Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
NO

todo x 1,99

Clara de noche
Convivir con virusBoleteríaCerrado
Abierto

Fmérides Truchas 

 Bonjour x Liniers

Ediciones anteriores

KIOSCO12

Jueves 20 de Diciembre de 2001

tapa
tapa del No

LA NUEVA GRAN COSA DE LA ELECTRONICA MUNDIAL

El show del sábado pasado en Museum se pareció a un pequeño acontecimiento para la escena local: en vivo se vio qué es eso de combinar el folklore norteño mexicano y la tecnología house. Un sonido original y cautivante, a punto de explotar a escala global, definitorio de una ciudad-emblema del choque de culturas entre dos mundos.

POR ESTEBAN PINTOS

“Un sonido como éste sólo pudo ser soñado y concebido en un lugar como Tijuana” (revista Wire, setiembre 2001).

Welcome to Nortec. La música del futuro, aquí y ahora: un revoltijo sonoro que incluye el sabor de maracas, tubas y timbaletas latinas percutiendo sobre irresistibles ritmos house que vienen del otro lado de la frontera, la exacta línea que divide al primer mundo del tercero. Una marea musical que va y viene entre el folklore de los estados más narcotraficanizados de México y la tecnología provista por un pequeño escuadrón de laptops manipuladas por nativos de la ciudad, dj y programadores que van a camino a convertirse en superestrellas electrónicas de la nueva década. Fussible, Bostich, Panóptica y Monithor (Pepe, Ramón, Roberto y Jorge, en orden de aparición y protagonismo) son ex militantes del gusto mexicano por el sonido tecno alemán, convertidos al gusto popular de la zona y de ahí disparados al primer-primer escenario de la ola electrónica. El sábado, frente a no más de 300 personas, Nortec desembarcó en Argentina –primera aparición en Sudamérica, en verdad– y dejó en claro que lo escuchado y bailado en el Museum de San Telmo es el futuro. Vimos el futuro. Y funciona.
“Mucha gente no nos conocía. Nos pusieron a abrir la noche, a las 11 de la noche, y habría unas cinco personas. En el sound check tocamos puros sonidos ambientales, sin ritmo, pero la gente fue llegando... A la hora que comenzamos en serio, el lugar se llenó y el artista que nos seguía, nos cedió una hora más para que siguiéramos tocando. Fue muy importante para nosotros”, recuerda Ramón Amezcua (Bostich), 38 años, de profesión ortodoncista y fundador del colectivo que asombra en el primer mundo electrónico. Ramón refiere a la noche en que Nortec eclipsó nada menos que a Roni Size, Jazzanova y otros ilustres del género, todos juntos en una de las noches centrales del Winter Music Conference, la mayor convocatoria de música electrónica que se realiza cada año alrededor de marzo en Miami. Esa noche templada del sur de la península de la Florida, en el Club Space del downtown Miami, Nortec se hizo notar. Después, como en una sucesión de triunfos, tocaron en el Sónar de Barcelona y el festival Coachella, en el desierto de California. En el medio, no han dejado de presentarse en todos sus formatos por toda la geografía de los Estados Unidos, compartiendo escena con pesos pesados y asombrando críticos de aquí y allá. Escribió Neil Strauss en The New York Times sobre el “fenómeno” Nortec, un colectivo artístico que no sólo tiene música y que incluye el trabajo de diseñadores gráficos, de moda, escritores, escultores y videastas. “Este es uno del creciente número de géneros electrónicos dance que emergen alrededor del mundo, al tiempo en que las máquinas de ritmo y el software musical se volvió accesible y manipulable.”
Nortec esparció su novedad musical gracias a la edición mundial de The Tijuana Sessions Vol. 1, un cd apadrinado por el joven sello Palm Pictures, propiedad de Chris Blackwell (fundador, a su vez, de Island Records, la histórica compañía de Bob Marley, Tom Waits y U2 entre otros). Allí aparecen los tracks originales que dieron lugar a la invención del subgénero, los firmados por Bostich y Fussible –el otro gran nombre de la avanzada, representado en Pepe Mogt, de profesión ingeniero químico, y acompañado por Roberto Mendoza–, más piezas originales de Terrestre, Plankton Man, Clorofila, Panóptica e Hiperboreal. Un conjunto de nombres extraños detrás de una música que envuelve, libera, contrae y exhala, ritmos que parecen emerger del choque de culturas del cual Tijuana es centro de gravedad. “Nortec es el soundtrack de Tijuana. Tijuana es la esquina entre América latina y Estados Unidos, entre tercer y primer mundo. Es una ciudad muy especial, un lugar en donde la mayoría de la gente no nació ahí. Gente de 30 años o menos que llegaron de otros estados del país, entonces no hay una identidad cultural. Vienen a Tijuana, mejor dicho pasan por Tijuana, para cruzar la frontera y conseguir trabajo enEstados Unidos. Cuando esa gente no logra cruzar la frontera, se queda a vivir por ahí y trasladan sus costumbres. De hecho, la música sinaolense es de otro estado, Sinaloa”, inicia su explicación el artista conocido como Bostich. Y sigue: “Sobre esos sonidos tradicionales, se mezcla también la electrónica, que llega con los turistas que van a los clubes y discos de la ciudad. Escuchas todos esos sonidos y ahí se forma el soundtrack. La ciudad depende del turismo y de las fábricas que ensamblan televisores y equipos de audio para venderlos en Estados Unidos (además, los aparatos electrónicos desechados en Estados Unidos, luego se venden en Tijuana). De una u otra manera, nuestra gente está relacionada con la tecnología”.
La estética Nortec cobra forma en tal extraño paisaje. “La gente que llega a la ciudad y no tiene dónde vivir, se instala en unos terrenos que se llaman invasiones (algo así como los “asentamientos” del Gran Buenos Aires). Las paredes de las casas están hechas con puertas de garajes y cuando no te lo imaginas, al tiempo, esas paredes ya están emplastadas con cemento, luego tiene concreto y ladrillos, y más tarde ya tienen una antena parabólica. Ese tipo de arquitectura tijuanense es modular y define a Tijuana, define al sonido Nortec.” Como rezaba el manifiesto Manguebit del Nordeste de Brasil, las antenas parabólicas crecen sobre el barro de la pobreza. De todo eso, surge algo nuevo. Pero ahí más. Cuenta Bostich que la narcocultura de la zona también tiene que ver. “Es un fenómeno fronterizo, la gente se identifica con los narcos y muchos son ídolos populares. A lo largo de todo el camino desde la frontera podés leer carteles con la leyenda “SE BUSCA” y ves las caras de los narcotraficantes, con recompensas de millones de dólares. Es como el Viejo Oeste. La identificación con esta cultura se refleja después en la vestimenta: camisas colorinches de Versace y botas tejanas. Otros se visten de judiciales, los policías antinarcóticos de la zona. Todo eso también es Nortec.”
El génesis de Nortec como entidad musical tiene una historia por contarse. Dice Bostich: “Queríamos hacer música electrónica a partir de un sonido que puede sonar ridículo, la música tradicional del Norte, la banda sinoalense y norteña. Muchos teníamos prejuicios contra el género, porque es una música que habla de los narcos y la violencia. Yo crecí escuchándola sin gustarme, pero luego terminó por gustarme la idea de experimentar con esos sonidos y darles una nueva estética. Ver una banda sinoalense manipulada a través de una computadora o de sintetizadores, nadie se lo podía imaginar. Tal vez en el mambo o la salsa, que son cadenciosos y sabrosos de por sí, se podía entender. Pero no con esta música. Cuando empezamos, nosotros estábamos muy excitados y tratamos de compartir esos sonidos con otros músicos electrónicos de México. Pues, a mucha gente no le llamó la atención la idea, nos decían que estábamos locos y se reían ‘¿Cómo iba a funcionar esa música con la electrónica?’, nos decían. En nuestra primera presentación con este formato, en Tijuana, muchos esperaban a Bostich tocando el drum’n’bass y house que ya conocían. Se sorprendieron al escuchar sonidos de tubas, tarolas, y fue un shock. La gente no sabía cómo bailar, aunque no sabían cómo moverse, unos bailaban quebradita –cómo se baila la banda sinoalense–, otros tipo cumbia. No sabían cómo reaccionar, pero les gustó.”

TIJUANA, VISTA POR LOS OJOS DEL NO
Todo es posible

“En Tijuana no hubo aztecas. O al menos eso puede escucharse al paso, como queriendo justificar el destino que le tocó en suerte a esta ciudad, la primera estación latina viniendo desde el Norte de la América rica. “Acá no hay historia, no hay paisaje, lo único que hay es la calle”, completa José mientras intenta convencer a unos gringos –léase estadounidenses de veintipico en plan de reviente– para que se decidan a entrar al Bambi Club, uno de los tantos cabarets que visten la célebre y celebrada Avenida Revolución.
Al noroeste de México y a sólo media hora de los Estados Unidos (de la dorada y californiana San Diego), Tijuana se ocupa de recordar al más desprevenido de que ya no estamos en tierra del Tío Sam.
(...) En la calle ahora suena Erasure y queda claro que en TJ –así bautizada por los gringos, otra vez– la vida tiene banda de sonido. Se suceden los puestos de venta ambulante con flores artificiales, cigarrillos, bijouterie y, como no podía faltar, uno de los clásicos de la ciudad: los burritos. Se trata al menos de una docena de animales distribuidos en varias esquinas céntricas. Allí los turistas pueden llevarse un recuerdo fotográfico, subidos a los carros tirados por esos mismos burritos, que lucen rayas pintadas a modo de cebra. Un detalle que los hace muy vistosos y que permite pensar en alguna cruza exótica. Pero la realidad siempre suele ser mucho más modesta y Emilio se encarga de que eso ocurra: “Esto viene de más de 50 años atrás, cuando las fotografías eran en blanco y negro. El burro salía mal en las fotos, quedaba como una mancha blanca, y entonces empezaron a pintarlo. Y se hizo costumbre: ahora la gente espera verlos pintados.”
Párrafos de una nota publicada el jueves 13 de julio de 2000, en este suplemento, justamente sobre las particulares características de la ciudad madre del Norte.