Sáb 12.01.2002

PLáSTICA • SUBNOTA  › UN DIA RELATIVAMENTE TRANQUILO PARA LOS ARBOLITOS

El aluvión dijo ausente

“Nunca sucedió que después de tanto feriado y con un cambio tan brusco hubiera tanta tranquilidad en esta cuadra.” Carlos Orellano sumó su voz gruesa a la del grupo cincuentón de maletín y zapatos de temporadas anteriores que discutía frente a Casa Piano como meros espectadores de la compraventa de billetes ajenos. Después de veinte días de restricción oficial, la zona de agencias del Bajo se transformó ayer en un mercado de ofertas y demandas ansiosas. Llegaron muchos, pero no fue el aluvión de cuando la tablita del precio del dólar se rompió allá por el ‘81 o tras el Plan Bonex en el ‘92. Así lo planteaba, por sobre el espíritu cacerolero de Orellano, pequeño industrial del plástico de 61 años que tras morder el polvo con la crisis del último año, participaba de la escena más por fervor cívico que por imperio de sus bolsillos raleados. El caudal de vendedores fue muy superior al de los compradores, coincidieron los cambistas. El precio: para cuando la tarde ya no deparaba sorpresas era de 1,50 y 1,70, aunque si se optaba por la informalidad de los hombres susurrando “cambio, cambio” se podía comprar a 1,60 o 1,65. Pero los montos de cada operación no superaban la media de 500. “La gente busca vender para zafar, o compra para viajar, pero no es se haya vuelto loca como pensábamos”, confesó un arbolito último modelo.
Los bancos abrieron ayer preparados para una batahola de clientes que resultó mucho menos intensa de lo que dio para imaginar el cacerolazo de la noche previa. Con ventanales destruidos, atendieron a quienes hicieron colas largas pero no eternas para recuperar los 1500 pesos que pueden extraerse de las cuentas-sueldo, y los 300 semanales de las cajas de ahorro. En varios bancos se dieron las demoras que ayer se habían encargado de advertir las asociaciones bancarias y el propio gobierno, para disuadir al malón. Al mediodía las colas daban vueltas sobre sí mismas, pero no llegaban a las veredas. “Comparado con lo que fueron los bancos después de las medidas de Cavallo, esto hoy es el paraíso”, fue el comentario aliviado de un gerente del Galicia, que se espera para el lunes la visita masiva de quienes tienen inversiones financieras.
Sobre Sarmiento, cerca de San Martín, comenzaban las rondas por las casas de cambio. “Venta 1,50. Compra 1,70”, recitaba un hombre a los que llegaban sin parar a la puerta de la agencia Norte. Y según la cara del cliente le daba un número para que pasara a esperar su turno. “¿Los va filtrando?”, le preguntó la encargada, tras unos lentes de dimensiones Sofía Loren, contenta como solo podían estarlo ayer los de su gremio. “Sí, sí, cada tanto les hecho Flit”, le contestó el hombre. “Lo que pasa es que todo el mundo quiere vender, entonces si los dejamos pasar a todos, sin esperar algunos que compren, se nos desequilibra todo”, explicó luego. Para decirle enseguida que ya no había pesos en la caja a Gabriela, 24, y Claudio, 39, una pareja dueña de un videoclub en Congreso que buscaba hacía una hora dinero fresco. La pareja venía de recorrer cuatro bancos en los que les habían dado la misma respuesta: no hay pesos. Se fueron sin dramatizar.
Entonces intentaron a la vuelta, sobre San Martín, en la vieja Casa Piano. En esa cuadra, entre Sarmiento y Corrientes, se acumulaban los deseosos de cambiar, los arbolitos, muy serios en algunos recodos, tres camiones de caudales estacionados y varios policías arreando al público hacia las filas para dejaran estacionar el vil metal. Y frente a Piano hacían ruido tras una reluciente bandera argentina “las mujeres de la crisis”, con sus panfletos en los que se definían “amas de casa que luchan como vos, día a día, para que la familia no se deteriore”. Casi al partir, discutiendo entre diez el lugar más barato para comer, recitaron los objetivos del grupo que marcha cada viernes a un lugar diferente. Desde la baja de tarifas hasta “el fin de las presiones de los bancos”. “¿Feministas?”, preguntó capcioso el cronista, y casi ofendidas dijeron: “Femeninas”. “¿Apoyan el aborto legal?”, abundó el cronista. Y ellas entraron en un debate en el que consensuaron libertad de conciencia. “¿Compraron dólares?”, y se largaron a reír. “¿Cuántos son los que hoy están acá comprando dólares? Los menos de los menos”.
Más allá, Alberto Rodas, un vendedor ambulante experto, voceaba la Ley de Emergencia Económica recién impresa. “Preguntan, les decís que trae todo de los depósitos, pero cuando les pedís dos pesos salen corriendo”, dijo el hombre, que repasó el éxito que le trajeron las reformas de Carlos Menem y hasta la flexibilidad laboral. Activos como antaño, los que no paraban eran los arbolitos. Algunos, blanqueada la condición de periodista del comprador al que ofrecían 1,50-1,65, se negaron al diálogo. Gustavo, de bermudas, remera y Ray-Ban, contó que la mañana había empezado con precios altos en las agencias “que quisieron hacer subir pero bajaron porque no les dio bola la gente”. Contento, Gustavo explicó que no siempre se dedicó al cambio. Hace quince días, con su inmobiliaria parada, decidió lanzarse, incluyendo a sus empleados que pasaron a vocear el cambio en la city. El jueves manejaron unos 15 mil dólares en operaciones, ayer competían palmo a palmo con las agencias. “Necesito cien, lo pago 155”, lo encaró de pronto una mujer middle class que negociando con otros “middle class” en las colas ya había conseguido 600. El arbolito se negó. Ella siguió hasta la siguiente fila y en cinco minutos hizo su propia transa cambiaria, ya sumergida en la nueva etapa.

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