Mar 08.07.2003

PLáSTICA  › ALFREDO HLITO (1923-93) EN EL CENTRO RECOLETA

Convicciones retrospectivas

Toda la sabiduría pictórica de uno los grandes artistas argentinos del siglo XX a través de cincuenta años de obra.

› Por Fabián Lebenglik

El Centro Cultural Recoleta inauguró una muestra retrospectiva del gran pintor argentino Alfredo Hlito (1923-1993), curada por Nelly Perazzo y Liliana Piñeiro, que abarca un período de casi medio siglo e incluye 106 pinturas y dibujos.
La actividad artística de Hlito comenzó en la década del cuarenta, cuando fue cofundador del grupo Arte Concreto-Invención en 1945, junto con Tomás Maldonado, Enio Iommi, Raúl Lozza, Lidy Pratti y Manuel Espinosa, entre otros.
El nombre del grupo, tomado del Konkret Kunst de Van Doesburg, Max Bill y Hans Arp, entablaba una fuerte disputa contra el arte figurativo y la abstracción lírica. Como casi toda vanguardia, la de Arte Concreto-Invención funcionaba en relación fuerte con la política. En el “Manifiesto invencionista”, publicado en la propia revista del grupo con motivo de la primera exposición, en el Salón Peuser de Buenos Aires, en 1946, decían: “La estética científica reemplazará a la milenaria estética especulativa e idealista. Las consideraciones en torno a la naturaleza de lo Bello han muerto por agotamiento. Se impone ahora la física de la belleza. No hay nada esotérico en el arte; los que se pretenden ‘iniciados’ son unos falsarios... Todo arte representativo ha sido abstracto. Sólo por un malentendido idealista se dio en llamar abstractas a las experiencias estéticas no representativas...La materia prima del arte representativo ha sido siempre la ilusión...Formidable espejismo del cual el hombre ha retornado siempre defraudado y debilitado...Practicamos la técnica alegre. Sólo las técnicas agotadas se nutren de la tristeza, del resentimiento y de la confidencia...(Estamos) contra la nefasta polilla existencialista o romántica. Contra los subpoetas de la pequeña llaga y del pequeño drama íntimo”...(Debemos) Exaltar la óptica”.
Muchos años después, el propio Hlito –quien además de pintar, escribió y teorizó sobre arte– explicaba, menos virulento, que “en los años ‘45, ‘46 quisimos hacer una transformación en la pintura argentina, basándonos en las corrientes que recién empezaban a conocerse, pertenecientes a países septentrionales. Es decir, se podría reivindicar que nosotros hemos incorporado a la Argentina una influencia artística. Queríamos emparentarnos con ese movimiento de transformación tan grande que hubo en Europa durante y después de la Primera Guerra Mundial: desde el cubismo hasta el suprematismo, asociado con la Bauhaus, en fin, todo lo que pertenece a las primeras décadas del siglo”.
Alfredo Hlito nació en Buenos Aires en 1923. A los trece años ingresó en la Escuela de Bellas Artes, pero la abandonó cuatro años después. A mediados de los años cincuenta integró el grupo de Artistas Modernos de la Argentina. En el ‘52 hizo un largo viaje a Europa y dos años después es invitado a participar en la Bienal de San Pablo, donde se presentaría nuevamente en 1961, 1975 y 1989.
En 1956 forma parte del envío a la Bienal de Venecia y entre 1963 y 1973 vivió en México, donde dirigió el Departamento de Diseño Gráfico de la Imprenta de la Universidad Nacional Autónoma de México, sin abandonar la pintura.
En 1983 es nombrado Miembro de Número de la Academia Nacional de Bellas Artes. En 1985 ganó el Premio Di Tella. Hizo pocas muestras a lo largo de su vida.
La poética geometría de Hlito es, al mismo tiempo, una teoría de la pintura, un modo de pensar el cuerpo y el plano, de organizar el espacio de la tela, de reflexionar sobre el funcionamiento del color, desde la perspectiva de la percepción, hasta el límite de dejar sus pentimenti –las huellas de las correcciones durante el proceso de ejecución y las grillas que subyacen a ciertos fondos tenues–. Desde un buscado ascetismo, su obra comenzó racionalizando la idea de movimiento y ritmo, de plano y color. La composición de las pinturas y los dibujos terminaba de completarse en el ojo y la cabeza del espectador.
En la última etapa, su personales “efigies” entraron en un estado de metamorfosis. Pasaron de ser un modo de pintar la idea del cuerpo genéricamente, para acercarse a una evocación antropomórfica.
Casi como si sus últimas efigies hubieran abierto una instancia teatral, dramática, que padeciera, en clave pictórica, los mismos conflictos que el hombre. La proverbial austeridad y contención de la obra de Hlito se vio conmovida en los últimos años por un sutil desborde, en el que las figuras se volvieron personajes.
Según escribe Tomás Maldonado en el catálogo, “la aportación teórica de Hlito al arte concreto argentino estriba, a mi juicio, en su actitud crítica (y a menudo autocrítica) respecto de algunos supuestos ubicados en la base del ideario de este movimiento. Tengo muy presentes, por ejemplo, sus cáusticas observaciones sobre la afanosa búsqueda, en muchos de nosotros y en él mismo, de un absoluto ascetismo formal. El temía que esta búsqueda podría, en última instancia, conducirnos a un nuevo manierismo estilístico. Una preocupación que, en algunos casos, se ha demostrado premonitoria.
“En general, su sardónico escepticismo, su siempre vigilante sentido del ridículo, servía de contrapeso a nuestra connatural preferencia por lo improbable y lo quimérico. Y cuando se exageraba más de la cuenta, era suficiente una de sus proverbiales (y temidas) carcajadas, para llamarnos a la realidad.”
Maldonado transcribe una carta que Hlito le había escrito desde París en 1954, contándole su visita a Vantongerloo: “Algo que resultó sorprendente para mí –decía Hlito– son los bocetos preliminares de sus cuadros. Me ha mostrado una gran cantidad de pequeños papeles donde están fijadas, con lápiz de color, las imágenes de sus cuadros más importantes, todo con una gran modestia y candidez, quiero decir, con una carencia absoluta de aparato verbal y técnico. Lo que hemos llamado tantas veces hipótesis de trabajo se ha transformado en Vantongerloo en un cierto tipo de convicción, pero de convicción sensible, para distinguirla de la convicción intelectual y de lo que habitualmente se llama visión de un artista”.
A su modo, aquella actitud que tanto lo impresionó, bien podría condensar la obra y la vida de Hlito –en sus propias palabras–: “convicción sensible”. (En el Centro Recoleta, Junín 1930, hasta el 24 de agosto.)

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