Lun 11.03.2002

PLáSTICA  › AMOS OZ, NOVELISTA, CUENTISTA Y ENSAYISTA ISRAELI

Sobre la justicia

Candidato al Nobel, sutil explorador de las relaciones de familia, ensayista lúcido e incómodo, Oz es una de las voces más respetadas de Medio Oriente. Aunque se niega a hablar como un político
del conflicto árabe-israelí, esa guerra planea sobre su obra y sobre este diálogo.

Por Andrew Graham-Yooll

–En las regiones de conflicto siempre se les requiere a los escritores que opinen sobre una variedad de aspectos de la política. Esto sucedió en América latina y también en los Balcanes. ¿Por qué a los escritores y no a los químicos o biólogos?
–A eso le diría, en primer lugar, ¿por qué no consultar a los químicos, biólogos, chóferes de taxi y técnicos de aire acondicionado, por la relevancia e influencia de cada gremio en nuestras vidas? Cada uno tiene diferente forma de sabiduría. Por lo tanto, el comentario sería, ¿y por qué no los escritores también? Pero a esto agrego, los hombres y mujeres que hacen uso de las palabras como profesión, esa gente que se levanta a la mañana y de inmediato comienza a lamentar el mal uso de los adjetivos, la puntuación y los giros, esa gente tiene el oído puesto en ciertas distorsiones del lenguaje. Y yo creo que todos los horrores del mundo siempre han comenzado por la distorsión del lenguaje. Pienso que en cualquier lugar donde hay gente a la que se les denomina parásitos, o individuos inútiles, como fueron llamados algunos en tiempos de los nazis o del estalinismo, es solamente una cuestión de tiempo antes que esos parásitos o insectos sean enviados al exterminio. Por lo tanto quizás los escritores tengan el oído afinado como para detectar a tiempo los síndromes de degeneración. Es por eso que los escritores están equipados para servir como un detector de humo o como alarmas contra incendio del idioma.
–En su último libro, El mismo mar...
–Bueno, ése no es el último, hay otro que está por aparecer en Jerusalén. El título es Una historia de amor y oscuridad.
–Bien, pero en el que yo conozco como su último, El mismo mar, usted dice, o por lo menos transmite la idea, que la escritura es un acto político. Pero también parece expresar cierta tristeza de que sea así, como si deseara la privacidad que se le niega a un escritor conocido. ¿No hay una contradicción ahí? ¿O le parece que los dos sentidos se acomodan?
–Yo digo que la escritura es una acción meta política, no política, pero metapolítica. Porque muchas veces es política sólo en el sentido más amplio de la palabra, muy amplio. Casi toda la escritura que admiro como lector es metapolítica más que política. Yo no escribo manifiestos. Cuando los escribo los incorporo a mis ensayos y artículos, para decirle al gobierno que se vaya al Infierno. Nunca siguen mi consejo, por alguna razón. Pero ahí les digo que se vayan al diablo. Pero no escribo una novela o un cuento para decirle al gobierno que se vaya al Infierno o para decirle a la gente cómo votar. Yo escribo sobre cosas muy privadas. Si tengo que decir en una palabra sobre que escribo, diría que “familias”. Y si me dan dos palabras, de “familias infelices”. No sé si esto tiene ecos de lo privado, o público o político. No se si entiendo la diferencia. Ni siquiera sé si la diferencia es útil para el caso.
–Sus relatos parecen situados en el o en un desierto... ¿Es esto un producto de su propio medio ambiente, o del ambiente que utiliza como sensación de ser (como en los relatos de la campiña de Ivan Turgenev, por ejemplo)? Se me ocurre que esto sucede en la novela Un descanso verdadero, donde, si leo bien, usted usa el fondo de la novela rusa, con el elemento político implícito, en el contexto de un horizonte desierto...
–La idea de una comparación de desierto y planicie como en Turgenev es interesante. Mis novelas se sitúan en Jerusalén y Tel Aviv, en un kibbutz imaginario, en desiertos y diferentes lugares de Israel. Creo que la comparación con Turgenev es válida en cierto aspecto: en el paisaje como estado de humor y en que soy escritor de exteriores. Mis novelas transcurren casi siempre fuera de la casa. Quizás en el desierto, en la calle o cerca del océano, pero siempre en lugares fuera de las casas.
–Bueno, entonces ¿cuánto del medio ambiente de la novela rusa se transfiere a, o se incorpora en la literatura de Israel en la actualidad?
–Contesto en cuanto a mí, pero puede ser extensible. Reconozco que hay muchos genes rusos en mi escritura. Mis dos padres vinieron a Israel de Rusia y de Ucrania, por lo tanto aunque no hablo ruso supongo que la genética rusa penetra mi creatividad. Y eso debe ser válido para otros aquí.
–No me considero muy conocedor de la literatura de los escritores palestinos. Tuve en Emile Habibi (1922-96) un escritor amigo que admiré y de quien aprendí mucho, pero al morir el en Nazareth me desconecté. Digo esto como disculpa de mi ignorancia. He estado leyendo ensayos de Edward Said (1935), varios ensayos en el London Review of Books acerca del futuro de Palestina. Lo que me interesa de eso es si hay contactos, puentes, entre los literatos israelíes y palestinos en el medio de la crisis.
–A todos nos entristeció la muerte de Habibi, fue un gran hombre, en una época el único miembro palestino y comunista de la Knesset, el Parlamento israelí. No sé cuáles son los ensayos de Said a que se refiere, porque ha escrito mucho sobre el tema. Pero más allá de ese hombre, de lo que piensa Said, yo intento construir puentes personales y políticos, y no siempre son lazos literarios, porque estamos hablando de dos tradiciones muy diferentes, dos religiones con historias diferentes, y dos historias muy distintas. Esto no es una situación de dos etnias que viven en el mismo país, estamos viviendo más bien un conflicto internacional entre dos estados vecinos. Pero los puentes se construyen a nivel personal y político todo el tiempo. Estoy en contacto inmediato y constante con escritores palestinos que escriben en árabe...
–Debe ser difícil en estos tiempos, ¿o se puede mantener abierta la puerta?
–Mire, no es tanto cuestión de abrir puertas porque no es fácil pasar por ellas. Es difícil viajar a algunos puntos de Palestina en este momento. Pero hablamos por teléfono, al fin y al cabo compartimos el mismo sistema telefónico. Arat, donde yo vivo, y Gaza tienen el mismo código de área. Por lo tanto, hablamos, con mucha frecuencia.
–¿Qué forma toma el acto de creación literaria en un conflicto que se intensifica? ¿Su propia producción y estilo, cambian bajo influencia de los hechos? Interesa saber qué efecto tienen los grandes cambios sobre la vida cotidiana, y cómo alterna los pequeños hechos de cada día...
–Yo nací dentro de este conflicto, por lo tanto soy parte de él. No puedo decir cómo me afectan los cambios porque nunca he conocido una forma de vida en mi país que no sea la de crisis y conflicto. En este sentido, mi producción puede tener algo en común con ciertos escritores de la tradición latinoamericana. Vivimos en la crisis perpetua, bajo la amenaza continua de la catástrofe, siempre en las sombras interminables. Hay que considerar que esto puede ser simplemente una intensificación de la versión de la condición humana en general. Por lo tanto no tengo nada con qué comparar. No puedo decir cómo sería escribir al estilo de un novelista de Islandia que puede crear en una paz asegurada y lejos de todos los conflictos de envergadura. He alcanzado un equilibrio difícil conmigo mismo. Cada vez que siento que estoy cien por ciento de acuerdo con lo que pienso, no escribo un cuento, redacto un artículo furioso diciendo al gobierno que lo parta un rayo. Pero cuando escucho en mi más de una voz, cuando alcanzo una medida de desacuerdo con mi mismo, cuando mi estado de ánimo no es el de un signo de exclamación pero más bien de una presentación gradual, ahí sé que quizás esté embarazado de un cuento o una novela que tengo que parir. En mi escritorio tengo dos lapiceras, son dos biromes baratas que tengo que cambiar cada diez días aproximadamente, pero tengo dos. Una lapicera es para los artículos políticos desorbitados, indignados, la otra es para escribir un cuento. Son mañas, pero me ayudansiempre a recordar que las dos cosas no son el mismo negocio y no deben ser mezcladas. Es un equilibrio doloroso por que es permanente. De todas maneras, con cada lapicera me condeno a mi mismo. Me siento culpable en el uso de la lapicera política porque ahí está el creador de cierto nivel emitiendo manifiestos con signos de exclamación. Y luego me siento culpable cuando uso la otra lapicera porque hay gente que se está matando y yo me hallo distante escribiendo sobre la ambivalencia de una relación amor odio entre una abuela y una nuera. De ambas formas hay sensación de culpa por lo que no se hace. Hay que recordar que la culpa es una invención original de los judíos en Jerusalén. Luego, la sensación de culpa fue distribuida con éxito por todo el globo por los cristianos. Ellos la comercializaron bajo licencia. Pero como judío no me siento muy satisfecho con que la Culpa fuera un invento de los judíos. Bueno, ya hemos tratado la invención de la Culpa, ahora a ver si podemos disfrutar del resto de la tarde.
–El escritor israelí David Grossman representa una corriente de opinión que apoya claramente a la democracia en la política de Israel. Usted, por otra parte, ha escrito que no representa a nadie más que a sí mismo y que se siente, simplemente, pro Paz. Pero la paz y la democracia tienen que ser objetivos coincidentes.
–Yo sólo me represento a mí mismo en días de suerte, pero aun así es difícil aquí. Todavía soy parte del Movimiento por la Paz, pero no me siento representante de un grupo. Grossman y yo nos sentimos muy cerca, pero hay veces que discutimos en torno de ciertas perspectivas, si bien en los temas generales estamos cerca. Compartimos las mismas convicciones políticas básicas. Por lo tanto, si usted nos estima a los dos, como dice, va a tener un problema cuando discutimos.
–Edward Said ha descripto a Yasser Arafat como un dirigente superado, un hombre que le ha fallado a su pueblo. Por otra parte, el primer ministro Ariel Sharon es visto por Said como perteneciente al pasado violento de la formación de un Estado. ¿Dónde coloca usted a Said en el contexto de dos naciones?
–No leí esa expresión de Said, pero también la escribí yo hace un par de años. Para mí Arafat y Sharon son dos personajes de igual persuasión. Ambos son fanáticos. Cada uno a su manera son hombres guerreros, no son políticos de la paz. Su parecido les debió haber producido una composición química, pero pensándolo bien no veo química posible entre dos tipos negativos. Es una mezcla química como para provocar una reacción en cadena.
–Usted ha dicho que hay una cierta inevitabilidad en la creación de dos Estados. ¿Cómo cree que tomarán forma y aventuraría usted un calendario?
–Creo que el país va a tener que ser dividido a lo largo de una demarcación basada a grandes rasgos en la realidad demográfica de dos Estados vecinos. Esto se puede llamar en términos de la construcción como un PH. Una unidad con dos familias. Aun cuando los dos vecinos no estén contentos, será para bien que dejen de matarse y morir por las líneas que se podrían trazar, y que puedan convivir en la misma propiedad compartida. Esto no tiene nada que ver con una repentina luna de miel entre el judío israelí y el árabe palestino. Esto representa la búsqueda de una forma de supervivencia, como dejar de matar y de morir. Aquí no se trata de un final feliz. La felicidad pertenece a otra opera. Aquí estamos hablando de supervivencia, no de si vamos a estar contentos con el resultado.
–La publicación Times Literary Supplement, de Londres, escribió el año pasado que usted es candidato al Premio Nobel de Literatura. Ese es un premio político. ¿Se considera como candidato al premio?
–El artículo lo leí, pero no tengo idea. Si alguna vez recibo ese premio, estaré muy contento, pero no voy a morirme por no tenerlo, o ser un hombre infeliz si no me lo dan.
–Usted es profesor en una universidad en el desierto...
–Sí, y no es tan pequeña como uno se imagina al describirla así. Tiene cerca de 20.000 estudiantes, y con cierta rapidez se está convirtiendo en una de las grandes universidades de Israel. Es la Universidad Ben Gurión en Bersheva, con extensiones en algunas zonas del desierto. Escribo cuando no enseño, y enseño cuando no escribo. Ocupo un cargo de medio tiempo en una cátedra de dedicación plena, que puede ser entendido como una descripción oximorónica. En la práctica significa que sólo enseño en el segundo semestre de cada año. Viajo únicamente cuando un editor aplica presiones irresistibles para que salga a promocionar alguna novela en una edición en traducción extranjera. Es una lucha de siempre. Yo prefiero quedarme en Israel donde tengo bastante que hacer. Prefiero permanecer en mi escritorio o meterme en el escenario político. Mi nuevo libro se publicará en Jerusalén. Cada uno de mis libros se publica primero en hebreo en Israel. Soy un escritor en idioma hebreo, no soy un escritor internacional. Con el tiempo mis libros viajan a otros idiomas, pero por lo general tardan un par de años. Todos mis libros comienza su vida aquí en Israel y luego llegan al francés, alemán, castellano o a los Estados Unidos. Mi próxima novela en castellano será El mismo mar, que se editará en España. Pero mejor va a ser no confundir a los lectores en Buenos Aires. Hay un nuevo libro en castellano, en la imprenta, que es una traducción. Y hay un nuevo libro que es nuevo, pero que no es el que está en castellano, que se edita en hebreo en Jerusalén. Oiga, qué bueno volver a conversar. Cuídese, cuidémonos.

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