PLáSTICA › EL DOLAR CERRO EN SU PRIMER DIA DE COTIZACION LIBRE A 1,70/1,75
El peso pudo pasar de pie el primer round
La cantidad de pequeños vendedores que fueron a cambiar sus dólares por pesos sorprendió a quienes temían un aluvión de público en busca de divisas. El Banco Central no necesitó intervenir, pero el elevado margen de las casas de cambio mantuvo alta la cotización. El Gobierno respiró aliviado.
Por Claudio Zlotnik
La olla se destapó y, contra lo que muchos esperaban después de más de una década de convertibilidad, los resultados no fueron tan malos. En su debut, el dólar libre cotizó a 1,70/1,75 peso, lo que implica una devaluación de entre 41 y 42,8 por ciento respecto de la paridad uno a uno que ya quedó en la historia. La diferencia de entre 30 y 35 centavos en comparación con el tipo de cambio de 1,40 oficial hizo que, al cierre de los negocios en la city porteña, los funcionarios del Gobierno respiraran aliviados. “Fue un comportamiento razonable”, expresó el viceministro Jorge Todesca. El Banco Central no habría intervenido en el mercado. Si bien el dólar quedó en los márgenes previstos y, al menos por ahora, no se sumó a la lista negra que el Gobierno debe solucionar, el Fondo Monetario se encargó de ensombrecer el panorama. Anne Krueger, número dos del organismo, aseguró que “no existen” las condiciones para que la Argentina reciba auxilio financiero.
Contra algunas especulaciones, no hubo una corrida para comprar dólares. Más bien, en el microcentro porteño fueron más las personas que se acercaron a las casas de cambio para vender sus dólares que aquellas que concurrieron para cambiar sus pesos por divisas. Esta conducta dejó al descubierto lo sucedido hace algunas semanas, cuando seguía el uno a uno pero las circunstancias hacían prever que esa regla se quebraría en lo inmediato y hubo fuertes compras de dólares. Tras la devaluación y la reapertura del mercado de cambio, mucha gente se vio obligada a deshacerse de sus dólares para poder cumplir con sus obligaciones cotidianas.
Frente a este escenario, las casas de cambio hicieron un buen negocio. Quienes vendieron dólares, recibieron entre 1,40 y 1,50 peso. Pero aquellos que compraron, pagaron entre 1,70 y 1,75, aunque en algunas agencias el precio llegó a 1,80. En diversos locales dijeron a Página/12 que entre el 60 y el 70 por ciento del público que se acercó a las casas de cambio fue para vender dólares.
El corralito bancario fue el cepo para que no haya una corrida contra el peso. Mucho más ayer, después de las duras restricciones impuestas por el Banco Central. Paradójicamente, el instrumento que provoca irritación y moviliza a la población es a la vez el freno a una desvalorización mucho más importante del peso. Sin efectivo en la mano, el público se vio impedido de comprar dólares. La escasez de la demanda impidió un salto mayor del dólar. El tema abrió una fuerte discusión en el seno del Gobierno. Los funcionarios del ala política están reclamando a viva voz una flexibilización del corralito –devenido en corralón– para darle algo de impulso a la actividad económica. Desde las áreas técnicas, por el contrario, buscan impedir que cualquier liberación de dinero se dirija directamente a la compra de dólares. Suena razonable: en medio de la desconfianza por la marcha económica y el quiebre de las reglas de juego en el sistema financiero, lo más probable es que si aparecen pesos, éstos se cambien rápidamente por dólares, presionando la cotización de la moneda estadounidense.
La suerte que corra el tipo de cambio en los próximos días depende en gran parte de lo que vaya a ocurrir con el corralito. Bajo la suposición de que las condiciones no varíen demasiado, es muy probable que suceda así, en la city creen que la cotización del dólar se mantendrá en torno de los valores de ayer. Sin embargo, aun en caso de darse esta suerte de estabilidad cambiaria, los financistas se muestran pesimistas.
La principal objeción radica en que la diferencia de 30 a 35 centavos entre el tipo de cambio libre y el oficial podría ser combustible de un brote inflacionario. Precisamente, buena parte del éxito del plan de Eduardo Duhalde se juega en lo que vaya a ocurrir con los precios. En un contexto de depresión económica, condimentada con cacerolazos enfurecidos por la confiscación de los depósitos, un aumento generalizado de precios provocaría no sólo un desbalance económico con consecuencias imprevisibles sino también el agravamiento de la cuestión social.
En este contexto, tanto en los bancos extranjeros como en las principales empresas creen que la Argentina transita una transición hacia otro estado de cosas: la libre flotación del tipo de cambio o la dolarización. Y que cuanto más se extienda la incertidumbre, se amplían las chances de una dolarización. Al menos, a eso parecen estar jugando los grupos de poder económico que presionan al Gobierno para no ser ellos quienes terminen pagando los costos de la devaluación, con Carlos Menem como su vocero favorito.
Mientras tanto, desde el Fondo Monetario no dejan espacio para la duda. “El doble tipo de cambio (uno oficial y otro libre) no es sostenible a largo plazo”, remarcó Anne Krueger. Explicó que el tipo de cambio dual “requiere distintos mecanismos de control que son muy difíciles de implementar y son contradictorios con el crecimiento saludable de cualquier economía”. Por último, desde Washington, la subdirectora del FMI expuso que antes de recibir ayuda financiera, “primero la Argentina debe poner en marcha un programa económico concreto. No han avanzado lo suficiente”.
Bajo el áspero ruido de las cacerolas y la incertidumbre total sobre el futuro inmediato, la Argentina parece estar sometida a soluciones drásticas impuestas por uno u otro sector de poder. Hasta ahora, el Gobierno y la conducción económica no han tenido oportunidad de postular un plan económico propio, sino apenas medidas que eviten el descontrol. La reacción del FMI sonó a amonestación anticipada, cuando aún el gobierno argentino no elevó ninguna propuesta ni reclamó ayuda financiera alguna. Pero, de algún modo, la número dos del organismo anticipó que no hay buen clima para recibir planteos que se alejen de sus tradicionales recetas.