Mar 31.12.2002

PLáSTICA  › EDGARDO VIGO (1928-1997) EN EL ESPACIO OJO AL PAIS

Un escape paso a paso de la rutina

Una muestra antológica de Edgardo Vigo recorre varios puntos salientes de la obra del gran artista platense muerto hace un lustro, pionero del conceptualismo y el arte por correo.

› Por Fabián Lebenglik

Desde mediados de la década del cincuenta hasta comienzos de los años noventa Vigo fue un artista casi secreto para los ambientes más visibles e institucionales de las artes plásticas.
Esa dilatada falta de sincronía entre el comienzo y desarrollo de su intensa y original producción y su muy posterior aparición en los círculos más notorios de las artes visuales, no debería pensarse como descubrimiento tardío, porque fue una elección de Vigo, que circuló allí donde quiso, dada su resistencia a participar de cualquier circuito que rondara lo oficial y “reconocido”. Prefería no ser encerrado en una galería ni en un museo. Su proverbial discreción y su militancia en pro de los canales alternativos para la difusión de su pensamiento y de su obra, múltiple e inclasificable, lo mantuvieron a prudencial distancia de cualquier operación consagratoria. Y esa distancia siempre la midió desde su ciudad refugio de La Plata.
Sin duda Vigo fue un pionero del arte conceptual y uno de los primeros en América latina en dedicarse al arte por correo, a través del cual estableció fluidos vínculos internacionales: la comunicación a distancia de su arte portátil le permitió ser un lúcido viajero inmóvil –que hizo de su casa un mundo, un Correo Central paralelo–, generando contactos y participando de circuitos alternativos y originales, evitando casi siempre intermediaciones institucionales, así como bronces y laureles.
Tal vez, más que un artista secreto, Vigo haya sido un artista clandestino, en el sentido de la politización transgresora, voluntaria y estratégica del secreto. El siempre eligió el modo de comunicarse con el espectador y el lector, porque tenía en gran estima la capacidad participativa del lector y espectador futuro de su obra. La misma falta de sincronía entre su obra y un público más amplio (el reconocimiento y la posteridad) se relaciona con la carga de futuro que tiene todo su trabajo.
La muestra que se presenta en el espacio Ojo al País del Centro Borges, curada por la arquitecta Ana María Gualtieri, que preside la Fundación Centro de Artes Visuales de La Plata, presenta un selecto panorama de la producción múltiple de Vigo: esculturas, grabados, poemas visuales, documentos, máquinas inútiles, arte por correo.
Una parte de la circulación de las obras e ideas de Vigo se dio a través de las publicaciones y revistas que creó, de los lugares alternativos e inesperados que eligió para exhibirlas, así como a través del contacto directo y personal con colegas y grupos de artistas.
A principios de la década del cincuenta Vigo egresó de la Escuela de Bellas Artes de La Plata. En 1953 viajó a Francia y se deslumbró con prácticas artísticas experimentales herederas de las vanguardias, en las que se combinaban las artes en una productiva interacción creativa.
En 1954, de vuelta en la Argentina, presentó una exposición de objetos de intención interactiva.
A diferencia de muchos artistas que se centran más en la realización de su práctica sin dar cuenta de la producción teórica y crítica que implica, Vigo era un constante teorizador y escribió numerosos textos programáticos y algunos manifiestos. En uno de esos escritos –cuyo esbozo había comenzado en 1959– afirma que la producción artística debe encaminarse “Hacia un arte tocable que quiebre en el artista la posibilidad del uso de materiales ‘pulidos’ al extremo de que produzcan el alejamiento de la mano del observador –simple forma de atrapar– que quedará en esa posición sin participar ‘epidérmicamente’ de la cosa. Vía uso de materiales ‘innobles’ y para un contexto cotidiano delimitador del contenido. Un arte tocable que se aleje de la posibilidad de abastecer a una ‘elite’ que el artista ha ido formando a su pesar, un arte tocable que pueda ser ubicado en cualquier ‘hábitat’ y no encerrado en Museos y Galerías. Un arte conerrores que produzca el alejamiento del exquisito. Un aprovechamiento al máximo de la estética del ‘asombro’, vía ‘ocurrencia’ –acto primigenio de la creación– para convertirse –ya en forma masiva, en movimientos envolventes o por la individualidad, congruencia de intencionalidad– en actitud. Un arte de expansión, que atrape por vía lúdica, que facilite la participación –activa– del espectador, vía absurdo. Un arte de señalamiento para que lo cotidiano escape a la única posibilidad de lo funcional. No más contemplación sino actividad. No más exposición sino presentación. Donde la materia inerte, estable y fija, tome el movimiento y el cambio necesario para que constantemente se modifique la imagen. En definitiva: un arte contradictorio”.
Aunque contrario a los espacios oficiales y a las modas, no siempre Vigo tuvo éxito en oponérseles. De vez en cuando los utilizó por razones, precisamente, de circulación. En 1969 organizó en el Instituto Di Tella la “Exposición Internacional de Novísima Poesía”, un extenso panorama de poesía visual y concreta.
Un año antes había llevado a cabo su primer “señalamiento” en La Plata, el “Manojo de semáforos”, gracias al cual generó, por vía del cambio de luces, un módico y sorpresivo caos en una transitada esquina de la ciudad.
El trabajo, las acciones y pensamientos de Vigo siempre apuntaron a trastrocar las reglas de la rutina, a quebrar la lógica cotidiana, a combatir el aburrimiento de los días repetidos.
Es común que sus obras, siempre profundamente ideológicas y al mismo tiempo autorreflexivas respecto de las cualidades visuales, se presenten como “Anteproyectos de proyectos de propuestas”. Esa boutade lingüística que supone un laberinto recursivo, por una parte marca una ausencia colectiva de verdaderos proyectos, por la otra funciona como una respuesta a los dogmatismos ideológicos que piden proyectos a cada paso, como quien pide documentos: un mero tic policial para atajarse de la creatividad.
En 1971 Vigo presentó una muestra en el Centro de Artes y Comunicación (CAYC), lugar que entonces marcaba rumbos en las artes visuales.
En 1976, a cuatro meses de instalada en el poder, la dictadura militar se llevó a su hijo mayor, quien pasó a integrar la larga lista de desaparecidos.
“De manera abrupta –describía el propio Vigo–, un grupo armado (por datos posteriores, perteneciente al Ejército Argentino) irrumpió en mi casa la madrugada del 30 de julio de 1976. Acallada mi protesta por la fuerza, cubriéndome la cabeza con un saco en un intento de silenciar mi testimonio comprometedor, lo retiraron de mi domicilio. Esta escena inauguró un desconocimiento de su paradero y destino hasta hoy, donde boya en esa estela doliente creada en el horizonte por los 30.000 ‘desaparecidos’. Apoyo a las Madres de Plaza de Mayo cuando afirman que no pueden ser considerados muertos y por justicia exigir la verdad que se oculta tras la siniestra conducta de los autores de este latrocinio y la complicidad de las posteriores administraciones políticas. Dolió al grupo familiar, pero más duele ese horizonte referido.”
En 1991, Vigo presenta una exposición retrospectiva en la Fundación San Telmo y tres años después integra, junto con Libero Baddi y Pablo Suárez, el envío argentino a la XXII Bienal de San Pablo.
Entre las colecciones que poseen obra de Vigo está el Museo de Arte Moderno de Nueva York que cuenta con más de una docena de trabajos.
La última exposición que realiza pocos meses antes de morir es en el ICI.
En relación con el arte por correo, en el marco del cual creó toda una filatelia paraoficial, matasellos, impresos, sobres, etc., Vigo se preguntaba:
“¿Debe ser arte? ¿Debe ser un acto creativo? ¿Debe cumplimentar reglas prefijadas? O pasa por ser la carga que uno pretende en lo ‘enviado’ paraque el otro lo comparta total, parcialmente, o como el mero capricho de la necesidad de una propuesta vigente para ambos –emisor y receptor–. Quizás en ello está lo más cercano a la libertad de la creatividad no sujeta a reglas apriorísticas que la condicionan. Mi práctica de esta tendencia comenzó en forma autodidacta y los conocimientos de sus orígenes –la escuela de arte postal norteamericana o el telegrama/obra de Marcel Duchamp, por ejemplo– lo fueron años después. La información arribó vía postal, como es habitual. A través de la distancia formalicé el anhelo de descubrir seres, objetos, pensamientos echados a volar, y fuera del contexto habitual del libro o de toda otra forma conocida. Recibir el testimonio de un instante no comparado, no poderla certificar con certeza, boyar entre la realidad y la ficción, compartir utopías, obras en proyecto, son recortes que unidos nos revelan una presencia corporal definida en base al entendimiento personal sin pretender ‘armar’ el sujeto real que lo produce. Por fortuna, todos los días la comunicación–a-distancia en sus mensajes rescata la vitalidad de una realidad basada en los utópicos y mágicos.” (En el Espacio Ojo al País del Centro Cultural Borges, en Viamonte esquina San Martín, hasta el 10 de enero.)

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