciones propias y dejar constancia de su recientemente renovada y loca espiritualidad. ¿Cómo? Leer para creer.

POR PABLO PLOTKIN

Después de todo, el heroinómano que escribió las mejores aguafuertes punks de la California mugrienta es el mismo tipo que hoy, a los 42 años, disfruta tanto del scratching como del sonido de un shofar, lector del Antiguo Testamento y la revista MixMag. Subido a la espuma de su maremoto creativo, de pronto Perry Farrell –fundador de Jane’s Addiction y guía espiritual del rock alternativo de los ‘90– comete la rareza de venir a pasar discos a Buenos Aires. Es un año extraño. Productivo y extraño, para Farrell. Editó su primer disco solista (Song Yet to be Sung, su aporte al Jubileo 2000 y a la cultura electrónica global), reunió fugazmente a Jane’s para una gira norteamericana y anunció el regreso del festival Lollapalooza. Algunas de las formas desconcertantes que es capaz de asumir un artista eternamente disconforme, caprichoso, siempre listo para aniquilar su obra y regenerarse en el momento menos oportuno, de la manera más inesperada.
Las verdaderas obsesiones de Farrell siguen lejos de las guitarras eléctricas y los festivales de tatuados. Mientras del grunge sólo sobreviven el piercing, las andanzas de Scott Weiland y las peleas monetarias de Courtney Love y los ex Nirvana, para muchos la resurrección de Jane’s huele a necesito-dinero. Un diálogo telefónico con Perry revela que, en efecto, su cabeza hoy está en otra parte. “De la música electrónica descubro cosas nuevas todos los días. Creo que tiene que ver con su flexibilidad, con la cantidad de cosas que podés hacer con ella. Hay tantos ritmos en el aire, mezclándose, interactuando, generando una música capaz de elevar ilimitadamente a una persona, transportarla a cualquier parte. Es la posibilidad de tener todo el ruido del mundo adentro de una mezcladora.”
Farrell habla desde Venice Beach, el balneario de Santa Mónica, Los Angeles, que eligió para pasar este período de renacimiento y desintoxicación: enamorado del house, inmerso en el estudio de la Cábala (conjunto de leyendas y nociones dominado por unos pocos sabios judíos) y alejado de las drogas duras. “Soy un tipo bastante ocupado”, apunta PF, siempre terminante, siempre amable. “Me gusta poder despertarme con el sol en alto, si debo hacerlo. También me gusta pasarla bien. Así que me cuido. Me gusta fumar porro, tomar un buen trago, un buen vodka con Red Bull... Con eso es suficiente para mí. Si tomás pastillas, empezás a sentirte como la mierda, porque no estás puro, te llenás de polución química. No me gusta joder con fármacos, porque te contaminan, te erosionan. Así que la paso muy bien con un par de tragos y un poco de marihuana. No más tóxicos. Ese es mi trato.” Se le recuerda que el trato no fue siempre tan civilizado, en especial en ciertos momentos de las dos décadas pasadas. PF concede la razón: “Hice todo”, responde, y el todo suena como si quisiera captar las posibilidades más aberrantes de la experimentación química.
Por eso, Los Angeles contemplado por Perry desde la ventana de su hogar actual no es el mismo que retrataba hace más de diez años, en los tiempos en que su banda reformuló la estética punk y renovó la idea de que una estrella de rock desquiciada podía ser también un artista integral. “Jane’s era Los Angeles”, escribió recientemente Jay Babcock para LA Weekly, en una nota de tapa con él. “Sus letras eran las historias de los pobres, los hermosos y los bohemios, la gente que pasaba sus noches y sus días buscando drogas, surfeando en Point Dume, de excursión por los cañones, hurtando fruta y navajas, haciendo arte de la basura recolectada, metiéndose en problemas con la policía, intentando comprender a su familia, mirando televisión de día, escribiendo canciones (...). En un tiempo en que la California conservadora intentaba cerrar su frontera sur, en un tiempo en que el pelotudo reinante del hard rock Axl Rose maullaba sus problemas con ‘inmigrantes y maricas’, los Jane’s usaban uñas negras y ligas, se besaban sus bocas pintadas sobre el escenario y le daban un título en español a su álbum de ruptura (Ritual de lo habitual).” Lo dicho: Jane’s era Los Angeles, pese a que Perry Bernstein nació en Queens–hijo de un joyero judío del Diamond District de Nueva York y de una madre que se suicidó cuando él era un chico– y creció en Miami antes de mudarse al oeste, rebautizarse y torcer el rumbo del rock de fines de siglo XX.
Pero la reunión del grupo no es un tema del que Perry tenga ganas de hablar. Si bien quiere generar música “completamente nueva” al frente de Jane’s, su lengua escurridiza lo lleva a observar cuestiones más generales sobre el estado del rock. “Hoy tenía ganas de escuchar una combinación de electrónica con rock, así que puse el casete de una banda de unos chicos más jóvenes, a quienes no voy a nombrar. Es una banda que intenta mezclar electrónica con guitarras más bien grunge. Podría resultar, pero descubrí que a estos chicos les faltaba un poco de filo rockero. Era una cuestión de actitud. El rock, el rock grandioso, tiene que tener virtuosismo, gente que toque instrumentos de manera espectacular...”
El camino de ripio que toma el discurso de Perry lo conduce ahora a Sudán, adonde viajó como parte de la delegación del Christian Solidarity International (CSI) para propiciar la liberación de seis grupos de esclavos del condado de Aweil. “Acabo de volver de la misión de redención”, cuenta Farrell, que se paseó por entre los 2 mil esclavos liberados cantando canciones como “Happy Birthday, Jubilee” (la que abre su disco solista) y haciendo bailar a los sudaneses con la música que brotaba de su boombox. “La boombox trae una batería electrónica, Inputs para micrófonos y guitarras, reproductor de casete y CD, y hasta podés hacer scratch”, detalla Perry. “Así que hice de todo: canté sobre bases programadas, mezclé CDs de otra gente, y mientras tanto los sudaneses cantaban y bailaban y tocaban su propia música, con sus propios instrumentos. En una fiesta de redención, la música tiene que suspenderte a la altura de las nubes. Y luego grabé sus voces. De manera que, días después, en mi garaje, agarré esas cintas, las monté en bases de música electrónica sintética –usando un software con mucha batería– y creé canciones hermosas, verdaderamente hermosas. Combiné el sonido de Sudán con el de Los Angeles. Esas son las cosas maravillosas de la música electrónica: podés combinar elementos y rápidamente obtener grandes resultados.”
Ahora bien: ¿qué clase de set hará Farrell mañana en Pacha? “Tenés que estar atento al entorno, a la situación, a la hora...”, apunta el DJ, místico. “Es todo muy sensorial. Ser disc jockey implica un alto grado de concentración, tener en cuenta las condiciones y las razones del evento. Entiendo que en Buenos Aires el propósito es celebrar. Y voy a hacer todo lo posible para que resulte de la manera más placentera y memorable.” Así es que Farrell intenta poner en escena el espíritu celebratorio de Song Yet to be Sung, ese manifiesto electrónico de caridad, ambientado en una especie de desierto idílico, bíblico, para todos los bailarines del mundo. “Voy a estar tocando algunas remezclas del disco”, adelanta. “También habrá mucho progressive, tech house y cosas así. Estoy experimentando mucho. Me encanta el vinilo, pero también voy a llevar CDs, porque hay muchas cosas que fui grabando yo mismo y las quiero mezclar. Es mucho más fácil cargar CDs; los podés grabar en cualquier momento y ocupan poco espacio.”
Las primeras aproximaciones intensas de PF al mundo oriental ocurrieron en tiempos de Porno for Pyros, cuando sus viajes por Bali, Fiji y Tahití y una estadía larga en Sumatra inspiraron parte del sonido y la lírica de Good God’s Urge, segundo e injustamente menospreciado disco de la banda. De todas maneras, su posición frente al bombardeo del gobierno de George W. Bush sobre Afganistán es bastante occidentalista. “No iría tan lejos de decir que mi país está haciendo lo exactamente correcto, ni que el problema está en manos de la gente correcta, pero puedo decirte una cosa: yo sé cómo se vive en esa clase de países, porque estuve ahí, y te aseguro que no te gustaría vivir en una tierra en que te sacan a la fuerza de tu casa para convertirte en esclavo. El gobierno de Sudán y el afgano están bancados por la misma gente. Esos tipos... Estuve en su tierra, y me gusta más la mía”, dice Farrell, con pragmatismo casi republicano. “Sé que no es perfecto, pero la verdad es que he salido bastante y todavía no encontré el lugar perfecto. Conozco las razones por las que esta gente hace las cosas que hace, y no se trata solamente de Dios. Decime quién hace qué y te diré dónde tiene invertido su dinero. Pero no soy un político, no puedo penetrar en el pensamiento de estos tipos. Me resultaría extenuante, me llevaría demasiados minutos. Demasiados minutos que prefiero emplear en hacer música.”

Los años filosos

- Jane’s Addiction se formó en 1986 sobre la base de Psi Com, la primera banda de Farrell. Aunque la leyenda dice que Perry conoció al bajista Eric Avery a través de una prostituta adicta llamada Jane, la realidad es que los presentó Carla Bozulich, luego cantante de Geraldine Fibbers (que, en efecto, había sido prostituta y adicta). Ese año también se integró el guitarrista Dave Navarro.

- El epónimo debut de Jane’s fue grabado en vivo en The Roxy (Los Angeles, 1987). Un año después publicaron Nothing’s shocking. Como MTV se negó a pasar el clip de “Mountain song”, lanzaron un video que además contiene una escena en la que Perry y su novia hacen “aerobics para yonquis”. La censura siguió con Ritual de lo habitual (1990), en cuya tapa se ve una escultura de Farrell que representa un ménage à trois entre él, una ex novia y la de ese entonces.

- Versiones sobre el origen del término Lollapalooza, nombre del festival itinerante con que Farrell detonó la explosión del rock alternativo: a) modismo empleado por los soldados norteamericanos durante la Segunda Guerra Mundial; b) chupetín gigante; c) algo excepcional; d) un episodio de “Los tres chiflados”. Quién sabe. Lo cierto es que ese primer Lolla fue visto por 430 mil personas y recaudó 10 millones de dólares.

- Con Nirvana en el vórtice del tornado alternativo, Jane’s dijo chau: después de Lollapalooza, hartos el uno del otro, se desarmaron. En ese 1991, Farrell fue elegido artista del año por la revista Spin y salió a negar que estuviera infectado de HIV. Fue arrestado y condenado por posesión de drogas en Santa Mónica, California.

- Porno for Pyros, la nueva banda de Farrell (con el baterista de Jane’s, Stephen Perkins), debutó en el segundo escenario del Lollapalooza ‘92. Ese año salió el decepcionante debut del grupo y la película The Gift, con escenas de necrofilia y drogas, muchas drogas.

- En 1996, desencantado con el rumbo que había tomado Lollapalooza (con Metallica al frente del cartel), Perry organizó ENIT, “una experiencia multimedia, musical, sensorial y comunitaria”. Ese mismo año, Porno for Pyros lanzó el precioso Good God’s Urge.

- Un año después, Navarro y Flea (en ese entonces, dos Chili Peppers) participaron de “Headcharger”, de Porno for Pyros. Rearmaron Jane’s, con Flea en lugar de Avery, salieron de gira y editaron Kettle Whistle. La experiencia duró sólo un año. En el ‘98, Farrell desarmó PFP y vio nacer a su hijo, Yobel Ari. Entretanto, Farrell se alineaba en la lucha de Jubilee 2000, la agrupación que propuso la condonación de la deuda externa de los países más pobres del mundo. Esa demanda atraviesa el concepto de su primer disco solista –Song yet to be sung– y sus viajes planetarios bajo el seudónimo de DJ Peretz.

 

EL LO VIO PRIMERO

Arqueólogo futurista

Perry Farrell no sólo fue el primer gran hombre de la avanzada eléctrica alternativa, esa que a principios de los ‘90 derrocó la autarquía de un pop que empezaba a languidecer bajo el peso de sus impasibles frivolidades. Jane’s Addiction inventó una estética personal, poderosamente artística y callejera; y Farrell fue, sin dudas, el espíritu renacentista al frente del proyecto. El escultor orgiástico, el performer suicida, el gran cantante, el autor de algunos de los versos más vivaces sobre una Los Angeles de putas, asaltos y jeringas. Todo montado en crudas orquestaciones de punk, surf rock, funk, folk y psicodelia. Cuando le llegó la fama, en lugar de convertirse en una estrafalaria estrella de rock con aires de ostra, Perry se hizo cargo de su rol generacional y activó Lollapalooza, el marco estético del otoño grunge. Supo correrse a tiempo, cuando el festival no era más que un condensador de sponsors y directivas de tendencias mercantilistas. Entonces Farrell, gurú new age pasado por heroína, especie de arqueólogo futurista, organizó el fugaz ENIT y empezó a definir su esqueleto de musicalizador electrónico, guía espiritual y sobreviviente a todos los excesos. Bienvenido a Buenos Aires.