Mar 30.03.2004

PLáSTICA  › RETROSPECTIVA DE ANDRE MASSON (1896-1987)

Un pionero del Surrealismo

Una retrospectiva en Madrid presenta la obra de un artista clave y poco conocido, pionero del Surrealismo y del Expresionismo abstracto.

› Por Fabián Lebenglik

André Masson fue uno de los más importantes y al mismo tiempo tal vez el menos conocido de los pintores surrealistas. La enorme importancia de la exposición que se presenta en estos días en el Museo Reina Sofía es que se trata de la primera retrospectiva que se le dedica a Masson en los últimos 27 años. En vida del pintor (nacido en 1896 y muerto en 1987), el Museo de Arte Moderno de Nueva York había organizado una muestra antológica en 1976, que finalizó su recorrido en el Museo de Arte Moderno, Gran Palais, de París, al año siguiente. La exposición actual reúne unas 130 obras que provienen de varios museos y colecciones de Europa y Estados Unidos.
Masson fue un surrealista rebelde cuya obra anticipó varias de las claves que posteriormente funcionarían como ejes de la tendencia. Los historiadores del arte lo toman como una de las principales figuras del Surrealismo aunque al mismo tiempo sea uno de los menos conocidos,
Según su amigo Georges Bataille –alguno de cuyos textos fueron ilustrados por el pintor–, André Masson fue “el viejo enemigo interno del Surrealismo”, porque durante dos décadas de idas y vueltas el artista tuvo largas discusiones estéticas, políticas y personales con los surrealistas. Se había enrolado en la vanguardia bretoniana luego de que los surrealistas tomaran contacto con su pintura –surrealista avant la lettre– a partir de la primera exposición individual de Masson, en 1924. A pesar de su amistad con Breton, Miró y Max Ernst, entre otros, las divergencias fueron continuas y profundas y terminó por romper definitivamente con los surrealistas en 1943.
André Masson, también escritor, estableció un entramado con la literatura y los escritores durante toda su vida, no sólo con Bataille, sino además con Michel Leiris y Antonin Artaud –quien también fue pintor, especialmente en sus años de internación psiquiátrica–.
La obra pictórica de Masson también tuvo cercanía con el psicoanálisis, a lo que debe agregarse el dato de su familiaridad Jacques Lacan, su cuñado.
Se formó en la Academia Real de Bellas Artes de Bruselas y en la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes de París. En 1922 se asoció con el célebre marchand D. H. Kahnweiler, quien manejó su obra durante una década. Hizo su primera exposición apoyado por él en 1924 y allí fue captado inmediatamente por los surrealistas. Sus pinturas entonces se basaban en el automatismo y pintaba también con arena, sobre la que vertía sus pigmentos. Desde aquellos inicios su obra oscilaba entre el erotismo y la violencia, y técnicamente comenzó a utilizar algunas de las soluciones formales del cubismo analítico.
Participó de la primera exposición surrealista en 1925 en la Galería Pierre de París y sus trabajos eran publicados en la revista del movimiento, La revolución surrealista.
En el ‘27 conoció a Giacometti y realizó su primera escultura, algunas de aquellas extrañas piezas escultóricas se exhiben en la muestra, incluida una de gran tamaño, que fue moldeada luego de la muerte del artista.
Desde 1933, cuando comenzó a hacer escenografías y vestuarios para los Ballets Russes, Masson también se dedicó al trajo escenográfico para obras de teatro, óperas y ballets.
Entre 1934 y 1936 vivió en España y, como es lógico, el Reina Sofía también da cuenta de esta etapa (a la cual le dedica una sala), en la que la pintura de Masson se españolizó: realizó, por ejemplo, algunas tauromaquias.
La exposición está armada como un recorrido cronológico y continúa con el exilio norteamericano del artista, que se escapó de la Segunda Guerra. En Estados Unidos se interesó por la cultura negra norteamericana y por los mitos afronorteamericanos y nativos. A Masson se lo considera un pionero del expresionismo abstracto, cuya etapa norteamericana resultó decisiva para la configuración de la obra de Jakson Pollock.
Luego volvió a Francia donde en 1950 publica sus textos reunidos (Plaisir de peindre). En 1965, por iniciativa de André Malraux y JeanLouis Barrault, pintó el cielo raso del Teatro Odeon, de París. Entre la gran cantidad de muestras (más allá de las que hizo en Francia), participó de las tres primeras Documenta, en 1955, 1959 y 1964.
La obra de Masson, aunque inclasificable, tiene la característica de visitar varios mundos al mismo tiempo. Desde la perspectiva técnica y compositiva, pasó por el automatismo, que él practicaba antes de conocer a los surrealistas; por el cubismo analítico, el expresionismo y el informalismo. Por vía del pensamiento zen y la cultura oriental llegó a la abstracción. Desde el punto de vista temático, la naturaleza es continuamente evocada a lo largo de gran parte de su obra. La guerra también es un tema que lo obsesionó: había estado en el frente –donde resultó gravemente herido– en la Primera Guerra y eso lo marcó de manera definitiva. El tema de la violencia, la pulsión de muerte y cierta formulación caótica atraviesan su obra.
El color en las telas de Masson es deslumbrante y su pintura puede pensarse como un continuo magmático entre forma y color, de modo que se constituye como una corriente pasional generada en el interior de la pintura, al que somete a múltiples transformaciones.
“Todo fluye”, decía Heráclito –uno de los filósofos preferidos de Masson, junto con Nietzsche–, y ese fluir es la corriente que alimenta conceptualmente toda la producción del pintor. Podría pensarse que la pintura de Masson consigue formular la estructura del caos, como si a partir de ese germen de estructuración, lo caótico comenzara a dejar de serlo, por haber sido atrapado in fraganti. Esas corrientes de forma y color proponen un movimiento continuo, un flujo de transformaciones y metamorfosis, como el deseo que se muerde que la cola, que busca un objeto y cuando está por atraparlo cambia de rumbo y de sentido. Esa direccionalidad múltiple –ciertamente torrentosa– resulta atrapante para el espectador, por la pura y desbordante indeterminación. En varias obras el artista toma el mito de Minotauro para simbolizar la fuerza de la irracionalidad y su condición laberíntica (en este sentido, el laberinto es un motivo recurrente de sus cuadros).
Por momentos su pintura se puede ver como un recorrido por algunos de los de tópicos, relaciones y descubrimientos de la teoría psicoanalítica.
Cuando Lacan compró el pequeño y celebérrimo cuadro de Courbet El origen del mundo, le encargó a su cuñado Masson que pintara un cuadro del mismo tamaño para que oficiara de tapa y tablero, de modo que la nueva obra escondiera (pero al mismo tiempo evidenciara) a la otra. Masson entonces decidió seguir, al modo de una réplica –pasada por su estilo extraño e inconfundible– el camino de las líneas trazadas por Courbet: las de la ingle y el triángulo del pubis femenino, luego las que conforman las piernas, las líneas ascendentes y con ellas construyó un paisaje sintético que al mismo tiempo oculta y descubre El origen del mundo.
En la muestra del Reina Sofía –curada por Josefina Alix, con la colaboración del hijo y la viuda del pintor–, esta escena está montada escenográficamente, con mucha delicadeza e inteligencia, dado que el cuadro de Masson inspirado en Courbet está colgado sobre una falsa pared entelada, que en períodos regulares se transparenta porque se enciende una luz por detrás de la falsa pared, de modo que la tela se vuelve traslúcida. Así, el cuadro de Courbet (en una reproducción) se hace visible, exactamente un metro detrás del cuadro de Masson. En este punto, de un modo teatral, mientras se escenifica una situación como la que sesupone se daba en la casa de Lacan, la relación Masson-Courbet es semejante a la de la carta robada de Poe: muchas veces el mejor modo de ocultar algo es ponerlo a la vista

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