Mar 29.03.2005

PLáSTICA  › “FLORES DEL JARDIN”, ARTISTAS EMERGENTES Y HOMENAJE

Artes visuales desde el jardín

Una muestra de veinte artistas emergentes tucumanos en el Museo de Bellas Artes Timoteo Navarro pone en foco la interesante producción visual reciente en esa provincia.

Por Jorge Figueroa *
Desde Tucuman

El único modo de proponer una denominación es aceptar la fatalidad de su insuficiencia; si urge abandonar palabras como contemporáneo (término bastardeado por la moda impuesta por el mercado y, además, porque registra tiempos y producciones diferentes), la conceptualización de lo emergente debe, necesariamente, entenderse como una estrategia, por un lado, y como un verdadero work in progress.
Partiendo desde la propia definición del Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española, la producción artística emergente bien puede entenderse como un accidente, si éste es un suceso que altera el orden regular de las cosas, una indisposición o enfermedad que sobreviene repentinamente, un síntoma grave. Y por su propia naturaleza, lo emergente deberá pensarse como un principio, que no necesariamente debe completarse o desarrollarse; un principio y por tanto un proceso inestable y volátil, siempre sujeto a cambios. ¿Arte indispuesto? ¿Arte accidental? ¿Arte enfermo? ¿Síntoma?
Flores del jardín, producción artística emergente, es una exposición de más de una veintena de artistas tucumanos que se inauguró en el Museo de Bellas Artes Timoteo Navarro.
En conjunto, la escena fotográfica trabaja sobre tres preocupaciones: en las obras de Flavia Romano, de Natalia Lipovetzky y de Javier Soria Vázquez está involucrada la acción de los propios artistas, aunque sólo en el caso de Romano aparece clara la noción de fotoperformance. En Lipovetzky y Soria Vázquez, la imagen (una esquina o una vereda) está registrada y multiplicada en pequeños cuadros horizontales realizados en tiempos distintos (a veces, con diferencias de segundos), organizados a modo de relato. Carolina Lescano cuenta un día de trabajo de una drag queen, y en la instalación de Javier Juárez los rostros de la frontera argentino-boliviana y los fetiches artesanales plantean un cuadro de situación y un claro posicionamiento. Sebastián Rosso interviene digitalmente una fotografía de catálogo médico y Martín Zevi buscará un ángulo vertical para tomar un personaje y su propia sombra. Emilse Neme indaga a través de rayos X imágenes fotográficas, en un complejo proceso que le permite incrustar su huella en las propias placas. Marisa Rossini, en uno de sus trabajos, reproduce a través de una fotografía editada digitalmente el salón de la jura de la Independencia y, en superposición -aunque en un plano distinto–, los patriotas apenas contorneados.
En una proyección sobre la pared del video animado de Alejandro Gómez Tolosa desfilan nefastos personajes del poder: Bussi aparecerá como Hitler y la Casa de Gobierno como el bunker del Holocausto y del genocidio; en la profusa superposición de imágenes crecen flores de extrañas formas, tal vez aquellas que únicamente puedan hacerlo en un jardín profano.
Pinturas: aunque las pinturas no proliferan en Flores del jardín, una tela cruda de grandes dimensiones con tres círculos rojos impacta en uno de los espacios centrales de la sala mayor del museo: Ricardo Fatalini parece enseñar que lo pictórico es la cualidad de la pintura, y aunque parezca paradójico, el neominimalismo admite el gesto de un lienzo tratado “improlijamente”. En el neopop de Rosalba Mirabella, un personaje entrelaza una historia urbana entre parques y jardines tropicales; y en el mapa del Jardín de la República de Virginia Vitar se cuela el pasado de la dictadura, cuando ostentosamente declaró a Tucumán “sepulcro de la subversión”. El neoexpresionismo de Martín Guiot señala otra de las líneas de trabajo de los artistas tucumanos, así como las obras de Alejandro Contreras Moiraghi con sus “tipitos” que sobresalen y desbordan la tela, y se ubican entre la pintura y el objeto; su condición de estar “entre” es la posibilidad de su propia existencia; estas extrañas figuras oscilan de la realidad a la ficción, y de ésta a aquella. Mirada a dos puntas: la instalación de Carlota Beltrame es otro de los puntos altos de la exposición. Sobre una pared blanca hay trece pequeñas luces ubicadas a escala humana, distribuidas en un plano horizontal; cuando el espectador se aproxima advierte que los foquitos están recubiertos por una fina capa de vidrio que tiene la forma del mapa de la provincia, de una dimensión no más de cinco centímetros. Beltrame insiste en la representación figurativa del mapa, ya que en otras instalaciones, con la técnica de la randa, había ubicado los departamentos en que se divide políticamente Tucumán.
En las mencionadas obras como la de Beltrame, Gómez Tolosa, Rossini, Vitar y Javier Juárez se observa una decisiva toma de posición, y una sensibilidad social particular, en la que se disparan interrogantes sobre la propia identidad.
Una ropa inútil: Pablo Guiot realiza una presentación que apunta y dispara en diversos sentidos: un minúsculo petardo en el que está pintado su rostro inquieta y provoca; a su lado instala en toda una pared decenas de post-it celestes donde hay lágrimas dibujadas; y a unos metros, un extraño artefacto diseñado por el artista genera automáticamente líneas en su caída que marcan el pulso a modo de un electrocardiograma.
Alejandra Mizrahi diseña una extraña indumentaria: vestidos o remeras que tienen la peculiaridad de que no sirven para el cuerpo humano. Obscenamente, postula la inutilidad y parodia la moda (¿no es lo fashion, acaso, una ropa difícilmente utilizable?); como tal, subvierte los códigos en uso, pero deja de ser un signo que comunica, desde que establece un lenguaje que interviene en otro lenguaje (como si la sintaxis se hubiera suspendido, o al menos interrumpido).
En otra de las salas, Rolando Juárez expone objetos animados: de construcción irregular, semejan formas fractales y evocan meteoritos con vida propia; pueden moverse e iluminarse. Juárez ambienta la sala con la luz de sus objetos y permite una lectura en la que lo ornamental toma distancia de la frivolidad o del mero adorno.
Finalmente, Luciana Guiot, sobre una superficie plana, construye con franjas de vidrio distintos niveles de lo que parece, por un lado, un laberinto, y por el otro, una ciudad artificial diminuta en altura, en la que, misteriosamente, el único objeto identificable es el dibujo de una pequeña silla.
Operación del injerto: el lenguaje es un virus inseminado que corroe y se disemina como el ácido. Hay términos-injertos que están en la producción emergente: han penetrado el texto artístico en todo su espesor, pero igualmente han sido atravesados por las obras y no permanecen incólumes. Porque la operación del injerto modifica el territorio (el objeto) donde es implantado, pero también es transformado por éste.
Si en el arte contemporáneo la intertextualidad es la posibilidad de su propia existencia, en la emergencia hay dos operaciones que están registradas en la escritura: el saqueo y la apropiación. La apropiación toma lo ajeno con libertad, con determinada irresponsabilidad, debe decirse; y el saqueo es un apoderamiento violento.
Por estas marcas es que, precisamente, la producción artística emergente no tiene salida de emergencia. (Hasta el jueves 31, en el Museo de Bellas Artes Timoteo Navarro, de Tucumán.)
* Curador de la exposición.
Crítico de arte y profesor
de Estética en la Universidad Nacional de Tucumán.

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