Mar 05.11.2002

PLáSTICA  › MARCELA ASTORGA EN LA GALERIA LUISA PEDROUZO

Auténtico cuero argentino

Detrás del uso estilizado e irónico de una típica materia prima nacional, la artista evoca una matriz ideológica.

› Por Fabián Lebenglik

La carne y el cuero no sólo son dos emblemas nacionales, como la vaca de la que provienen, sino que constituyen un fuerte núcleo de sentido, en el que se puede leer la historia Argentina, desde distintas perspectivas –económica, social, ideológica, política, gastronómica...–, todas entrelazadas.
Marcela Astorga (Mendoza, 1965) presenta “Cuestión de piel”, en la galería Luisa Pedrouzo, una muestra que incluye obras en las que utiliza cuero vacuno.
Es inevitable relacionar esta exhibición con “Entripados”, la exposición que Cristina Piffer mostró en la misma galería hace seis meses, en que las obras estaban realizadas con grasa, tripas, carne y cuero vacunos: ambas artistas recurren a la materia prima nacional por antonomasia, como matriz conformadora de ideología.
Si la obra de Piffer está más notoriamente asociada a la tradición de violencia política argentina, en Astorga esa relación está presente aunque de un modo menos ostensible. En un caso se trata de una metáfora más visceral, en el otro, más superficial: “cuestión de piel”.
La supuesta superficialidad de la obra de Astorga no se traduce en liviandad: la violencia y la tensión que subyacen en su muestra están solapadas porque en su trabajo el humor resulta constitutivo. De modo que Astorga, si bien elige ser literal (por el uso del cuero curtido, trabajado o crudo) al mismo tiempo toma distancia y juega con la ironía.
La segunda relación de parentesco artístico posible es con la obra de Nicola Costantino. Se trata de registros diferentes pero con innegables conexiones materiales y simbólicas, porque aquí lo que pesa es la moda, la decoración y las costumbres como datos culturales más profundos.
En ambos casos se evocan artísticamente mecanismos industriales y regulaciones sociales y contextuales determinados por múltiples condicionamientos culturales y económicos. El gesto descarnado y objetivo es hacer evidentes esos mecanismos que hay detrás de la moda y de la fisiología carnívora argentina.
Entre los industriales de la carne es común el chiste que dice que de la vaca sólo se desperdicia el mugido, aunque ya se están haciendo estudios para su aprovechamiento.
La muestra de Astorga se abre con un cuadro que podría pensarse como arte op-rústico, porque está hecho con tiritas de cuero que componen –gracias al natural “diseño” del pelaje vacuno– un paisaje abstracto que se modifica a medida que el espectador va cambiando su posición frente al cuadro. El tramado de las tiras, colocadas en dos filas superpuestas y separadas por pocos milímetros, genera un primitivo mecanismo óptico en el que se cruza la artesanía nativa con el arte contemporáneo.
Otra de las piezas consiste en un silla desfondada, en la que las tiras exageradamente largas del asiento, caen y se extienden por el piso como una cola.
Una nueva pieza sin título también está realizada con pequeñas tiras servidas en un plato hondo al modo de un plato de fideos.
Por otra parte, una breve serie de trabajos se compone de la sumatoria de cinturones –con sus respectivas hebillas–, entrelazados y unidos, formando haces o tramas. Ya sea conformando un flujo de cintos que caen en cascada (Sin título) o una trama apretada y ceñida a una parrilla (“Asado masoquista”), Astorga propone una lectura humorística y siniestra de la moda, la decoración y la gastronomía de estas pampas.
Detrás de esas piezas “superficiales” la artista convoca el costado carnívoro de la cultura argentina: desde su fundación, la política se ha venido tramando en charlas de quincho, al calor de la parrilla, sacándoles el cuero a los adversarios, cuereándolos y cocinándolos a fuego lento. Las sucesivas carnicerías argentinas están cifradas en las tensas tramas de cueros o en las sucesivas tiritas, lonjas y rollos de la misma materia prima, que se puede ver, oler y tocar en la exposición.
Otra de las obras consiste en la colocación de dos paneles enfrentados a muy corta distancia, sobre las caras internas de dos columnas. Dichos paneles están hechos con cerdas de caballo, parejamente cortadas, de modo que el espectador puede apenas pasar por el medio para ser cepillado durante el pasaje.
No es casual que la artista implique la vista, el olfato y el tacto en sus obras: la relación con el cuerpo es evidente e inmediata y allí es donde comienza a desandarse la “superficialidad” a la que hace referencia el título de la exposición. La utilización y escarmiento del cuerpo están inevitablemente asociados a la historia sangrienta y facciosa del país, desde su independencia, pasando por las luchas civiles, la organización nacional, los gobiernos autoritarios, las posdictadura y la debacle actual. (Galería Luisa Pedrouzo, Arenales 834, hasta el 30 de noviembre.)

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