No nos exporten su crisis.
Absurdo es pensar en el imperio tambaleando por créditos hipotecarios mal dados a los “ninjas”. Jamás un banco otorgó créditos a alguien tan necesitado e insolvente, salvo que se tratara de un inconmensurable negociado que luego pagarían los pueblos.
Nunca hemos sido socios en sus descomunales ganancias y ahora en el sorteo de su miseria tenemos asegurados los premios de despidos y miseria.
El imperio cerró sus fronteras cuando a nosotros el hambre y la recesión nos desesperaban, pero abrió sus puertas a nuestro sudor y sangre transformados en depósitos bancarios en la crisis del 2001.
El FMI nos señalaba, nosotros éramos el país del riesgo, mientras allá era la orgía de la muerte invadiendo territorios ajenos bajo el pretexto de terminar con el “terrorismo”.
Es la historia del padre autoritario, perfecto, inalcanzable, que exige de sus hijos una moral intachable y metas incumplibles y de pronto aparece a la luz su doble vida, un capo de la mafia, un traficante, un violador, asesino de inocentes.
Necesitaron una investigación para enterarse de que su economía está podrida desde el 2007; por favor no crean que antes no, sino que la garrapata no quiso publicar que la voracidad la condujo a la autofagia, después de consumir todo lo que la rodeaba. Se cayeron los disfraces y caretas de siglos. Se rompieron los moldes perfectos de la globalización. El imperio gigante no es creíble. No es cierto que debamos padecer su crisis, sino que si logran hacernos creer esta mentira, le aceptaremos gustosos el obsequio de su decadencia y paliaremos con nuestra hambre su deshonrosa caída.
Eva Marcela
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