Se entiende
por estrategias de reducción de daños al conjunto de acciones
sanitarias, sociales y comunitarias para disminuir los efectos perjudiciales
del consumo de drogas y su vinculación con la infección
por vih-sida. La meta principal no es el abandono del consumo sino la
minimización de los riesgos, daños sociales y sanitarios
asociados con el uso de drogas. Así define el Proyecto
Lusida, que depende del Ministerio de Salud, la estrategia de reducción
de daños que en teoría debe ser aplicada en nuestro país
ya que, vaya a saber por qué descuido de la reacción,
muy saludable por cierto, fue aprobada una ley en ese sentido. En su
versión más común esta estrategia se aplica entregando
jeringas descartables a quienes las usan para inyectarse drogas, para
evitar que las compartan y corran el riesgo de contagiarse vih. Parece
una utopía en un país donde la portación de un
porro te puede llevar a la cárcel, pero a lo mejor ésta
es una de esas famosas grietas del sistema por las que podría
colarse una manera distinta de ver al otro, de considerarlo, de respetarlo.
El otro podría ser esa persona que elige una forma de vida que
no se comparte, que hace elecciones distintas, que decide sobre su propio
cuerpo aun cuando se pueda pensar que lo hace en contra de su salud,
de su vida en general, de lo que se supone correcto. Pero aun así,
ese otro me importa, más allá de lo que haga. Hace
lo que quieras, pero cuidate lo más posible, eso es lo
que teóricamente le estaría diciendo el Estado, por ejemplo,
a ese pibe que se inyecta y no quiere dejar de hacerlo. Insisto, suena
a utopía, pero la verdad es que la ley existe y sería
bárbaro que se aplicara también en distintos sentidos.
Que sirviera para que de una vez se dejaran de lado mensajes contradictorios
fidelidad, pareja estable, conductas de riesgo, etc., etc.
sobre las formas de prevenir el contagio de vih y claramente se dijera
hacé lo que quieras, cuando quieras, pero hacelo con forro.
Que sirviera también para alentar a quienes están marginados
de los sistema de salud como las travestis, a que se acerquen. En ese
caso no se les pediría su DNI para atenderse en hospitales ni
se los llamaría por su nombre de varón. Se les diría
viví como elegiste vivir, pero no te niegues el derecho
a la salud. Podría servir también para que los y
las adolescentes tuvieran acceso a la información sobre sexualidad
sin tener que pedirles permiso a sus padres, porque ellos también
hacen lo que quieren, se les dé permiso o no, y de todos modos
necesitan protección y cuidado. Claro que la esquizofrenia está
a la orden del día y, si bien se aprobó la Ley de Reducción
de Daños, la de salud sexual y reproductiva quedó trabada
en el Senado, justamente, porque no hubo acuerdo para que los adolescentes
puedan recibir información y anticonceptivos sin la autorización
de sus padres en los servicios públicos. Es una lástima
que no se pueda ampliar la reducción de daños a muchos
otros ámbitos, y que además se aplique si es que
así en un marco de secreto tal que muchos no saben que
no hace falta caretear en la farmacia para conseguir una jeringa, basta
solicitarlas en algún centro de salud. Pero, ya sabemos, las
grandes marchas empiezan con un primer paso, y éste puede ser
uno. Siempre que esto se entienda no como la ayuda a alguien que no
puede decidir por sí mismo, sino como una forma de respeto y
protección de la vida de las personas más allá
de sus elecciones.
marta
dillon
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