PLáSTICA
› ENERO FUE PARA EL OLVIDO EN SUPERMERCADOS Y SHOPPINGS
Sin changuito ni paseo de compras
La peor recesión de la historia va marcando indicadores de nivel de actividad horribles. El mes pasado, la construcción se derrumbó 44 por ciento, los supermercados despacharon 6,4 por ciento menos y los shoppings vendieron 40 por ciento menos que en el mismo mes del año pasado. Además, la producción está casi paralizada.
› Por Claudio Scaletta
Argentina atraviesa la peor recesión de su historia. La caída de la actividad de la construcción fue en enero del 44,2 por ciento. La industria se contrajo el 18 por ciento. Las ventas en los centros de compra se redujeron el 40,1 por ciento. En los supermercados, la caída de ventas a pesar de los aumentos de precios fue del 6,4 por ciento, cifra que se eleva al 8,2 por ciento en términos de volúmenes físicos. Y estas caídas interanuales se producen, además, contra niveles ya deprimidos. En todos los sectores, salvo escasas excepciones en materias primas, los niveles de producción equivalen a los de la década del ‘70. En este contexto, con una baja de la recaudación que en febrero puede superar el 25 por ciento, la única meta gubernamental parece ser consensuar un superajuste fiscal. Desde los organismos financieros internacionales, en tanto, se sigue supeditando cualquier ayuda a la aplicación previa de un plan “sustentable” (ver nota aparte). La receta es la misma que generó la insustentabilidad actual.
El programa parecía sencillo. Argentina tenía un problema de precios relativos que dificultaba la inserción de su producción en los mercados internacionales. Sus elevados costos, además, desalentaban las inversiones productivas. Por eso, era necesario terminar con la especulación financiera en favor de un modelo que cuyo centro sería la producción. Agotada la convertibilidad por la fuga de capitales y la desaparición del crédito externo, la solución fue una devaluación que terminó siendo improvisada y que superó las expectativas más pesimistas. Los “productivos” aprovecharon para licuar pasivos y se quedaron a la espera de los efectos positivos del nuevo tipo de cambio.
Pero la realidad parece construirse a contrapelo de las predicciones gubernamentales. Los efectos positivos ni siquiera se insinúan. Hasta ahora, las únicas consecuencias concretas de la devaluación fueron la transferencia de ingresos en favor de algunos grupos exportadores y una fortísima contracción del consumo.
Mientras esto sucede con la demanda, el aparato productivo da muestras de que el problema no pasaba sólo por los precios relativos. La creciente dependencia de insumos importados de la mayor parte de la producción local generó que, dado el encarecimiento de las compras en el exterior (y de las restricciones para dichas adquisiciones emergentes del default) se haya produciendo un estancamiento productivo también en aquellos sectores que podrían aprovechar las “ventajas competitivas” inherentes a la devaluación. Un caso paradigmático lo representan los vinos finos, cuya producción se encuentra semiparalizada por las dificultades para importar corchos desde Portugal. Aunque este es sólo un ejemplo, se repite en toda la cadena productiva.
En paralelo, la devaluación y al corralito financiero significaron de hecho la desaparición del crédito, el absoluto parate de las inversiones internas –a las que se sumaron las extranjeras por el default– y la ruptura de la cadena de pagos. En la conducción económica, en tanto, no abundan convicciones. Frente al sucesivo fracaso de todas las predicciones se llegó hablar hasta de una nueva convertibilidad. Incluso el pronóstico de que la recesión evitaría los temidos aumentos de precios quedó superado por la realidad de mercados oligopólicos, donde los acuerdos entre unas pocas grandes empresas bastaron para la determinación de precios sectoriales. Sucesivamente todos los sectores remarcaron, sea porque producen commodities, porque tienen insumos importados o porque sí. Así sucedió, con medicamentos, combustibles y alimentos, entre otros productos. En el actual escenario, los aumentos pueden haber limitado pérdidas empresarias, pero profundizaron la caída del salario real y, por lo tanto, de la demanda global hasta los deprimidos niveles citados. Para el Estado, la consecuencia inmediata es una caída record en la recaudación que agudizará los problemas de legitimidad política para más ajuste. Pero si el Estado no consigue los fondos necesarios, se verá entonces obligado a cubrir gastos con emisión. La percepción de los actores económicos de esta realidad retroalimentará la fuga de excedentes hacia el dólar. En este punto, tampoco se verificó la predicción de una mayor afluencia de divisas por exportaciones (que mantendrían a raya la cotización del dólar), sea porque las ventas al exterior se ven dificultadas por la ausencia del crédito emergente del default, o simplemente porque los exportadores no las liquidan en el mercado doméstico.
En síntesis: La producción está paralizada por falta de insumos, está rota la cadena de pagos, el crédito desapareció junto con la inversión, la pronunciada caída del salario real contrajo la demanda a niveles record, en muchos sectores no hay precios de referencia y existen fuertes presiones inflacionarias, tanto por mercados cartelizados como por la posibilidad de monetización del déficit. Es claro que el problema de la economía no se resolverá a la manera de los ajustes tradicionales, vía precios y algunas quiebras. La economía argentina se encuentra frente a una situación de colapso productivo que amenaza con desestructurar su organización social.
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