PLáSTICA
› ALICIA HERRERO EN LA GALERIA LUISA PEDROUZO
La retina contra la rutina
La reivindicación de la imagen de objetos de uso cotidianoes la puerta de entrada a un lenguaje fuertemente visual y simbólico. El plato principal de la cocina argentina.
› Por Fabián Lebenglik
La semana pasada Alicia Herrero (1954) inauguró su muestra Herrerías en la galería Luisa Pedrouzo.
Se trata de un conjunto de láminas de aluminio, caladas y aplicadas directamente sobre la pared, que evocan las formas –en perspectiva– de los utensilios de cocina: ollas, espumaderas, hornallas, platos, sartenes, cucharones, etc., puestos en estado de celebración, análisis y observación artística para dejar de ser los objetos más triviales y cotidianos.
Lo primero que se ve, junto con el humor y la limpieza visual, es la huella (aunque en versión monocromática) de la ambigüedad pop, que festejaba y al mismo tiempo ponía bajo la lupa la cotidianidad y el funcionamiento da la cultura de masas.
Desde la primera exhibición individual que Herrero registra en el catálogo de la muestra (donde se consigna que fue en el Centro Cultural Recoleta hace once años), quien esto escribe afirmaba en estas páginas que “la relación de empatía que Alicia Herrero tiene con los elementos más banales hace sencillo el camino que lleva a convertirlos en objetos con aura. En sus cuadros predominan los elementos que sufren las transformaciones de un tratamiento sensual”.
En esta tradición de reivindicación de las cosas supuestamente banales como puerta de entrada al lenguaje puro y al pensamiento literario, visual y filosófico, el poeta, ensayista, pintor y dibujante Francis Ponge (que publicó El partido de las cosas en 1942) escribe en Métodos: “Lo que pretendo formular son pues descripciones-definiciones-objetos-de-arte, es decir, definiciones que en lugar de remitir a tal o cual clasificación previamente establecida y en suma a una ciencia humana supuestamente conocida (y generalmente ignorada), remitan, si no completamente a la ignorancia total, al menos a un orden de conocimientos bastante comunes, habituales y elementales, estableciendo correspondencias inéditas que descompongan las clasificaciones habituales y se presenten así de manera más sensible, más impactante y también más agradable”.
“Al mismo tiempo –sigue Ponge–, las cualidades de tal o cual objeto escogidas para ser explicitadas serán preferentemente las que han sido pasadas por alto hasta el presente. Si conseguimos así brindar nuestra auténtica impresión y nuestra ingenua clasificación pueril de las cosas, habremos renovado el mundo de los objetos.”
Un impulso recurrente e igualmente mordaz busca que la mirada artística sea aquella capaz de hacer ver las cosas de todos los días como por primera vez. Quizá hasta podría pensarse que esa fuera una de las funciones de arte: quebrar la rutina, limpiar la retina.
La obra de Alicia Herrero coloca la atención sobre la más inmediata y doméstica de las realidades: la cocina. Y de allí se desprende toda una serie de sentidos, no sólo poéticos sino también urgentes. El objeto “olla” no es cualquier objeto en la Argentina de hoy. Resulta inevitable la remisión directa que va de la estilización a la politización de los cacharros de la cocina. Precisamente, cuando la artista participó de la última edición de Estudio Abierto (en San Telmo y Montserrat) presentó uno de sus aluminios calados en la muestra El suelo por asalto, presentada en los subsuelos de Casa de la Cultura (de Avenida de Mayo). Se trataba de una obra similar a las ahora exhibidas en la galería, aunque en gran escala. Otro utensilio de cocina, particularmente simbólico: “Olla a presión”. Casi una teoría social, servida en un contexto edilicio, urbano y socioeconómico por demás elocuente: la realidad argentina se cocina en una olla a presión.
Pero si el espectador sólo decidiera quedarse en los aspectos puramente formales, también allí comienza a cuestionarse el estatuto supuestamente unívoco de la figuración. La perspectiva desde la cual están vistos,recortados y calados los objetos; el modo en que la artista representa no sólo sus formas sino además sus brillos; la relación entre la superficie de los laminados y su (ínfimo) volumen... son todos elementos visuales que por una parte reproducen la imagen de tal o cual objeto pero simultáneamente comienzan a disolverla y volverla abstracta.
No es difícil encontrarse entonces con otras figuras (o imaginarlas) en el interior de estos laminados. Según el tipo de calado, toda una galería de personajes y objetos puede surgir, del mismo modo que cuando se mira las nubes.
La supuesta simpleza de las obras ofrece sin embargo alternativas a la mirada: sólo es cuestión de tomar partido por las cosas y dejar que digan lo suyo. (En la galería Luisa Pedrouzo, Arenales 834, hasta fin de año y luego durante todo febrero.)